La España fracasada en el teatro de López Aranda

La España fracasada en el teatro de López Aranda

Por Arturo del Villar*. LQSomos.

En Santander está abierta una exposición sobre Ricardo López Aranda, uno de los exponentes del teatro realista social durante la dictadura

La Biblioteca Central de Cantabria ha organizado una exposición como homenaje al poeta, dramaturgo, novelista, ensayista y guionista de cine y televisión Ricardo López Aranda. Se le puede calificar de polígrafo por la variedad de géneros tratados, pero secreto. Es un escritor especial, porque no sentía interés por publicar sus obras. Lo habitual es que todo autor de un texto literario busque un editor o se financie él mismo la publicación de la obra, para que sea conocida. El escritor suele necesitar la colaboración del lector para justificar su trabajo, incluso aunque le considere un hipócrita, según decía Baudelaire. Es posible que no consiga interesar a ningún lector, pero él intenta encontrar cómplices que juzguen su labor.

No se debe creer al que afirma que escribe por su gusto nada más, porque ese onanismo oculta una falsedad: escribir representa un trabajo cuidadoso y muy exigente. Lo sabía Cesare Pavese al titular su primer poemario. El cansancio queda compensado cuando el libro sale de la encuadernación, o cuando unos actores representan un texto, no antes.

Esta regla general no se cumple en su caso, porque dejó inédita la mayor parte de su escritura. Incluso puede entenderse respecto al teatro y los guiones de cine y televisión, ya que su primera finalidad debe ser estrenarlos, y completar así la relación entre el creador y el público, sin que se precise la edición del texto, pero no sucede lo mismo con la poesía, la novela y el ensayo, géneros que también cultivó y abandonó en un cajón. Por suerte su viuda y sus hijos decidieron culminar el ciclo lógico de la escritura para que concluya en una imprenta, un trabajo que verdaderamente cansa, porque debe empezarse descifrando su letra, muy complicada de entender.

Pasó la mayor parte de los 62 años de su vida (1934—1996) bajo la dictadura fascista, 36 terribles años, a la que sobrevivió 21 años más. En aquel tiempo sombrío estuvimos sometidos a la censura previa de todas las publicaciones, establecida en 1938 y vigente hasta 1966, y a varias normas sobre espectáculos públicos que llegaban hasta ordenar el largo de la falda de las actrices y cantantes y de sus escotes. Las películas superadoras de la censura eran sometidas a una clasificación según la edad de los espectadores.

Generaciones maltratadas

Todo se hacía en nombre de una moral delirante, vigilada por unos clérigos trabucaires dedicados a destruir nuestra juventud, de la generación nacida poco antes de la sublevación militar de 1936, la de Aranda, o poco después de la derrota del Ejército leal en 1939, la mía. Nos robaron la juventud y nos mataron los ideales. Tenemos motivos de sobra para denunciar al régimen como enemigo del pueblo, y no perdonar a sus responsables por muchos años que pasen desde el final de una guerra que no ha terminado todavía, porque seguimos sufriendo sus consecuencias y buscando los restos de los fusilados por el hecho de ser fieles al Gobierno constitucional elegido libremente por el pueblo hasta 1936.

Tuvimos que crear una censura interior para evitar problemas con la oficial, capacitada para ordenar el secuestro de una publicación con la correspondiente denuncia del infractor, al que se le podía multar y condenar a prisión. Inevitablemente López Aranda sufrió el rechazo de la censura, que en 1963 le prohibió estrenar Yo, Martín Lutero. El motivo era consecuente con la realidad española, porque contiene una alabanza de la libertad, algo intolerable en un sistema político fascista que impone el pensamiento único, el partido único y el sindicato único, bajo el mando de un dictador único, a los que se debe obediencia total para sobrevivir.

