La capital de los pueblos del mundo: Palestina

La capital de los pueblos del mundo: Palestina
Ilustración de Acacio Puig

Por Lucas Aguilera*

Si el conflicto en Ucrania ameritaba abandonar las explicaciones tautológicas de la prolongación de la política por otros medios, para hacer una crítica ontológica de los acontecimientos, lo que hoy ocurre en nuestro Cercano Oriente, demanda un esfuerzo analítico aún mayor

Ante la construcción del relato desde miradas occidentales, el espacio-tiempo formal que se manifiesta en la Tierra Prometida se fundamenta en la dualidad del relato dominante. Esta dualidad se relaciona directamente con los conceptos de superioridad, que se basan, en primer lugar, en la superioridad atribuida a la humanidad y la inferioridad impuesta a la naturaleza, percibiéndola como una entidad inanimada que podemos controlar a nuestro antojo.

El problema, en la agenda pública denominada “Israel-Palestina”, surge cuando una minoría de la sociedad comienza a imponer su voluntad y a tratar a las personas como si fueran objetos, considerándolas parte de la naturaleza. Esto ha llevado a que las mayorías se conviertan en seres inertes, listos para ser explotados de la misma manera que la naturaleza.

En última instancia, hay una reducción sistemática a seres casi humanos, o incluso, no-humanos. Esto llevó a unas mayorías a ser materia-inerte dispuesta a ser explotada, como la naturaleza. Son, finalmente, (somos) un ser (no-ser) casi-humano.

El caso de nuestra reflexión es particularmente ilustrativo. Por estos días se viralizó en X un video donde una madre israelita le preguntaba a su hija “- ¿Qué quería ser cuando será grande?”. La niña le contestó “-Andar en un jeep matando árabes”. La respuesta maternal fue una sonrisa, un abrazo y un “-Excelente”.

En pleno siglo XXI pareciera que estamos en los momentos de la esclavitud. Se ha establecido una dualidad marcada entre los israelitas (blancos, europeos, racionales), considerados superiores, y los palestinos (negros, árabes, fundamentalistas), percibidos como inferiores y equiparados a seres animales, parte de la naturaleza o incluso cosas.

Por supuesto, esta misma lógica y estos mismos parámetros se reflejan en diversas dinámicas actuales. Como el Norte frente al Sur, lo desarrollado en contraposición a lo subdesarrollado, democracias en comparación con autocracias, propietarios versus trabajadores, entre otros ejemplos. En esta dinámica, los países centrales se presentan como aquellos que tienen la “posibilidad de”, mientras que los países dependientes carecen de la “capacidad de”.

El dualismo del explotador debe alimentarse para que los explotados nunca tengan la posibilidad –y ni siquiera de pensar en tener la posibilidad- de una vida mejor.

Los palestinos se ven privados de la posibilidad de ejercer plenamente sus derechos, un hecho que les es negado de manera sistemática por parte de los opresores y el sistema en su totalidad. El conflicto se aborda y se presenta sin considerar su otredad, su identidad, su exterioridad, sin tener en cuenta la existencia de Palestina y su rica historia.

La organización del conflicto se reduce a una dicotomía entre una calidad de vida plena con todos sus derechos, representada por el sionismo, y la condena a un ostracismo salvaje por parte del pueblo palestino. Esta situación se asemeja a un estado de barbarie, de seres sin voz, equiparados a cosas inanimadas o incluso animales. Estos individuos son destinados, o más bien, forzados por un destino opresor, a un submundo que los clasifica como «los más intensamente oprimidos» y los sume en un estado de «no-ser».

Sin embargo, es importante destacar que este «no-ser» también conlleva la posibilidad de un «ser». En esencia, podemos afirmar que ser palestino equivale a ser un símbolo de liberación. El ostracismo político que enfrentan tiene el potencial de transformarse y dar paso a una liberación palestina, simplemente por ser palestinos. Somos palestinos, y en esta identidad reside nuestro potencial para ser verdaderamente libres.

