La extrema derecha quiere apoderarse de Europa
Por David Broder*
“Solo hay una pregunta el día de la votación: ¿Quieres una Europa islamizada o una Europa europea?”.
Esta tajante disyuntiva fue planteada por Marion Maréchal, la estrella emergente de la extrema derecha francesa, en el lanzamiento de la campaña de su partido para las elecciones europeas de junio. En un discurso provocador, habló de una Europa asediada por “muchas potencias extranjeras y organizaciones islamistas que se benefician de la inmigración anárquica en sus esfuerzos de desestabilización, subvirtiendo a nuestra juventud, organizando algo parecido a una Quinta Columna en nuestros países y reclutando a sanguinarios soldados yihadistas”. A ella se unió una retahíla de oradores que lamentaron un proyecto europeo secuestrado por activistas LGBTQ, ecologistas fanáticos e ideólogos antioccidentales.
Sin embargo, pese a toda la ira apocalíptica, no se trataba de un llamamiento a abandonar la Unión Europea. Aunque el partido Reconquista de Maréchal acusa acerbamente a las élites de orquestar una Gran Sustitución de cristianos por musulmanes, en realidad busca su propio lugar en los pasillos del poder. En todo el continente, el objetivo de los partidos de extrema derecha como el suyo no es salir del bloque, sino, cada vez más, apoderarse de él. En este proyecto, tienen un modelo: la primera ministra italiana, Giorgia Meloni.
Meloni ya es una inspiración para la extrema derecha europea. Como jefa de la coalición de derechas en Italia, ha autorizado ataques contra grupos LGBTQ y organizaciones que brindan rescate a inmigrantes, la adquisición de la televisora pública y un intento incesante por cambiar la Constitución a fin de ampliar el poder ejecutivo. Pero es en el continente donde realmente se ha distinguido. Combinando un atlantismo acérrimo —tanto en el compromiso con la OTAN como en la defensa de Ucrania— con una oposición implacable a la inmigración y la política climática, se ha convertido en una fuerza importante en Europa. A la extrema derecha europea, que está pronta para un avance, Meloni le está abriendo el camino.
Desde su llegada al poder en octubre de 2022, Meloni ha impresionado a muchos con su enfoque pragmático y el abandono de sus anteriores críticas a la Unión Europea. En Bruselas, ha desarrollado una reputación de ser una diplomática hábil. La bautizaron la “encantadora de Orban”, por ejemplo, tras ayudar a convencer al primer ministro de Hungría de que no vetara la ayuda de la Unión Europea a Ucrania este año. El cambio de opinión de Viktor Orban no ha sido gratuito —la Comisión Europea también otorgó 10,200 millones de euros, o 10,800 millones de dólares, en fondos antes retenidos para su gobierno— pero de cualquier manera Meloni fue clave para persuadirlo.
Este éxito diplomático ha llevado a algunos a sugerir que Meloni no está siguiendo la línea, sino marcando la agenda. En un reportaje muy difundido en Italia, Fareed Zakaria, de la CNN, elogiaba la labor de Meloni diciendo que era la “época de Meloni” en Europa, comparando su posición con el papel de liderazgo que desempeñó Angela Merkel, la anterior canciller alemana. En política económica, la afirmación es exagerada; la economía italiana, aunque en crecimiento, no está ganando terreno. Pero la comparación no carece de mérito. En varios ámbitos, Roma está dirigiendo a Bruselas.
Por un lado, Meloni ha estado al frente de los planes para externalizar aún más la vigilancia fronteriza del bloque a países autocráticos del norte de África. En julio del año pasado, estuvo en Túnez para anunciar un acuerdo que frenaría la inmigración a través del Mediterráneo; el mes pasado, hizo lo mismo en Egipto. En ambas ocasiones estuvo flanqueada por la máxima funcionaria europea y presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, quien en enero le dio su bendición a la visión más general de Meloni sobre las relaciones entre la UE y África. Aunque el bloque esté acordando normas nuevas para procesar a los inmigrantes una vez que llegan al continente, Italia trabaja para garantizar que nunca lleguen.
