La mujer, sus problemas
Milagros Riera*. LQSomos Marzo 2015
Empecemos diciendo que el ser mujer ya de por sí es un problema. Recordemos aquella frase que me gustó mucho, “Cómo ser mujer y no morir en el intento”. Creo que es realmente difícil el asumirnos como mujeres, libres, independientes, trabajadoras y luchadoras por un mundo mejor.
Empecemos recordando la frase de Simone de Beauvoir, “La mujer no nace, sino que se hace”. Os diré que a mí siempre me ha asombrado esta afirmación, dicha así de una manera tan abrupta, pero hay que entender lo que quería decir esta escritora que tanto impacto tuvo en varias generaciones.
No nacemos todos iguales, es evidente. Un cuerpo de mujer no es el mismo que el del hombre, tiene otros atributos y ahí reside el encanto de la diferencia. Pero a partir del nacimiento la construcción de la mujer y del hombre en dos entes diferentes comienza. A la mujer se la prepara para ser madre, esposa sumisa… se la prepara para dar la vida. Al hombre, por el contrario, se le prepara para ser guerrero, estar preparado para defender su patria, su hogar y los intereses de los que se benefician con las guerras… se le prepara para dar la muerte.
A la niña se la viste de rosa, se le dan muñecas, y su mamá, cuando tiene tiempo, le enseña a darle el biberón a su juguete. Un niño no hará eso, y si se le ocurre, todo el mundo mostrará extrañeza. Si la dulce nena llora se la consuela, es natural. Al nene se le dirá que un hombre no llora, no se sabe porqué. Al fin y al cabo se tienen los mismos lacrimales, pero esta mal visto.
Así, los dos sexos crecen sabiendo muy bien cuáles serán las funciones que la sociedad les atribuye. Ser madre es natural en la mujer… lo que ya no es tan natural es que esta función de la que depende que la especie se perpetúe, degenere en una esclavitud.
Hay escritores que estiman que esta esclavitud de la mujer no existió siempre. Hubo un tiempo, dicen, en que la mujer y el hombre gozaron de los mismos derechos y del mismo estatuto de personas libres y felices. También opinan que a este tiempo se le llamó la Edad de Oro, y que en el fondo de nuestro inconsciente colectivo, siempre la hemos añorado, tanto los hombres como las mujeres.
El porqué acabó esa época puede estar ligado a la aparición de la propiedad privada. La agricultura llevaba consigo la propiedad de tierras y cosechas y esto atraía a los que querían apoderarse de estas riquezas. La mujer plantaba, se ocupaba de la tierra y de los hijos, el hombre procuraba defender como podía lo que consideraba que era su propiedad… y así la mujer también pasó a ser propiedad del hombre, como los hijos… y así ha seguido hasta ahora, y la sociedad ha generado toda clase de mecanismo para que así sea.
A esto se le llama la sociedad patriarcal en la que los hombres tenían todo poder sobre sus mujeres y sus hijos, hasta el derecho de vida y de muerte. Este derecho ha llegado hasta estos tiempos, ya hablaré de ello. Para avalar este deseo del hombre de apropiarse la mujer y los hijos se crearon los dioses… los dioses masculinos, naturalmente. En tiempos prehistóricos existía la diosa madre, representaba la tierra y sus frutos, encarnaba la fertilidad, pero fue sustituida por el panteón de dioses guerreros. Las diosas también siguieron existiendo durante algunos milenios, pero quedaron relegadas al papel de esposas, amantes y de madres de los hijos del panteón masculino. Hoy día han desaparecido en tanto que diosas, y han sido sustituidas por vírgenes y santas diversas en la religión católica que por aquí nos oprime.
La sociedad patriarcal se extendió por todo el planeta, y hoy día está todavía en pleno auge. Hay sitios en los cuales este esquema constituye un verdadero peligro para la vida de las mujeres. Pensemos en el problema de la ablación, que se practica en África. Pero aquí en Europa se sigue mutilando a las niñas nacidas en ciertas etnias. Esta práctica bárbara suscita poca respuesta de nuestra sociedad -que se dice civilizada-. A veces es castigada, pero con una mínima pena. En otras se hace la vista gorda… se trata de costumbres ancestrales y las victimas son niñas, para qué preocuparse. Y las infecciones siguen matando gracias a esta costumbre que consiste es cortar el clítoris para evitar todo placer y en coser los labios menores, que el día de la boda el marido deberá cortar con un machete. La Asociación Mundial de la Salud protestó contra estas prácticas en Egipto… nada cambió y las muertes continúan…
Pensemos en nuestras hermanas nacidas en el Islam. Cubiertas con sus velos y sus burkas nos muestran a lo que puede llegar la represión contra la mujer que, apoyada por las diversas religiones y los estados confesionales, perpetúan esta esclavitud que tanto favorece a unos y otros.