Piedad selectiva

Los poderes concentrados tienen una capacidad intrínseca de velar la realidad que le permite seguir sosteniendo y reproduciendo su sistema de explotación. La apropiación de la riqueza social tiene un mecanismo fundamental de expropiar la sangre y el sudor de las clases subalternas, ya sea en los campos, las fábricas o en los frentes de batalla. La sangre de estas clases se derrama y se consume porque es un componente vital del sistema.

Para responder al interés capitalista, dicha sangre circula a través de la propaganda y el periodismo de guerra y, en función de la conducción del conflicto, la sangre derramada, cual mercancía, aparece por las pantallas de los medios masivos de comunicación, determinando cuáles víctimas son legítimas y cuáles, criminales.

La sangre palestina derramada por décadas no es ajena a esta lógica, ocultada de manera vergonzosa y víctima de la piedad selectiva; el mundo, sobre todo el occidental, parece olvidar el exterminio sistemático por parte del sionismo. A lo largo de las décadas, numerosas masacres y actos de violencia han dejado cicatrices imborrables en la memoria del pueblo palestino. Estos actos de brutalidad han generado un sufrimiento incalculable y han contribuido a la perpetuación del conflicto.

Al 2023, la ONU reconoce 5,9 millones de refugiados palestinos. El Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) calcula que este número alcanza los 7 millones. Números oficiales ante lo cuales deberíamos, en lugar de hablar de guerra, estar hablando de genocidio del pueblo palestino.

Esta es una historia de aniquilamiento, protagonizada en primer lugar por los grupos terroristas sionistas Haganah, Irgún y Stern, que fueron los precursores de lo que hoy conocemos como las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF). Así es, el ejército israelí tuvo sus raíces en estos grupos terroristas y paramilitares, lo que pone de manifiesto la dualidad en la percepción occidental.

La prensa al servicio de los poderosos mantiene un plan para legitimar sus acciones mercenarias, basándose en el silencio o en la exageración de la muerte de las víctimas que se consideran «legítimas». Este plan sitúa a espectadores de un lado y del otro en todo el mundo, manteniendo una asimetría de poder que persiste y se impone.

La intifada y la audacia Palestina

Uno podría pensar que, ante semejante historia de opresión, el pueblo palestino podría considerarse exterminado material y moralmente. Lejos de ello, su resistencia histórica y su audacia nos muestran a los pueblos del mundo que estamos destinados a vencer.

Aquí nos detendremos sobre el concepto de audacia, presente en toda la teoría revolucionaria de la historia, como un factor decisivo. El diccionario lo define como “capacidad para emprender acciones poco comunes sin temer las dificultades o el riesgo que implican”. Fue Danton en la Revolución Francesa quien llama a las fuerzas revolucionarias a pararse sobre este valor para enfrentarse al régimen. Sólo actuando de esta forma se podrá contraponer una fuerza tan implacable que tuerza las relaciones claramente desfavorables para las clases subalternas, audacia para comprender la situación y obrar en consecuencia. Las intifadas palestinas son un ejemplo de eso.

Los palestinos, agotados por décadas de ocupación, encabezaron manifestaciones masivas, huelgas y desobediencia civil. Su lucha se centró en la búsqueda de libertad y en poner fin a la ocupación. “Piedras contra balas”, en el conflicto en las costas surorientales del Mar Mediterráneo, es más que una consigna de décadas.

La ocupación sionista de Cisjordania y Gaza creó una profunda división entre los territorios palestinos y el Estado de Israel. Los palestinos se enfrentaron a restricciones de movimiento, confiscación de tierras y la construcción de asentamientos israelíes en sus territorios. Esta opresión se tradujo en un aumento de las tensiones y la insatisfacción acumulada.

Durante las intifadas, Israel causó daños sin precedentes a la economía y la infraestructura palestina. Israel volvió a ocupar zonas gobernadas por la Autoridad Palestina y comenzó la construcción del muro de separación, que, combinada con la construcción masiva de asentamientos, destruyó los medios de vida de las comunidades palestinas.

De colonos-colonizados y antinomias. El sionismo

Tanto por su origen, como su lógica práctica de opresión y explotación histórica, el sionismo puede ser definido sólo de una manera: es una forma determinada de colonialismo impulsada por grandes grupos económicos concentrados a nivel global sobre nuestro cercano oriente. Desde allí, se desarrolla su praxis de ocupación y violencia, como proyecto de conquista de un territorio geoestratégico en la disputa entre capitales a nivel global.

