La fiesta nacional como sacrificio humano
Por Nònimo Lustre
En el siglo y el milenio pasados, cuando mi hijo cumplió cinco años le llevé a la madrileña plaza de Las Ventas para que observara su primera corrida de toros -las corridas estaban prohibidas para los menores de 14 años pero el pueblo llano ignoraba olímpicamente semejante ley. Como gruñía un frío desapacible, aquella tarde no disfrutamos de los preceptivos “sol y moscas”. Jaleado por unas comadres del aún no gentrificado barrio de Malasaña, mi ‘idolatrado vástago’ aprendió los rudimentos de la jerga taurina: llamó engañador al burladero y describió la ejecución de la suerte suprema con un contundente “le ha metido la espada hasta el manillar (el pomo o los gavilanes del estoque)
Cuando informé a mis amistades -como corresponde a los viejos aficionados, mucho más taurófilas que toreristas- de que servidor había perpetrado un sacrilegio (tauricida) y un infanticidio (educacional), se apesadumbraron pues me creían un taurino de pro. Y lo era -y lo soy- porque la Ciencia Infusa me enseñó el comportamiento del Bos primigenius taurus y los hermanos belgas Rosny me enseñaron que los bóvidos prehistóricos aurochs y uros fueron los bisabuelos de los actuales toros de lidia.
Sin embargo, pese a la ciencia infusa y a las novelas pleistocénicas -ciencia ficción hacia atrás-, hoy manifiesto públicamente mi posición frente a las corridas de toros y frente a las polémicas sobre los premios a la tauromaquia. Dicha en pocas palabras: no voy a hacer nada, ni a favor ni en contra de la desaparición de la Fiesta Nacional. Sin embargo, heme aquí explicando mi neutralidad -falsa, porque es partidaria de la desaparición de todo lo Nacional, empezando por la más sacrosanta de sus Fiestas. Continúo: acogerse a una declaración sobre lo ‘nacional’ es una no-muy-discreta manera de salirse por la tangente. Por ende, ¿Cuál es mi primera oposición a los comentaristas ‘de izquierdas’ que dizque han encontrado la mejor vereda para abolir la Gran Fiesta?: que se centran en el sufrimiento del toro proclamando que “la tortura ni es arte ni es cultura”. Por supuesto que el bóvido sufre -negar lo contrario es un delirio digno de ser tratado desde la escuela primaria y desde la psiquiatría. Los buenos aficionados somos taurófilos de corazón y hemos comprobado cientos de veces que el Bos primigenius está totalmente aterrado desde que pisa la arena. Pero el torero también está absolutamente estresado desde que se enfunda el traje de luces.
Sería una soberana majadería comparar el malestar de los toros y el propio de los toreros. Del primero no sabemos si el cuadrúpedo sabe que va a sufrir tortura y muerte. Pero el segundo, el torero matador, sabe íntima y positivamente que puede morir en el ruedo. De esta insalvable distancia en los respectivos conocimientos subjetivos, sólo podemos colegir que la Fiesta es un deplorable sacrificio animal… y, muchísimo más allá de la tristeza, también y por encima de todo, es un sacrificio humano. Precisamente, esta es la razón que me aleja de los izquierdosos -lamentamos que, en estos días buenistas, siendo los dos conceptos harto loables, el bienestar animal haya oscurecido el bienestar humano. En cualquier caso, un aserto asaz concluyente para mis entendederas, requiere una breve justificación. Hela:
En el orden más general, que la Fiesta Nacional sea un sacrificio humano es absolutamente cónsono con la nación iberoamericana. Limitándonos a España, es obvio que su Historia es cainita por antonomasia -y duradera y hasta estructural desde el franquismo y el postfranquismo. Pero ello no nos autoriza a fijar la fecha en la que se instauró como sacrificio humano. Sería más exacto afirmar que tan infame ocasión estalló cuando las corridas se convirtieron en deporte. Dicho con otros modos: cuando derivó de la supervivencia del ganadero y/o cazador al lujo suicida del que ya no necesita las aclamadas ‘proteínas de origen animal’. O cuando torear ya no fue salir de la miseria absoluta (“más cornás da la jambre”) hacia esa miseria relativa que todavía hoy encandila a los maletillas. ¿Cuándo fue eso?: por aproximación arbitraria, diría que cuando se desvanecieron durante la posguerra los “años del hambre’. En ese momento, el sacrificio humano, la estética y la influencia de los toros, hasta entonces patria exclusiva de los empobrecidos, se había extendido a otras clases sociales por mor de eso que llaman idiosincrasia nacional (¿) y por mor de la penicilina, llegando hasta los círculos aventureros de la burguesía -seguramente, parte de esas señoritingas Juntas se apuntó a la Fiesta desde que, mimada por el Poder franquista, los patrióticos peculios del Tesoro fueron desviados política y fraudulentamente desde la nonata opulencia del Ahorro Común hacia la extensiva ganadería de lidia.
En el orden particular, el susodicho fraude contra el Tesoro del Común es glorificado como la mejor forma de proteger la Naturaleza del coto -pero no dicen lo mismo cuando observan otras ganaderías extensivas. Y los naturalistas tendrían razón… pero poca puesto que es un hecho muy limitado que los señoritos dejen que los jornaleros se atrevan a entrar en los cercados, no sólo como suicidas toreadores clandestinos, sino también como recolectores de caracoles, espárragos, etc., que algo quitan la jambre extrema y el impulso transgresor pero, repito, son muy raros los ejemplos de tolerancia señorial.