Todo esto puede parecernos lejano y ajeno a nuestras preocupaciones y no es así. Esas mujeres viven entre nosotros y deberíamos procurar de que por medio de la educación y el dialogo pudiesen liberarse de sus cadenas, ya que los estados europeos que las acogen no harán nada para ello. Construyen mezquitas para así controlar a los creyentes por medio de la religión que les asegura su sumisión. Que las mujeres sean esclavas no es un problema para nadie, solo para ellas.
No hace tantos años nosotras también estábamos obligadas a llevar un velo para cubrir nuestra cabeza en la Iglesia. No solo se nos obligaba a frecuentar este lugar en tiempos de la dictadura, sino que debíamos cubrirnos, llevar faldas y manga larga, Me permito un recuerdo personal. Una amiga mía y yo nos presentamos para oír misa en una ermita a, la que había que llegar atravesando el monte. Como lo hicimos con un pantalón largo -propicio para la marcha-, el curita de turno nos gritó desde el púlpito que nos marcháramos (en aquellos tiempos era inmoral llevar pantalones) y los fieles nos abuchearon. Este recuerdo me llena de alegría, ya que aquello no hizo más que reforzar mi opinión de que aquella gentuza de la iglesia eran unos cretinos represores… Tenía entonces 15 años y nunca he cambiado de opinión.
Pasemos a problemas más actuales. Quisiera comenzar por hablar del aborto, un tema que ha saltado a la actualidad por diversas causas que todos conocemos: elecciones, furor de la derecha contra el hecho de abortar apoyado por la Iglesia o viceversa… en esto como en todo están unidos unos y otros. Para la secta eclesial la opresión de la mujer es uno de los orígenes de su poder.
El aborto aquí es muy restrictivo, y aún así hay regiones en los que no se aplica, como en Navarra. Las campañas histéricas de los antiabortistas -sabiamente orquestadas-, se multiplican. La intimidación hacia los doctores que consienten en efectuar este acto médico y legal no se acaban.
Las mujeres de este país están obligadas muchas veces a refugiarse en Francia, donde el aborto es libre y gratuito, dentro de los plazos legales. Quisiera decir unas palabras sobre como se consiguió esta libertad en el país vecino. Nadie nos regaló este derecho, tuvimos que ganarlo con la lucha, en la calle, con protestas y procesos.
Empecemos por recordar que en la laica Francia de los años 60 la contracepción estaba prohibida y si se conseguía la pastilla con receta médica lo más probable era que los farmacéuticos la negaran y echaran fuera de su comercio con cajas destempladas a quien la solicitaba. Otra cosa no menos asombrosa era que los cursos a las embarazadas para poder dar a luz sin dolor estaban prohibidos, solo se daban en clínicas sindicales. La causa era que Dios, en su infinita bondad, mandó a la mujer parir con dolor… si la mujer no sufre está desobedeciendo la orden divina. En un país en el que existe la separación de la Iglesia y del estado esta ley religiosa se aplicaba a rajatabla.
Con este ambiente es fácil comprender que el aborto estaba prohibido y perseguido. Se llevaba a cabo de manera clandestina y daba lugar a muertes e infecciones. En otras ocasiones provocaban la esterilidad femenina.
Las cosas empezaron a cambiar a raíz de lo que se llamó “el proceso de Bobigny”, donde una joven y su madre fueron inculpadas por haber abortado la joven, y su madre como encubridora. Gisela Halimi, célebre abogada francesa defensora de los derechos humanos, tomó su defensa, convocó a la prensa e hizo de aquel caso un proceso ejemplar causando una gran conmoción. La joven fue absuelta.