A mediados del siglo XX en Europa y los Estados Unidos el teatro fue renovándose, dando lugar a un modo vanguardista, continuador aunque distinto de la vanguardia implantada en los años veinte. Coincidieron en el nombre, aunque disintieran en las intenciones y en los resultados. En España no entró la vanguardia. Es lógico porque los censores no estaban capacitados para comprender un lenguaje y unas acciones insólitamente originales. No obstante, López Aranda experimentó en piezas cortas un método de comunicación con los espectadores de un nuevo realismo próximo al teatro del absurdo y al de la crueldad. En otro país civilizado López Aranda hubiera alcanzado una consideración semejante a la de Samuel Beckett o Eugène Ionesco, pero le correspondió vivir bajo la frustrante dictadura fascista, en la que todos nos sentíamos fracasados.

El realismo social

Pese a las dificultades de entendimiento con los censores del régimen dictatorial, alrededor de los años cincuenta se fue abriendo camino una literatura basada en la realidad social española. Por eso se calificó de sociales a las novelas, poesías y dramas que contaban la vida cotidiana nazional, con zeta de nazi, en sus complicaciones. Se producía dentro de los límites impuestos por la censura, muy estricta en materia política, religiosa y moral. La realidad española requería ser tratada con un estilo realista.

Los dramaturgos se hallaban especialmente vigilados. El texto de las obras debía ser autorizado por los censores, después se supervisaba la puesta en escena, y el día del estreno asistía a la representación un llamado delegado gubernativo, para comprobar que allí todo cumplía las normas vigentes. Se dio el caso en 1970 de permanecer un solo día en cartel El retablo del flautista, de Jordi Teixidor, porque al delegado le pareció que los actores exageraban sus papeles, para que los espectadores comprendieran que la acción se refería a España, aunque el texto indicara otro país cualquiera. El mismo año fue suspendido el espectáculo musical Castañuela 70, graciosísimo y muy crítico con algunos aspectos de la realidad social, porque los espectadores lo vinculaban a España, como así era en verdad. De modo que ni siquiera después del estreno autorizado podía sentirse seguro un dramaturgo sobre la continuidad de las representaciones.

Una fecha importante en el devenir del teatro español es 1949, cuando Antonio Buero Vallejo, nacido en 1916, estrenó Historia de una escalera, muy bien acogida por el público y la crítica. Queda como primera muestra dramática del realismo social en aquella España reserva de fracasados, como lo son todos los personajes, debido a la miseria de su condición, que les impide prosperar mientras van despertando de sus ensoñaciones.

Una denuncia literaria

El teatro y el cine de la posguerra sumisos a las consignas oficiales reflejaban un país irreal. A mediados del siglo empezó a darse a conocer una generación comprometida con la realidad de su tiempo, y que deseaba darle un tono literario para contarla. Intentaban así involucrar a los españoles drogados por el régimen, y a un mundo que empezaba a reconocer a la dictadura como Gobierno legal de España. Sus autores eran literatos, no políticos, pero al fondo de sus escritos inevitablemente asomaba la denuncia.

En esa promoción se encuadra López Aranda, el más joven de un grupo compuesto por unos dramaturgos empeñados en ofrecer un teatro reflejo de la realidad cotidiana española. Su propósito consistía en denunciarla para ver si de ese modo se generaba un ánimo capaz de remover las ancladas estructuras salidas de la guerra ganada por los fascistas, que nos proporcionase alguna esperanza de cambio. Todo dentro del posibilismo vigilado.
Forman parte de esta promoción realista Lauro Olmo (nacido en 1922), José María Rodríguez Méndez (1925), José Martín Recuerda (1925), Alfonso Sastre (1926), Carlos Muñiz (1927), Ricardo Rodríguez Buded (1928), y Ricardo López Aranda (1934), entre otros.

Frente a este grupo se significó otro, interesado en cubrir de humorismo el acontecer diario en aquella falsa sociedad deseosa de encontrar motivos para reírse y olvidar por unos momentos la situación real del país. Sus cultivadores se alineaban a la derecha en el espectro político, y concluían sus obras con una nota de felicidad, a tono con las consignas oficiales de la dictadura.

