La inutilidad de la antropología
Oscar Pantoja. LQSomos. Septiembre 2017
Hace algunos años, cuando el euro estaba a punto de salir de los cajeros, los colegas nos juntábamos para averiguar cómo llamaría el pueblo llano a la nueva moneda. Si la peseta se conocía con mil nombres -pela, pasta, viruta, manteca, etc.-, era más que previsible que el euro tendría motes antes de una semana. Nos equivocamos; años después, el euro sigue sin tener un mote indiscutido. Y también nos equivocamos con los apodos que se nos fueron ocurriendo -oro, uro, duro, etc.- porque, aunque la decisión final está lejos de vislumbrarse, el respetable vulgo parece inclinarse poco a poco por el muy tradicional pavo cuyo poderío se extiende hasta las pounds esterlinas: “Esto cuesta 20 pavos y en Londres valdría 40 pavas”.
Rotundo fracaso, pues. En el caso que hoy nos ocupa -la revolución catalana-, también tenemos muchas probabilidades de errar. Y es todavía más probable que no sepamos analizar su componente nacionalista: ¿es menor o es mayor? No lo sé. Debo limitarme a los más notorios entre los epifenómenos-no-tan-epidérmicos. Por ejemplo, las declaraciones de aquellos que dicen ser “no indepes pero sí votantes”. En la trinchera de enfrente, es seguro que el nacionalismo español, está de fiesta porque ya tiene un enemigo interno clarísimo. En consecuencia, en los próximos días quisiera ver a esos intelectuales fisnos que hoy aúllan contra los catalanes; pasado mañana, además de cumplir con la consigna de carcajearse de los escasos votantes o de condescender con algunos votantes, ¿serán igualmente feroces con los fachas de la rojigualda? Capciosa pregunta, vive dios, porque es obvio que los fisnos ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio.
Todo lo más, algún erudito a la violeta se estrujará el cerebelo preguntándose -retóricamente- ¿esto ha sido uno de los últimos estertores del nacionalismo que anuncian el advenimiento de la uniformidad planetaria? A lo que seguirá una metafísica en lata de tomate fabricada para esquivar una clamorosa obviedad: que las dicotomías dispersión/concentración, formalidad/informalidad, homogeneidad/heterogeneidad, universalismo/localismo y etcétera, se rigen por la ley física de la Acción-Reacción: a la acción X, siempre se le opondrá una reacción Y de igual fuerza y sentido contrario; es decir, una oposición -X.
Si resulta que para concluir un cálculo sobre el nacionalismo -tema que se supone cercano a la Antropología- hemos tenido que recurrir a la Física, entonces: ¿la Antropología es inútil?, ¿inútil como el aire que no podemos embotellar, inútil como el agua que no podemos beber, inútil como la tierra ajena, inútil como el fuego que quema a Los Otros? Si ya se me ha perdonado este absceso de prosa ripiosa, continúo: No, inútil como el arte cuando pretende empaquetar la belleza pero extremadamente útil cuando gira sin rumbo y se estrella solateras -vaya, he recaído y encima crípticamente, perdón de nuevo-. En menos palabras: es inútil y, para mayor inri, está peleada con la literatura. Por ende, dejémosla para que sea sustituida por otra ciencia social no menos resbaladiza: la Politología.
Prognosis chachi piruli
Es posible que mañana sea el último día de la revolución catalana. Lo lamentaría de corazón pero es ley de vida entre los relámpagos. Después de enfrentarse a la inquina de los paniaguados, a las armas físicas del Estado y, todavía peor, a la grisura del vasallaje español, mañana domingo la veterana o bisoña, pequeña o grande, ciudadanista o de clase, revolución del pueblo catalán tiene que vérselas con su peor y más insidioso enemigo: no los picoletos -que también- sino las urnas.
¿Por qué es peligrosa esa rotunda “expresión de la voluntad popular”? Porque el Estado juega en su campo y los cuantificadores, ni te cuento. Pero hay más: a mi juicio, porque casi todas las revoluciones europeas -después de estallar-, se aceleran por alguna veleidad de la burguesía. Una parte sustancial de Ella se siente revoltosilla, visita por primera vez los barrios malos y, quién sabe si conmovida realmente, no frena a tiempo. Así mesmo ocurrió en Mayo 68, en el 15-M español y ahora en Catalunya. Pero, cuando las cañas estatales se vuelven lanzas, entonces la burguesía se queda con el Símbolo para mercantilizarlo y los revolucionarios, ¡ala!, a lamerse los goces y las heridas en la estacada -de ahí, ese perspicaz “Roma no paga a traidores”, glorioso zasca in the face espetado por una diputada de la CUP en el mitin de clausura de la campaña pro referéndum.
