La arcilla verde
La arcilla proviene de la descomposición de rocas madre cristalizadas, como por ejemplo, el granito. Se encuentra en capas de naturaleza sedimentaria, en cuencas de ríos o zonas de arrastre de aguas, aunque en la actualidad ya no lo sean. Desde el punto de vista químico las diferentes arcillas están compuestas por silicato de alúmina hidratado, presentado en láminas. Va acompañado de muy variados óxidos minerales, aunque por su cantidad cabe destacar el hierro, el silicio, el aluminio o el magnesio. El empleo de la arcilla se conoce desde hace milenios; en todas las épocas y continentes se ha utilizado para curar todo tipo de heridas, afecciones de la piel y problemas inflamatorios.
Los médicos egipcios ya la utilizaban contra inflamaciones y aplicaban los fangos calientes del Nilo para tratar deformaciones reumáticas. Por sus propiedades antisépticas los embalsamadores la utilizaban para la momificación de los cuerpos.
Las virtudes terapéuticas del barro está en sus propiedades refrescantes, antiinflamatorias, descongestionantes, absorbentes, calmantes y antibacteriológicos. Como desinfectante es uno de los más perfectos y poderosos.
Centrándonos ya en la Arcilla Verde, la mejor es la bentonita que también puede ser de color pardo o gris. Muy rica en magnesio, además contiene silicio, potasio, sosa, cal fosfatos y oxido de hierro, aluminio, manganeso, magnesio y titanio.
Es desintoxicante, remineralizante y absorbente. Se utiliza para drenar y remineralizar.
La Illita, una variedad de arcilla verde muy cálcica y pobre en magnesio debido a su gran poder de adherencia en la piel es utilizada para la absorción de residuos e impurezas. En forma de cataplasma sirve en el tratamiento de traumatismo y contusiones. Hace disminuir la hinchazón de esguinces y luxaciones.
Otras patologías en las que el uso de la arcilla verde es altamente beneficioso son:
Artritis: en forma de cataplasma fría aplicada en las articulaciones doloridas repitiendo el tratamiento varias veces al día.
Cistitis: aplicada en forma de cataplasmas calientes sobre la vesícula. En estos casos si además se añade un poco de jengibre molido a la cataplasma se aumenta su eficacia.
Dolores de cabeza: aplicados en cataplasma fría a nivel local suponen un gran alivio. Si tratamos una neuralgia facial la cataplasma funciona mejor si es caliente.
Heridas y cortes: una vez limpia y desinfectada la zona se aplica una capa de arcilla dejando que se seque bien y luego se aclara con chorros de agua fría procurando que no quede nada de arcilla en el interior de la herida.
Varices: Se aplica una capa gruesa de arcilla dejando que seque bien y se retira preferiblemente con agua fría para favorecer la circulación sanguínea.
Lumbago: se recomienda el uso de cataplasma caliente o tibia en la zona dolorida varias veces al día hasta notar mejoría.
Fatiga: debido a los oligoelementos presentes en la arcilla, un baño de arcilla resulta muy adecuado para tratar la fatiga ya que tiene una acción reequilibrante y de estimulación del organismo en casos de fatiga crónica, astenia o convalecencia.
Radiación: Parece que la arcilla tiene también la capacidad de absorber el exceso de radiación iónica sobre el organismo que ha estado expuesto a la misma. En los casos de tratamiento con radioterapia, la aplicación de la arcilla permite soportar mejor el tratamiento debido a sus propiedades desintoxicantes.
¿Cómo realizar una cataplasma?
Es algo muy sencillo. Hay que evitar usar cuenco o envases de metal o plástico, lo mejor es la cerámica o el vidrio. Se coloca la arcilla en el cuenco y se alisa ligeramente se añade agua a poder ser mineral hasta que cubra la arcilla y se deja reposar sin removerla hasta que la arcilla misma vaya absorbiendo el agua. Siempre que sea posible la cataplasma debe ser aplicada directamente sobre la piel, en caso de que esto no sea posible puede ponerse una tela fina que absorba un exceso de humedad.