Como todo coloniaje, el sionismo necesita que la violencia, ejercida en los momentos de ocupación, sea reactualizada por los colonos, para restablecer su relación con los colonizados. Lo que significa en primer lugar, que debe darse una idea de sí mismo, para que las prácticas de exterminación, robo y explotación instauradas por generaciones precedentes, sean reasumidas por las nuevas generaciones. Los colonos, en Israel, como en todas las colonias, reactualizan estas prácticas superándolas hacia un sistema de valores erigido en la alteridad, es decir, un esquema de valores estructurado en la definición de un otro-distinto-del-hombre, que suponga una permanente amenaza para los propios hombres. En lunfardo es igual a “palestino malo”.

Los colonos no solo perciben al colonizado como alguien diferente, sino también como su enemigo declarado. Es importante destacar que este reconocimiento no depende de motines, insurrecciones o resistencias por parte de los colonizados. Al contrario, es la violencia ejercida por los colonos la que se revela como una necesidad constante. Dicho de otra manera, el colono reconoce la violencia inherente en el colonizado, incluso en su inacción, como una consecuencia natural de su propia violencia y como su única justificación. Este hallazgo nos hace tomar conciencia del papel de la violencia en la colonia, donde se autojustifica, siempre presentándose como una respuesta inducida y un acto de legítima defensa.

A estas alturas queda más que claro que el sionismo ha establecido este estatuto de violencia definiendo al pueblo árabe y palestino como este otro inhumano que, por su salvajismo y maldad, debe ser tratados como una amenaza permanente.

Ésta es también la retórica que los medios masivos de comunicación occidentales construyen como la única interpretación posible del conflicto. La sangre de las cientos de víctimas de los hechos más actuales circula cual mercancía por nuestros teléfonos, televisores y radios, con el único propósito de erigir este relato, mientras se justifica la avanzada militar israelí, con la misma lógica que este país justificó sus exorbitantes gastos en defensa (ocupando durante 13 años consecutivos el primer lugar en la tabla de países con mayor gasto militar en relación a su PBI hasta el 2020 y alcanzado el año pasado el decimocuarto puesto).

De esta manera, los verdaderos intereses del sionismo quedan al descubierto. Bajo una supuesta protección del pueblo israelita, la cual carece de veracidad cuando se analizan los hechos concretos, se oculta un proyecto colonial de explotación y opresión contra el pueblo palestino, por parte de capitales de origen occidental.

Una mención explícita merece la enorme caterva de funcionarios del gobierno y el parlamento argentino, jugando descaradamente a favor del Estado que fue cómplice de la dictadura civico-militar argentina, como lo muestra en detalles numerosos documentos (Kohan, 2009).

En este estado de situación se encuentra nuestro hermano pueblo palestino. Arremetido por la explotación y violencia de la “paz” israelí, sufre sistemáticamente desde hace más de 70 años la opresión colonial todos los días. Ya hemos establecido que esta violencia debe actualizarse permanentemente, por medios simbólicos y materiales. El pueblo palestino la sufre como un constreñimiento cotidiano de su libertad, como una reducción impuesta desde afuera de su propio campo de posibilidad o, si se quiere, viven en la imposibilidad de sus propias vidas, arrojados al exilio de la vida y la muerte.

En este estado de cosas, es que se sucedieron los ataques militares de Hamas contra la población Isrealí. En una acción militar que asombró al mundo, lograron penetrar las infranqueables defensas de Israel -y su poderoso servicio de inteligencia- y hacerse con el control de sus territorios ancestrales. Tanto por el desequilibrio de fuerzas, en el que no cabe ninguna duda que se encontraban en clara desventaja, así como también por su efectividad militar, estas acciones parecen tomar la épica de un David contra un Goliat.

Y son estas mismas acciones, las que hoy parecen necesitar explicación, como si la situación no diera por sí misma instrumentos para hacerla inteligible. Desde una ignorancia mal actuada, los medios de comunicación califican el accionar del grupo Hamas como violento, terrorista y radical, como si no se tratase de la misma violencia a la que el pueblo palestino está sometido cotidianamente.

