La banalización del arte y la cultura
Carlos Olalla*. LQSomos. Julio 2016
Vivimos tiempos de barbarie e ignominia en los que el arte y la cultura son las víctimas de una sociedad que, cegada por el beneficio económico, ignora, ningunea o incluso criminaliza todo aquello que no genere dinero. Valores como belleza, sabiduría, espiritualidad o conocimiento están siendo arrinconados por la ceguera que todo lo invade. Perdidos los referentes estéticos y el amor a la belleza, vivimos tiempos en los que se negocia con el arte, en los que se confunde valor y precio, en los que se marginan la razón y la cultura en pos de la superficialidad de lo inmediato y lo virtual. Hemos sustituido los abrazos por los fríos “me gusta” y las cálidas tertulias de café por los tweets. Ahora todo es inmediato, terriblemente inmediato. Ahora todo es frío, descorazonadoramente frío. La huida ha reemplazado al viaje. Huimos de nosotros mismos persiguiendo una promesa de felicidad basada en las virtudes de lo que no tenemos, de los que nos venden, de lo que no necesitamos. Ya no viajamos, simplemente nos desplazamos de un lugar a otro para encontrarnos la misma comida, la misma ropa y la misma infelicidad. Hemos globalizado la estupidez del ser humano. Ya no hay viaje, tan solo vacías Ítacas que, como las sirenas de Ulises, nos llaman a diario desde todas partes del mundo para hacernos naufragar una y otra vez en la estulticia y la abyección de un mundo sin sentido que, a pasos forzados, camina hacia su autodestrucción. Ese es nuestro logro, el gran logro del siglo XXI. Callados los intelectuales, silenciados los verdaderos artistas, solo los voceros de la especulación y el beneficio desenfrenado de unos pocos dejan oír su voz en este desolado mundo que, sin querer o sin darnos cuenta, hemos dejado que conviertan lo que debería haber sido nuestro modo de vida.
Confundir el verdadero arte con el que hoy nos venden es como confundir el erotismo con la pornografía o los ensayos de filosofía con las reseñas deportivas. El ser humano vive solo y perdido. Solo, totalmente aislado, absolutamente vacío… y perdido, irremisiblemente perdido, en un mundo que no entiende y que, a diario, le hunde más y más en la desesperación y en la pobreza intelectual y la nada espiritual. Ahogados por el miedo y la falsa promesa de seguridad que nos brindan los poderes públicos, nos aferramos a cualquier promesa que nos hacen desde un televisor, un escaño o un púlpito. Han conseguido que dejemos de creer en nosotros mismos, que perdamos nuestra autoestima y la confianza necesaria para rebelarnos y decir ¡Ya basta! Asustados por perder un empleo cada día más precario o aterrorizados por no poder encontrarlo, dejamos que nuestros días pasen sin ser vividos, sin disfrutarlos. Hoy ya no vivimos, tan solo existimos, y valores como solidaridad, altruismo, generosidad o incluso dignidad se van hundiendo como piedras en el océano de la sinrazón del consumo por el consumo, del crecimiento por el crecimiento, del egoísmo por el egoísmo y la estupidez por la estupidez… Vamos todo el día corriendo tras inalcanzables zanahorias virtuales que, de llegar a alcanzarse, proporcionan un placer efímero y vacío que nada nos aporta y en nada nos enriquece.
Ha llegado el momento de sublevarse, de bajarnos de este loco mundo que no lleva a ninguna parte, de reivindicar lo que de verdad significa ser un ser humano. Pero es difícil dar ese paso cuando hemos sido educados para ser consumidores y súbditos, no seres felices y libres. Nos aterra la libertad. Somos esclavos. Y lo peor es que nos engañamos a nosotros mismos queriendo pensar que somos libres. Nos aterra el amor. Nos han hecho creer que la felicidad está en el recibir y no en el dar incondicional que es amar. Nos aterra la soledad. Tenemos miedo de nosotros mismos o, simplemente, nos aburrimos soberanamente porque hemos hecho que la creatividad y la fantasía desaparezcan de nuestras vidas. No son rentables. Nos aterra mostrarnos como somos… porque ya no creemos en nosotros mismos, en nuestra capacidad de emocionarnos, de amar, de dar, de compartir, de soñar… ¡y así nos va! Recuperemos nuestros sueños, atrevámonos a soñar, a vivir nuestros sueños, todos nuestros sueños… Esa la única forma de dejar de morir en la diaria pesadilla en la que han convertido nuestras vidas.
Solo el arte, la cultura, el conocimiento o la espiritualidad pueden acercarnos a lo que todos aspiramos a ser: felices. Y eso son cosas que no se pueden comprar. Nadie puede comprar el conocimiento, la cultura o el amor. Nadie puede ir a una tienda y decir “Póngame ocho kilos de apreciar una obra de arte”, “Deme usted veinte metros de cultura” o “¿A cuánto está hoy el gramo de sabiduría?” Apartémonos del modelo de vida que nos imponen en el que solo vale lo que tiene precio y profundicemos decididamente en otra forma de vivir, una forma en la que centremos nuestra vida en las cosas que realmente tienen valor y no en todas esas aberraciones que prometen lo que jamás podrán darnos: la felicidad.