Exangüe la Antropología, volvemos sobre sus despojos como la cabra que siempre tira al monte. Reza un diccionario de Antropología -no todo va a ser el inútil mamotreto de la RAE- que el Símbolo es un “objeto u acción que representa alguna idea, concepto o institución” por lo que me pregunto, ¿quién ha entendido que esta revolución catalana es un símbolo? Los plumillas, desde luego que no, imposible les sería amarrados como están a la ‘rabiosa actualidad’; los revolucionarios tampoco porque tienen mejores temas en los que ocuparse. Pero los burgueses, es posible y si lo han entendido en el sentido menos mercantil y más político -léase, simbólico-, entonces malhaya la revolución.
Un dicho popular predica que “la vida es eso que pasa cuando no piensas en ella”. Pues lo mismo podríamos decir de esa expresión suprema de vida que es la asonada y de ese orgasmo de clase que es la Revolución. En el peor de los casos, cuando los listillos desenfundan la pluma, o bien se ha fosilizado o está reducida a simiente para el osario. En el más frecuente de los supuestos, ha mutado en su sucedáneo. Y aun así, queridos aficionados al carpe diem, que nos quiten lo bailao. Y, asimismo, que nos quiten lo que ya mismo estamos maquinando para volver al baile.
Mañana 1-O, la gran burguesía catalana medirá su fuerza gracias a una movilización del productor/consumidor que le sale gratis y cuya fiabilidad será infinitamente superior a la de cualquier encuesta. Obtendrá un dato más, lo integrará en sus análisis de mercado y santas pascuas porque, para Ella, tendrá una utilidad más sociológica y de futuro que estrictamente política. Y es que la gran burguesía es la única clase realmente apolítica puesto que pasa por alto la división izquierdas/derechas –aunque sólo cuando la extrema izquierda es irrelevante.
Ya dije hace unos días que tengo averiada la bola de cristal y hoy añado que nunca entendí de cartas astrales, horóscopos ni tarotes. Tampoco es mi oficio; por ello, me equivoco cuando pronostico el futuro sólo que, en este caso, será bienvenido el error. Pero, por si alguien cree que soy un derrotista, lo negaré y me explicaré: a) los símbolos mueren pero luego resucitan y, como ya han muerto una vez, no pueden morir dos veces, ergo se vuelven inmortales. b) cuando, siempre con las peores intenciones, el símbolo es reducido al rito, el rito lo mata, por tanto, es posible que, habiéndose fijado como meta un rito -votarem-, la revolución se desangre. c) derrotista sería creer que tal será fatalmente el caso pasado mañana lunes pero ni servidor lo ha dicho ‘ni está el mañana escrito’. Repito, resucitar es la costumbre del símbolo.
Mañana y en días sucesivos, lo único que me preocupará será la suerte de los cupaires. Menos los medios de manipulación, todos sabemos que la CUP ha sido el catalizador de esta revolución -la pequeña burguesía y el pueblo soliviantado juegan otros papeles-. Pero, si fracasa la huelga del 3-O, y puede fracasar por la consuetudinaria traición de las centrales sindicales, aumentarán sus afiliaciones… y en proporción directa, la vesania estatal. ¿Alguien es tan pringao como para olvidar que el Estado es memorioso y vengativo por naturaleza?, ¿quién cree que Madrid comenzará un diálogo beatífico para fijar los detalles del famoso “referéndum pactado”? Bueno, quizá lo abra pero con la boca pequeña y sólo para posponer ad calendas graecas ese majadero mito del que se ríen en Madrid.
Esas negociaciones -es un decir-, me aburrirán; los congresistas volverán a lucir su palmito confundiendo la oratoria con la política. Pero, mientras tanto, sobre los cupaires lloverán esas “hostias como panes” que exigía un sátiro del PP. Nadie en su sano juicio puede creer que la venganza estatal se olvidará de aquellos anti-sistema cuya sede fue asaltada por los picoletos sin orden judicial. El Estado no puede olvidar que los picos sufrieron la derrota más amarga y con este adjetivo no me refiero a que tuvieran que ser rescatados por los Mossos sino a algo mucho peor: ¡sus coches fueron violados! Espero que comprendan la magnitud de semejante ultraje todos los herederos del “Adelante, Hombre del Seiscientos / la carretera nacional es tuya”.
En cuanto a la parte contraparte, esas dichosas “fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado” motorizadas y acorazadas para la Invasión de Catalunya, es evidente que al Gobierno le importa un comino esa zarandaja del ‘efecto psicológico’ -de lo contrario, no hubiera fletado el barco de Piolín-. El Gobierno quiere sangre real y los forzudos tienen como lema aquella inscripción de las viejas espadas: “No me saques sin razón ni me envaines sin honor”. Entre ellos se preguntarán: “¿Vamos a regresar a nuestros cuarteles sin hacer nuestro trabajo? Imposible, hostias como panes es lo que vamos a repartir entre los villanos cupaires”.
Por mi parte, cuenten lo que nos cuenten mañana domingo, brindaré con una copa de cava -catalán, por supuesto.