Ante las condiciones de imposibilidad en las que se encuentra Palestina, parece que el grupo Hamas ha tomado un único escape: oponer a la negación total la negación total, negar la opresión colonialista, que necesita de su dispersión, por una unidad cuyo contenido se determine en el combate. La violencia desesperada de estas acciones, no es más que la asunción de la desesperación en la que se encuentra inmerso el pueblo palestino, y toda su violencia es la negación de su imposibilidad.

Entiéndase bien, no se trata aquí de hacer condenables o no las estas acciones, cuyas víctimas civiles también nos duelen, porque siempre los muertos los pone el pueblo. Se trata más bien de establecer que oprimido y opresor son una pareja que se produce mutuamente, y que la violencia del insurgente es la misma que la del opresor, nunca ha habido otra.

Se trataría entonces de comprender que los insurgentes palestinos comienzan su vida por el final sabiéndose muertos en potencia, pero el dolor y la angustia de las pérdidas pasadas, de su tierra arrasada y de su pueblo diezmado, hacen que no sólo acepten el riesgo, sino la certidumbre de una muerte en combate, prefiriendo vencer a sobrevivir. “Nosotros sembramos el viento, él es la tempestad” establecía Sartre (1961) en su prefacio a los Condenados de la Tierra, de Frantz Fanon, y esta frase es hoy más patente que nunca, para un occidente que parece olvidar su propio pasado de violencia y masacre, y se sorprende ante la tempestad palestina.

Capital de los Pueblos libres del mundo

Para analizar de fondo el accionar palestino, no puede dejar de mirarse el conflicto en perspectiva histórica. Dicho accionar se enmarca en 100 años de ostracismo político, la llamada “ostracismocracia”, donde sus cuerpos sienten la presión del sufrimiento de los que ya no están, sienten el silencio estremecedor de cada campesino, trabajador, niño y niña y mujer asesinada en cada una de las masacres llevadas a cabo por el fundamentalismo sionista, ese que cree que las tierras de Jerusalén (“sion”) son de su exclusiva propiedad, forzando atrozmente la conversión de una religión, el judaísmo, en una nación, la israelita.

Justo Jerusalén, la ciudad más importante de las tres grandes religiones monoteístas de la humanidad, que abraza la historia, las tradiciones y la cultura de, por lo menos, el 50% de los habitantes del planeta que confiesan una religión.

Es en este punto donde debemos reiterar que las Fuerzas Armadas de Israel nacieron de las entrañas de grupos terroristas y paramilitares, que ejecutaron un plan sistemático de exterminio y exilio palestino, que llevaron adelante “la Nakba” (Tragedia). Por mandato histórico, por el sufrimiento colectivo, por el grito silenciado, por las lágrimas secas y la sonrisa triste, es que la operación «Diluvio Al-Aqsa” es un antes y un después en la historia reciente de este conflicto.

Hoy los sionistas también pueden sentir y decir que no podrán dormir tranquilos nunca más, Goliat sentirá en cada minuto y en cada segundo el asedio de David. Se mostró al mundo que Palestina existe, se mostró al mundo que Palestina tiene soberanía sobre su destino, se mostró al mundo que, con poco, Palestina tiene su poder instituyente y es un poder soberano, y que un día los pueblos oprimidos vencerán, incluido el pueblo de Israel, que tomará conciencia del genocidio llevado a cabo por el gobierno fascista de Israel y su poderosa élite militar, económica y financiera.

El relato hegemónico continuará construyendo este otro inhumano, para justificar su propio salvajismo y violencia, su propia inhumanidad. Sin embargo, pareciera que la hegemonía cultural y política sionista se está esmerilando. Palestina se está convirtiendo en la capital de los pueblos libres del mundo, de su resistencia y su lucha, en donde la realidad ya no será únicamente la necesidad de vivir la imposibilidad de vivir, sino que se volverá la realización práctica por intentar un mundo en el que la imposibilidad de la vida humana sea el único imposible.

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– Ilustración de portada de Acacio Puig.
* Magíster en Políticas Públicas y Desarrollo (FLACSO). Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.
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