El mensaje consistía en propalar desde sus escenas que en aquella España se vivía mejor que en ningún otro lugar del mundo, por lo que nos visitaban tantos turistas, y los exiliados regresaban pesarosos de haberse marchado, porque habían comprobado que esa España era lo mejor del planeta. Unos cantantes lo publicitaban también, con la pretensión de convencernos de que era cierto lo que aseguraban. El informativo No—Do, de exhibición obligada en los cines, contribuía a mostrarnos un país tan ideal como irreal.
Puesto que admitimos la existencia de dos españas con ideas enfrentadas, es lógico que cada una de ellas cuente con su literatura, con su teatro y con su público, en este aspecto de manera pacífica. No se pasó de publicar manifiestos en defensa de los conceptos predilectos, convertidos en diálogos de sus personajes para justificar su misma existencia.

Galería de fracasados

Al repasar la obra dramática publicada de López Aranda llama la atención que todos sus personajes, tanto los históricos como los inventados, son fracasados. Esta predilección nos obliga a pensar que le interesaban lo seres que no consiguen dar un sentido a su vida, sino que la pierden. Los vencedores de la guerra imponían sus criterios en todos los órdenes nazionales, con zeta de nazi, pero nadie hablaba de los vencidos que no pudieron o quisieron exiliarse, debido a que políticamente no existían. Constituían una gran masa de gente reunida en los estadios de fútbol o en las plazas de toros, así como en los actos organizados en alabanza del dictadorísimo, pero no contaban en el devenir histórico del país.

Un ensayo que publiqué en 2007 lo titulé La espera sin esperanza en el teatro de López Aranda, porque demostraba cómo todos los personajes que le interesaron fueron perdedores que pasaron sus vidas esperando un motivo para vivir, sin llegar a descubrirlo. Eso sucede por su culpa en primer lugar, pero también debido a la circunstancia de residir en un país carente de estímulos capaces de incitar a la acción, porque la dictadura nos tenía amansados y resignados sin esperanza.

Fue consecuencia de la situación política en la que nos encontramos los educados según las consignas fascistas. Formados en un ambiente hostil, padecimos una dictadura criminal, afianzada por medio del fusilamiento o el garrote vil, que encarceló a quienes disentían en lo más mínimo de sus consignas, mientras por el mundo peregrinaban los españoles que consiguieron escapar de aquella inmensa cárcel con aspecto de piel de toro según dicen quienes poseen una visión folclórica de la geografía.

Tres tristes historias

Los personajes históricos que le interesaron para llevarlos al escenario tienen unas biografías fracasadas, incluso Lutero. El título que puso en 1963 al drama en que adaptó su vida, Yo, Martín Lutero, anuncia perfectamente la convicción del fraile agustino enfrentado a los dos poderes más fuertes de su tiempo, el papa romano León X y el titular del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V, rey de España como Carlos I. Poseedor de una fe desmesurada, quiso reformar a la Iglesia hundida en un anticristianismo demoledor, y sin más apoyo que la Biblia logró su empeño.

No obstante, fracasó en su ejecución, porque sus escritos y predicaciones animaron a los campesinos germánicos a sublevarse contra las autoridades civiles. No era Lutero un revolucionario social, sino un reformador eclesiástico deseoso de mantener el orden civil, y en primer lugar de evitar muertos. Le asustaron las consecuencias de su predicación. Llegó a publicar en 1525 un libro titulado en su traducción Contra las rapaces y homicidas hordas de campesinos, por lo que no precisa explicación. Comprendió que había fracasado, porque su predicación teológica fue tomada por los campesinos como una arenga incitadora de la rebelión, en la que resultaron inevitables las muertes, de las que se consideró responsable moralmente.

