La crisis europea acelera el fin de nuestro eurocentrismo
Por Juan Guahán*. LQSomos.
Hay muchas dudas sobre el nombre del primer extranjero en avistar estas tierras, más tarde bautizadas como “americanas”. Los historiadores discuten si fue Rodrigo de Triana o Juan Fernández Bermejo, marineros de Cristóbal Colón. Eso poco importa. Tampoco interesa mucho si otros, los vikingos entre ellos, lo habían hecho antes. Lo realmente importante es que ese grito de ¡Tierra, tierra!
En la noche del 11 de octubre ola madrugada del 12 de octubre de aquel 1492, avisaba que el mundo comenzaba a ser otro. Los pueblos ancestrales se encontraron con visitantes, decididos a quedarse, aunque no fueron invitados. Desde ese día han pasado más de cinco siglos y aquellos viajeros hubieran querido que ese acontecimiento fuera denominado como “descubrimiento”, pero por estas tierras, fue más conocido como “conquista”.
En ese “choque de culturas”, porque tampoco hubo “encuentro”, triunfó la que veía del otro lado del mar. Occidente ocupaba nuevos territorios a su haber, pero allí había pueblos nativos que, desde hacía miles de años venían desarrollando otro modo de ver el mundo, parados sobre sus pies y mirando con sus propios ojos. Ese mundo, con sus pros y sus contras, era distinto.
No es objetivo de esas reflexiones señalar los duros modos que esas dos diferentes corrientes civilizatorias utilizaron en su confrontación, hasta que quedó consolidado el triunfo europeo.
Justamente esa victoria permitió a Europa, particularmente a España, tener un rol significativo en la expansión de esa cultura de la modernidad. Las riquezas de estas tierras, fundamentalmente su minería, sirvieron de fundamento para que un nuevo modelo cultural, social y económico reemplazara al agotado feudalismo. Estaba naciendo el capitalismo.
Bajo esas condiciones, los pueblos de los países centrales alcanzaron niveles de vida mucho más altos que los de los pueblos residentes en estas saqueadas tierras.
Así se fueron construyendo las actuales diferencias y desigualdades
El territorio de El Impenetrable, que forma parte del Gran Chaco, es –después del Amazonas- el segundo pulmón de Nuestra América. Ya se dijo que buena parte de esos bosques han perecido frente al avance de la modernidad, de la mano de la soja transgénica, la ganadería intensiva y los “paquetes tecnológicos”, que aseguran las ganancias de los grandes inversores.
Gran parte de nuestra dirigencia y durante la mayor parte del tiempo no comprendió, en toda su profundidad, este conflicto.
Los hijos de la inmigración, que hegemonizaron nuestra cultura, durante y después de la “Generación del 80”, gobernaron admirando la civilización y los avances europeos. Ese es el corazón del pensamiento eurocentrista, que –a partir de gobiernos portuarios- se instaló en nuestra sociedad, a pesar de que en el conjunto de la misma existiera una –numéricamente- importante descendencia indígena.
En las últimas décadas ese modelo comienza a mostrar su agotamiento. El mismo está fundado en dos cuestiones. La descomposición interna que se inicia con el Golpe contra Perón y sus perspectivas de Cambio en 1955. Recordemos que en 1956 Argentina fue incorporada al nefasto FMI.
Este proceso se agudizó con el genocidio del golpe de 1976, del cual en estos días se cumple un nuevo aniversario. Más allá de algunos intentos, las instituciones recuperadas (1983) en nombre de la democracia, no fueron capaces de ofrecer soluciones a los problemas colectivos y la decadencia argentina se profundizó.
Por otro lado, la crisis europea siguió creciendo. Si bien la “grasa acumulada” en esos largos de explotación, de éstos nuestros pueblos sumergidos, hace que Europa todavía tenga “reservas” para soportar las actuales dificultades.
Sin embargo, la actual guerra entre la OTAN y Rusia pone el límite sobre la capacidad de Europa. Ella instala grandes problemas aún no resueltos: La cuestión del acceso y los precios de la energía, particularmente el gas ruso, y los alimentos, fundamentalmente el trigo ucraniano.
A esos dos grandes problemas se le agrega otro aún más complejo: Su forzada solidaridad con los intereses de los EEUU, tema que puede ser fatal si el conflicto se radicaliza y Europa se constituye en un teatro de operaciones, lugar que los EEUU ya advierten que sus hijos no ocuparán. Cada una de estas cuestiones y el todo que ellas representan son indicativos de la crisis que atraviesa Europa.
Esa crisis europea es una gran oportunidad para nuestros pueblos, si logran sacudirse esta concepción equivocada, según la cual queremos ser lo que no somos: herederos de Europa.
Si, por una vez, miramos hacia adentro y hacia abajo, comprenderemos la gigantesca posibilidad de empezar a pensar y –consecuentemente- actuar por y para nosotros mismos, según nuestros intereses.
* Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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