La monarquía es un residuo anacrónico
Arturo del Villar*. LQS. Enero 2019
En el siglo XVIII los vasallos no votaban, ahora tampoco se nos permite elegir la forma de Estado, para mantenernos a tono con aquel tiempo
Este pasado 16 de enero de 2019 su majestad el rey católico nuestro señor, que Dios nos guarde lejos, ha recibido anacrónicamente en el Palacio de Oriente las cartas credenciales presentadas por los embajadores de Antigua y Barbuda, Uzbekistán, Kuwait, Congo, Senegal, Costa Rica y Brasil, países con los que España mantiene unas cordiales relaciones tradicionales, incrementadas en el caso de Brasil desde que tiene un nuevo presidente ultrafachoso.
El acto parecía una película histórica, porque para estar a tono con la monarquía se desarrolló conforme a la usanza del siglo XVIII. Todo aquel asombrado vasallo que vio pasar a la comitiva por las calles más céntricas de Madrid, convenientemente custodiadas por fuerzas policiales, creyó estar asistiendo al rodaje de una película de época, aunque no veía las cámaras. La monarquía es una antigualla impropia del siglo XXI, por lo que solamente quedan siete en Europa actualmente.
El ritual pertenece al siglo XVIII, para demostrar la ranciedad de la institución caduca. Según el protocolo oficial, las señoras deben vestir traje largo, como era propio de aquel tiempo, y los señores frac, uniforme de gala o el traje nacional de los países exóticos. Un alto funcionario de protocolo se dirige a la residencia del embajador para acompañarle hasta el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, en donde es recibido en la puerta principal por el jefe de protocolo, quien lo lleva al despacho del introductor de embajadores, que lo acompañará a la audiencia real.
La comitiva es de película de época. El embajador sube a una carroza del siglo XVIII con los símbolos de la dinastía borbónica, tirada por seis caballos empenachados, conducida por un lacayo disfrazado a la moda del XVIII, y acompañada por cuatro lacayos a pie igualmente disfrazados. Precede la Guardia Real con uniforme de gala, adornado con vistosos cascos empenachados, y un escuadrón de batidores de la Policía Municipal. Cierran el cortejo motoristas y automóviles preparados para mantener el orden, aunque todo el trayecto se halla estratégicamente vigilado por fuerzas policiales, éstas en traje de faena.
Ante su majestad
En el patio ante la puerta principal de palacio hay varios escuadrones formados, con banda de música que interpreta el himno nacional del país correspondiente. El jefe de protocolo de palacio precede al embajador hasta la Cámara Oficial, en donde espera el rey, y anuncia al introductor de embajadores, quien penetra en la sala, hace sumisamente una respetuosa inclinación de cabeza ante su majestad, y anuncia al embajador. El rey viste uniforme de capitán general con las condecoraciones recibidas por el valor que se le supone, con el pecho cruzado por una banda azul, y la cintura por otra roja. Es el mismo uniforme con el que preside los desfiles militares, para demostrar que el reino de España está militarizado: no en balde la actual monarquía del 18 de julio fue instaurada por un militar golpista traidor a su palabra y a España, para perpetuar su régimen genocida, sin que a los vasallos se nos permita mostrar nuestra opinión.
Al entrar el embajador en la Cámara Oficial hace una inclinación de cabeza ante la majestad presente, y si no queda alucinado por su fulgor avanza unos pasos, se detiene, hace otra humillación, y dice lo que todo el mundo sabe: que está allí para entregar las cartas que le ha dado el jefe del Estado, por lo general el presidente de la República, que le acreditan como representante de su país. Avanza entonces hacia la majestad resplandeciente y le entrega el sobre, que el rey pasa al ministro de Asuntos Exteriores, situado tras él, para que lo deposite en una mesita a su espalda. A continuación el monarca le invita a pasar a una salita contigua para mantener una brevísima conversación privada, en presencia del ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación.
El jefe de protocolo le compaña después hasta la Puerta del Príncipe, en donde sube al vehículo oficial, mientras la banda de música interpreta el himno nazional absurdamente llamado Marcha real, porque los reyes no se marchan nunca, hay que echarlos para que se vayan, como se hizo en 1868 y en 1931.
Y así termina la película de época, confirmadora de que la monarquía es una institución rancia propia de siglos pasados, sin ninguna vigencia en la actualidad. Pero dado que en el siglo XVIII los vasallos no votaban, ahora tampoco se nos permite elegir la forma de Estado, para mantenernos a tono con aquel tiempo, en el que, sin embargo, hubo una Revolución Francesa que llevó a la guillotina a sus reyes borbónicos, un procedimiento más radical que la votación.
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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