Con igual intención en 1976 escribió Un periodista español, que no se ha estrenado ni publicado. Presenta a Mariano José de Larra enfrentado a sus miserias, que le inducen a suicidarse, sin duda el mayor de los fracasos.

El último drama que compuso, Isabel, reina de corazones, estrenado en 1983, muestra a la exreina Isabel II de Borbón exiliada en París con parte de su Corte de los Milagros. No sigue estrictamente la verdad histórica, sino que se permite algunos anacronismos, para contar el fracaso de la exmonarca como reina, como mujer y como esposa, odiada por el pueblo debido a sus insaciables lujuria y avaricia, hasta que el Ejército y la Armada organizan la Gloriosa Revolución que la expulsó de España para siempre.

La noche política

Sus dramas estrenados o publicados por López Aranda llevan a la escena a fracasados. Revivió la figura clásica de Edipo en 1958, en una pieza así titulada, o también La Esfinge sin secreto, para recordar el fracaso de sus padres en el intento de incumplir el oráculo, y el suyo al ejecutarlo inexorablemente, lo que le obliga a decir: “Ser hombre es tener miedo.”

También en 1958, a sus 23 años, consiguió el premio Nacional de Teatro Universitario con la historia de una familia en Nunca amanecerá. Así será para el Padre, sus cuatro hijos y sus cónyuges, que pasan la noche velando el cadáver de la Madre. Su conversación va revelando unos secretos en los que todos asumen su fracaso, lo que anima al Padre a definir: “Somos muertos que viven la vida de un muerto.” Por eso nunca amanecerá para ellos, refugiados en el fracaso de sus errores sin esperanza.

Su primer triunfo comercial lo consiguió en 1961 con Cerca de las estrellas, premio Calderón de la Barca. Reúne a 36 personajes de la clase media baja, un domingo de verano, compartiendo sus vidas desesperanzadas. Aunque es una obra coral, destaca un muchacho que envía sus originales a editoriales, pero se los rechazan, fracaso que le atormenta. Mayor es el de una muchacha embarazada que fallece en la maternidad.

Otro drama coral es Noches de San Juan, con 34 personajes, estrenado en 1965. En la familia protagonista descubrimos que el padre fracasó en sus aspiraciones laborales, la madre es una vulgar ama de casa carente de pretensiones, y los hijos han fracasado en sus intentos de ser futbolista y cantante. Llega un hermano de la mujer buscando ayuda, porque fracasó en la relación con su pareja y ha perdido el empleo, lo que le obliga a solicitar amparo de la familia, que no se lo dará.

En 1974 estrenó una obra que acabó titulándose Isabelita la Miracielos, como apodan a la tonta del pueblo, aunque vemos que finge serlo para sobrevivir. El pueblo está dominado por la hermana del alcalde fascista, que explota a Isabelita y organiza su violación grupal para tenerla sometida. Ella se tira por un balcón, pero cae sobre unos toldos y no muere, aunque su vida carece de sentido por ser un fracaso inútil.

Teatro social alegórico

Además de estas obras mayores López Aranda compuso piezas cortas, para el café teatro de moda en los años setenta en Madrid. En ellas utilizó la alegoría para escenificar la situación trágica de aquella España incapaz de superar los estigmas de la guerra. Algunas de ellas se acercan al teatro de la crueldad definido por Antonin Artaud. Así, en Esperando la llamada, no estrenada ni publicada, con dos únicos personajes, un joven matrimonio en el momento de romperse. La muchacha trabaja para que su marido escriba novelas que las editoriales rechazan. Ella se marcha a parir en casa de sus padres, y él queda junto al teléfono esperando la llamada de una editorial, pero cuando suena el teléfono no se atreve a responder por miedo a escuchar otra negativa. Se sabe fracasado como marido y como escritor, por lo que seguirá esperando sin esperanza.

