La fiebre de las algas

La fiebre de las algas

Por Silvia Ribeiro*

Las algas están de moda. Para consumo o para salvar el clima y de paso el planeta, no hay límite para las exageraciones que rodean a esta industria en la que nuevos inversores y grandes trasnacionales ven una lucrativa fuente de negocios y prometen todo tipo de beneficios

Al paso de esas promesas, muchas falaces y no probadas, la extensión de megaplantaciones industriales de algas marinas conlleva serios impactos sobre el ambiente, los ecosistemas marinos y las comunidades de cultivo tradicional y artesanal de algas.

La promoción en la década pasada de grandes cultivos de algas para “bio” combustibles fracasó, tal como pasó con otros insumos “nuevos” para ese fin, por sus altos costos, difícil adaptación y bajo rendimiento. No obstante aumentó notoriamente el uso como insumo y aditivo en alimentos industriales procesados (por ejemplo, la carragenina), rubro controlado por grandes trasnacionales de agroalimentación como Cargill, DowDupont y FMC.

La explosión de avidez empresarial más reciente es su uso como “carbono azul”, o sea, cultivo industrial de micro y macroalgas para capturar carbono de la atmósfera y vender los supuestos créditos generados en mercados de carbono, como “solución” para el cambio climático.

El consumo y uso de algas en muchas regiones costeras del mundo, especialmente en Asia, es milenario. En sus contextos tradicionales, donde las comunidades usan algas a partir de su recolección y cultivos artesanales, muchas especies de éstas son elementos importantes de los ecosistemas y para la biodiversidad, brindan abrigo y alimento a muchas otras especies, así como sustento a comunidades locales costeras, pescadoras e indígenas.

Los nuevos usos industriales son una amenaza a todo ello. El reciente reporte El espejismo de las algas, de Grupo ETC y Jim Thomas, analiza cuáles son las promesas, los mitos y los impactos de la nueva ola de promoción industrial de las algas, información relevante sobre una industria llena de falacias y riesgos poco conocidos (https://tinyurl.com/twxddajk).

Quizá el mito más dañino de esta industria es su supuesto potencial como sumidero de carbono, a partir de macroalgas tipo kelp, debido al agresivo empuje de inversores y multimillonarios. Paradójicamente, el potencial para captar y mantener carbono almacenado en forma permanente es muy limitado o directamente negativo: los cultivos industriales de algas podrían ser emisores netos de dióxido de carbono. Al crecer, las algas absorben carbono, pero estudios muestran que sólo un porcentaje mínimo queda fijado en los sedimentos del fondo oceánico, no hay evidencia de que permanezca allí, es decir, que pueda ser considerado “secuestrado”. La mayor parte del carbono que absorben las algas se vuelve a emitir como parte de su ciclo de vida, en la cadena alimentaria marina o a en el consumo. Un estudio de 2022 (Gallagher, Shalmoff y Layton https://tinyurl.com/2vk36cek) muestra incluso que tomado todo el ciclo de vida y su interacción con los ecosistemas marinos, los cultivos industriales de algas son emisores netos de cantidades significativas de dióxido carbono.

Otros mitos que se cuestionan en el reporte mencionado incluyen la velocidad de crecimiento de las algas –que se extrapola de pocas especies–; la ilusión de que el océano es un espacio “vacío” para hacer plantaciones, cuando en realidad es un ecosistema complejo, frágil y amenazado por muchos factores; que la siembra de algas es siempre buena para el ecosistema marino. Sobre este último mito, es importante ver los impactos terribles de las megaplantaciones de algas en China (para uso alimentario industrial) que han producido la aparición de nuevos patógenos, el desplazamiento y contaminación de especies nativas y la devastación de ecosistemas con el florecimiento descontrolado de algunas especies de cultivo, que hasta provocan falta de oxígeno en capas del océano afectando a otras especies.

Además, los proyectos industriales planean cultivos de miles de hectáreas, lo cual hace sombra a otras especies y al morir –o ser hundidos en forma intencional para reclamar créditos de carbono– el depósito de un extenso manto de biomasa muerta sobre el fondo marino es un fenómeno sin precedente, que estudios científicos ven como altamente problemático. Pese a ello, hay empresas comerciales que ya están haciendo experimentos con macroalgas en México y Panamá para su cultivo a gran escala para vender créditos de carbono.

La mentalidad de quienes promueven cultivos industriales de algas es similar a la de las empresas madereras y de plantaciones de árboles, que quieren hacer creer que se trata de bosques. En realidad son monocultivos que desplazan a las especies nativas, que traen enfermedades y plagas, ocupan los ecosistemas naturales de algas y de cultivo artesanal. Al igual que con las plantaciones de árboles, los empleos que las empresas –y el Banco Mundial– prometen generar con el cultivo masivo de algas son exagerados, mal pagados y en malas condiciones, incluso en contratos con comunidades costeras para su autoexplotación que los hace dejar sus sistemas tradicionales, divide y enfrenta a las comunidades. Por sus muchos impactos, es importante parar la expansión del cultivo industrial de algas.

* Investigadora del Grupo ETC.
“La Jornada”

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