En cuanto al toro de lidia en sí, está bien que se proteja una variedad del Bos primigenius pero, ¿dicen lo mismo de tantísimas otras variedades y subvariedades, de animales y de vegetales, mucho más amenazadas? Evidentemente no: ¿por causa de un supuesto ecologismo selectivo o por culpa de la sagrada cuenta de resultados? El toro bravo es un producto carísimo que, para la casta señorial, hace rentables unos grandes espacios que, además, requieren poca mano de obra -léase, pocos conflictos laborales. Sin embargo, no son trigo limpio puesto que las fincas para lidia son la clara consecuencia de un latifundismo cuyas propiedades fueron arrebatadas al pueblo de turno -dicen los señoritos de vetusta alcurnia que unas veces desde el Medioevo pero, ante tamaña exageración, otros dicen que desde el desmesurado saqueo del franquismo. En ambos casos -a veces son el mismo-, la Unión Europea les regala el Tesoro europeo mediante el famoso PAC cuya distribución es de todos conocida: millones de euros para cuatro ricos y cuatro céntimos para millones de empobrecidos.
Todas estas cuestiones van más allá de la solución educativa. Mientras no interioricemos que el sacrificio es humano, de nada servirán las bondadosas aulas. En la enseñanza, el buenismo perderá terreno aunque el bienestar animal se traduzca en leyes. Y ello por un motivo enraizado en la antes citada idiosincrasia nacional (¿qué será esto?) tan practicada en la Invasión de las Yndias: no se aplicarán… salvo cuando lo exija la cuenta de resultados. Lastimosamente, si la guerra se desarrolla más allá de las fronteras de la Patria Taurina -Gaza, Yemen, Sudán-, tampoco se aplicarán en España las leyes dizque humanistas de pobreza monitorizada -i.e., seguirá habiendo maletillas.
Para concluir, vamos al espinoso dilema arte-versus-cultura: el arte de Cúchares, ¿es realmente arte puro, es circo o es anquilosado museo de tortura? De entrada, los fanáticos taurinos botarán a la basura al circo y sus razones tendrán que les ahorro. En cuanto al arte, confieso que servidor lo ha contemplado en la arena… si por arte entendemos excelsa armonía elevada a la enésima potencia por la hipotética muerte en la plaza. Pero, ¿acaso la muerte no excluye toda otra agencia humana? Pues sí, de ahí que ningún sacrificio humano pueda ser considerado artístico puesto que la vida humana es un valor supremo, no así el sacrificio del animal -salvo para los jainitas. En cuanto a la cultura hispana, el dilema se resuelve solo: es cainita por definición y por historia. Ergo, parece imposible que arte taurino y cultura nacional sean medianamente compatibles. Ergo estamos ante un dilema insoluble… excepto si incluimos en la ecuación el concepto de sacrificio humano.
Bibliografía: tras años de experiencias taurinas -desde las tientas hasta los encierros populares y, por supuesto, las plazas-, más que en el Cossio de 1943, desde niño aprendí en ABC las crónicas dizque ‘costumbristas’ de Díaz-Cañabate. Pero, sobre todo, aprendí en las reseñas ‘técnicas’ de Gregorio Corrochano (ABC, hasta 1961). Finalmente, incluso he redactado algunos ensayitos taurinos. Velay tres ejemplos:
“En 1993, en plena guerra del Congo-Ruanda-Burundi, los famosos gorilas de montaña sufrieron algunas consecuencias del conflicto. Pues bien, El País dedicó a cada gorila en apuros el espacio equivalente a 23,3 ruandeses muertos y a 25.510 refugiados. Pese a tan impúdica desigualdad, no podríamos decir que ese nauseabundo diario es racista puesto que, si los ruandeses son negros, también lo son los gorilas” (en AP, De sexo y tauromaquia; abril 2010, 500 palabras)
“Un canal de televisión del Grupo Prisa se aprestó a transmitir las 23 corridas de la Feria de San Isidro con “el planteamiento de que las corridas de toros son como una película de acción y suspense… Pero, cuánto más lenta y previsible es la faena más disfruta el matador y más aplaudimos los aficionados; ambos sujetos, el individual y el colectivo, huimos de la acción y del suspense -la acción en lo toros se limita a la cogida, ese deplorable vértigo que arruina la contemplación” (AP en El toro de sílice. Prognosis sobre la tauromaquia mecánica; 2015, 3000 p.)
“La tauromaquia es un sacrificio humano. Y me molesta que, entre el panteísmo virtuoso y el humanitarismo de moda, el Parlament [de Catalunya] haya dado prioridad al animalismo en detrimento del humanismo… Es un sacrificio al que los Hombres se prestan ¿voluntariamente?… Occidente tiene una larga tradición de castigar el suicidio –incluso con ahorcamiento público como ocurrió en la Inglaterra victoriana… Pero, no siendo el infrascrito ni Estado ni creyente ni suicida, sólo puedo concluir: ¿quién soy yo para prohibir el suicidio?” (AP, en Los renglones torcidos de la diosa Gea. “In memoriam de Joaquín Arcollas y Francisco Galadí, banderilleros-hojalateros de la CNT asesinados en 1936 junto a F. García Lorca, D. Galindo y F. Roldán”; agosto 2020; 6.700 p.)
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