Otra espera más cruel inspira La espera, en donde una mujer y sus dos hijos están en un cementerio, en el que se oyen disparos de ejecuciones. La madre y el niño mueren tiroteados, y ella en un esfuerzo final encomienda a la niña que se siente a esperar, no le explica qué. Pero lo que todos esperamos es la muerte, y más en un país en el que se fusila continuamente, como en la España de la inmediata posguerra. Son tres fracasados sociales.

También evocamos a España en La cita, porque ocurre en un país dominado por un ser monstruoso físicamente, del que no se facilitan datos. Le sirven como criados un padre y su hijo. El joven quiere escapar del lugar, pero el padre le asegura que es imposible conseguirlo, debe resignarse a su suerte, como hicimos los españoles bajo la dictadura. Al fin el amo los mata por eso, porque es el amo y hace lo que quiere, como tantos republicanos fueron fusilados sin un juicio justo. Son fracasados circunstanciales.

La intención alegórica se acrecienta en El asedio, representación de un mundo dominado por ratas gigantescas, a las que cada familia debe pagar el tributo de echarles un cuerpo vivo cada semana. Se establece un mercado muy negro, para comprar cuerpos de moribundos, y una familia engaña a dos ciegos amigos para entregarlos a las ratas. La humanidad aviva sus peores instintos de supervivencia, y demuestra más crueldad que las ratas. A los espectadores no hacía falta explicarles la simbología de las ratas.

López Aranda calificó de “tragedia bufa” una farsa titulada Los extraños amantes, estrenada en un café teatro en 1974, con dos únicos personajes, llamados Ella y Él. Se conocen en un cementerio, porque dicen ser viudos en visita a la tumbas de sus cónyuges, pero vamos descubriendo que no son lo que dicen ser, sino dos pobres fracasados sociales.

El conflicto de las dos españas se patentiza en Las herederas del Sol, drama terminado en 1977. Se sirve de dos hermanas solteras encargadas por un hermano exiliado de educar a sus dos hijas. Las tías defienden ideas políticas opuestas, una es marxista y otra fascista, pero las pupilas siguen ideas contrarias a las de su maestra. La joven educada según conceptos tradicionales se marcha con su novio, y quedan en la casa la rebelde y su tía ultraconservadora, que la avasalla y cierra con llave la puerta de la casa para que no pueda escapar. La derecha tiene el poder y no lo suelta, como es frecuente en la historia de España. Las tías han fracasado en la educación de las sobrinas, que son contrarias a sus pensamientos, y el fracaso mayor es de la joven indómita encerrada sin escapatoria con una guardiana feroz.

Cronista de un mal tiempo

El teatro de Ricardo López Aranda es una crónica alargada de la España que nos tocó sufrir, durante una posguerra interminable. La escribió desde el realismo que veía a su alrededor, escenificando situaciones cotidianas que pudieron ser verdaderas. Realizó una incursión en el estilo realista, como lo requerían los temas descritos, desglosado en dos direcciones, la social que pone en escena a los personajes en su cotidianidad, y la alegórica que los disfraza para darles un carácter generalista sin sujeción a un tiempo y un espacio determinados, pero siempre reconocibles.

Le interesaron los fracasados, porque nos hartaban los vencedores de la guerra con sus cantos triunfales. Y los buscó también en la Grecia clásica, en el Sacro Imperio Romano Germánico durante su esplendor, y en la España romántica, porque siempre existen fracasados en todos los lugares y en todas las circunstancias. Sin embargo, dedicó la mayor atención a representar la sociedad de la España de su tiempo, habitada por tristes seres derivados de la guerra, que por haberla perdido son unos fracasados a quienes no les queda ni siquiera una esperanza. Ellos también hacen la historia. Y el teatro.

– Exposición: Ricardo López Aranda
Biblioteca Central de Cantabria. Sala Piti Cantalapiedra.
Hasta el 18 de octubre de 2021.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio
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