Interlunio

Interlunio

Tiempo en que no se ve la luna nueva

Marchando otra ronda de quejas (en redes, bares, calles, autobuses, Metro y, supongo —no lo sé, mi sueldo no da para tanto— en museos, librerías, cines, teatros, barcos, trenes y aviones). Motivos hay, ciertamente; pero ninguna queja va a ninguna parte si no se hace cuerpo, luego las rondas se suceden en una terapia de reafirmación quejosa donde los tipos raros damos el pésame a los tipos buenos y los tipos sanos gritan ¡bésame! a los periódicos que siempre tienen la misma relación de integrados, editorializados y chicos de partido y la última exclusiva definitiva sobre el último caso definitivo de corrupción, como si todos los casos no fueran exactamente el mismo: el caso de una Justicia putrefacta, de un régimen político putrefacto y de una prensa putrefacta que puede denunciar todos los puntitos de la línea, pero nunca la línea en sí porque eso no es noticia y, además, hay que ser pacientes y responsables y críticos dentro de un orden, orden, ¡ooooorden!, no vaya a ser que tres adolescentes lancen adoquines, por dios; con lo bonitos que están los adoquines en Navidad.

—Muy bien, pero ¿dónde están sus propuestas? —pregunta el portero de la finca.
—Precisamente venía…
—¿Es que no la leído el cartel? «Reservado el derecho de admisión.»

Así se consigue una sociedad educadísima, de gritos como alarma de tetera: ¡piiiiiiii!. Casi se puede oír el pánico de los explotadores ante tamaña expresión de ira popular, que las izquierditas acompañan con ceños fruncidos y los que van muy despacio porque van muy lejos (¡que esperen la vida y la muerte!), con el vahído de una debutante que encuentra un cuervo en el tocador. Raac —grazna el cuervo. Silencio. ¿Qué se le habrá ocurrido ahora?—. Raac, raac. ¡Sube la luz, el transporte, los alquileres! ¡Más desahucios, más suicidios, más despidos! Pobres pobres, menos mal que a la vuelta de las vacaciones y las elecciones (de las vacaciones y las vacaciones) tendremos un cántaro de leche que 1) venderemos para comprar huevos que 2) darán gallos y gallinas que 3) venderemos para comprar un cerdito que 4) se hará un cerdo grande que 5) venderemos para comprar una vaquita que 6) dará litros de leche y ¡crac!, 7), cántaro a la mierda mientras los héroes hablan en las teles de la reacción y cobran por poner en su sitio a los vividores de la reacción que no cobran especialmente por lo que dicen, sino especialmente por pegar a la gente a las teles de la reacción.

Raac, raac, ¡raaaaaaac! Marchando otra ronda de quejas. ¡No nos quitarán nuestros sueños! No, claro, ni los sueños ni las gripes ni el dolor de una muela picada ni la pipa de chirimoya que acabo de ver detrás del frigorífico ni el sexo de los ángeles que nadie ha catado ni catará. ¿Pero quién cojón ha dicho que quieran nuestros sueños? Sólo exigen (Yes, we can!) la bolsa y la vida.

* Escritor y traductor literario. Editor del diario La Insignia

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