Meloni también ha sido una piedra en el zapato para la transición ecológica del bloque. Criticó al Pacto Verde Europeo, un conjunto de medidas legislativas en materia de medioambiente, de ser “fundamentalismo climático”, y ha intentado sistemáticamente frenar o detener las políticas ecológicas. A menudo, Italia ha actuado sola o con poco apoyo en estos esfuerzos. Sin embargo, en febrero, Meloni fue una de las principales oponentes a la ley de restauración de la naturaleza, que pretende reparar los ecosistemas dañados de todo el continente.
Es revelador que a Meloni se le uniera en esa votación el Partido Popular Europeo, de centroderecha, el mayor grupo de partidos de Bruselas, que incluye a los democristianos alemanes. El grupo, que ya había intentado reducir los compromisos climáticos del bloque, llamó a la propuesta un ataque a los agricultores, que en fechas recientes realizaron protestas en toda Europa. Gracias a algunos parlamentarios disidentes de centroderecha que votaron a favor, la legislación se aprobó. Pero las esperanzas de los líderes de la centroderecha de frustrar la prohibición de nuevos autos con motor de combustión apuntan a una mayor colaboración en el futuro.
Las encuestas previas a las elecciones de junio sugieren que las fuerzas de centroderecha y extrema derecha van rumbo a obtener alrededor del 50 por ciento de los escaños en el Parlamento. Para muchos de la derecha dura, esto ofrece la oportunidad de acabar con la gran coalición de socialistas y democristianos que históricamente ha dominado la política europea, y crear en su lugar una alianza de derechas que ocuparía los cargos más importantes. En la práctica, esa cooperación es difícil: los líderes de centroderecha afirman que se asociarán solo con partidos pro-UE, pro-OTAN, pro-Ucrania y pro-Estado de derecho. Esto excluye a una buena parte de los partidos de extrema derecha europeos, al menos por ahora. Sin embargo, sí permite acoger de lleno a Meloni.
Las fuerzas más radicales, siguiendo el ejemplo de Meloni, se están recalibrando. En la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, en Francia, las principales figuras se están retractando de sus anteriores posturas críticas contra la OTAN y distanciándose de la más intransigente Alternativa para Alemania. Orban, durante mucho tiempo una oveja negra en los asuntos europeos, también quiere salir del aislamiento antes de que Hungría asuma la presidencia del bloque en julio. Él afirma que se unirá al Grupo de Conservadores y Reformistas Europeos, el grupo liderado por Meloni, tras las elecciones de junio, una posibilidad que supuestamente no es desagradable para el grupo, aunque la actitud indulgente de Orban hacia Rusia podría ser un obstáculo.
El grupo de Meloni, dominado por su partido Hermanos de Italia y el polaco Ley y Justicia, no es el único hogar europeo para las fuerzas de extrema derecha. También está el grupo Identidad y Democracia, que incluye a la Agrupación Nacional francesa y a la Liga italiana. Las relaciones entre ambos grupos no siempre son armoniosas. En marzo, Le Pen acusó duramente a Meloni de planear la reelección de Von der Leyen al frente de la Comisión. Matteo Salvini, líder de la Liga, insiste en que los derechistas deben negarse a trabajar con los centristas.
Aun así, las encuestas sugieren que los dos grupos obtendrán juntos alrededor de una cuarta parte de los escaños, lo que deja a la extrema derecha con mucha más influencia, independientemente de quién ocupe el primer puesto. Lejos de querer desmantelar la Unión Europea, estos grupos de extrema derecha apuestan ahora por imprimirle su propio sello: crear lo que Maréchal denomina una “Europa de la civilización”, en lugar de la tecnocrática “versión de Europa de la Comisión”. Meloni, por su parte, parece convencida de que ambas cosas pueden ir de la mano.
* Historiador, editor de Jacobin Magazine (EEUU) y autor de First They Took Rome (Verso, 2020). Este artículo apareció originalmente en The New York Times.
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