La agitación pro abortista continuó. Se llevó a cabo el Manifiesto de las “salopes” (guarras) en el que -como aquí se ha hecho recientemente- muchas intelectuales declararon haber abortado. Se manifestó, y se obtuvo el apoyo de muchos partidos izquierdistas. Por entonces el movimiento feminista era fuerte allí.
El gobierno era de derechas, como casi siempre en Francia, pero fue una ministra de ese gobierno quien demandó una ley permitiendo el aborto libre y gratuito. En la Asamblea se hizo insultar por buena parte de sus señorías, tanto de su gobierno como de la oposición. Sin inmutarse les dijo a aquellos energúmenos que sus mujeres y amantes podían pagarse abortos con seguridad mientras las pobres que no podían estaban expuestas a la prisión o a la muerte. Por su coraje, Simone Veil se convirtió en una figura mítica que perdura todavía hoy en día.
La ley del aborto se aprobó con los votos de parte de la derecha y de la izquierda. En el Partido Socialista hubo más votos en contra que a favor. El aborto se aprobó, pero hay que seguir siendo vigilantes para que no nos lo deroguen. Los ataques allí como aquí nunca han cesado.
La aplicación en aquel país, supuestamente laico, también fue difícil. Muchos médicos evocaron la cláusula de conciencia… y algo más grave. Algunos llegaron a practicar el raspado sin anestesia y ante los gritos de dolor de las mujeres se reían diciendo que así no volverían a verlas por allí.
Cuento todo esto para que seamos conscientes de las dificultades de obtener este derecho, que es el nuestro. Abortar no se hace nunca con alegría, todas hemos tenido nuestras razones para hacerlo. Uno de los motivos para llegar a ello es la falta de educación sexual de los jóvenes, aceptada por la Iglesia, que rechaza toda formación al respecto. El PSOE prometió ocuparse de este problema en la anterior legislatura y no lo hizo, ni lo hará ahora. Su sumisión a la secta es grande y este derecho no lo conseguiremos más que con nuestra lucha. No debemos dejar que hombres vestidos con batas blancas o faldas negras dispongan de nuestras vidas y de nuestros cuerpos, pero tendremos que luchar con nuestros compañeros. El problema también es suyo, ya que es diferente que nuestros hijos sean hijos del amor a que lo sean de un accidente. Debemos luchar con ellos. La mujer al obtener su libertad libera también al hombre… es necesario procurar que no lo olviden.
He visto que hace unos días en Valencia han sido inculpadas cuatro mujeres que firmaron el manifiesto auto inculpándose de haber abortado. Están pendientes de proceso y pueden incurrir en penas de prisión. Aquí en Cataluña puede pasar lo mismo. Hay que apoyar a las compañeras de Valencia y estemos vigilantes de lo que pueda pasar aquí.
La mujer tiene otros muchos problemas… sigamos hablando de ellos pero brevemente. Solo se trata de dar pistas, de ponerlos sobre el tapete para que después podamos tener un coloquio en el que cada una -o uno- pueda exponer su punto de vista.
Muchos de sus problemas vienen de la imagen que se le impone desde todos los mecanismos de la sociedad patriarcal, capitalista. La mujer tiene tres sitios que son en los que debe estar: la casa, la cocina y la iglesia… así fue desde hace siglos y así se intenta que siga siendo. Pero la sociedad ha cambiado y ciertos esquemas han saltado en pedazos, por los mismos intereses del capitalismo.
La mujer debía quedarse en casa, pero hoy día es solicitada por la actividad laboral. Su fuerza de trabajo interesa a los patronos y al capital en general, tanto más que sus sueldos son menos elevados y al ser mas vulnerables suelen ser más dóciles, o al menos eso esperan los patronos. La desigualdad de salarios es otro de los problemas que las mujeres deberíamos tener en cuenta y protestar por ello.
Debemos salir de nuestras casas, incorporarnos al mundo del trabajo… hay que pagar la hipoteca y para ello en una pareja tienen que trabajar los dos. Eso está muy bien, el trabajo libera a la mujer, siempre se ha dicho, en él se realiza. Aún así veamos cuáles son las consecuencias de esta liberación. En pocas palabras, se trata de la doble jornada de trabajo.
Una vez de vuelta al hogar, la trabajadora debe convertirse en madre de familia, ocuparse de compras, comidas, que los hijos y el marido vayan bien limpios y que todo reluzca como los chorros del oro, si no la familia mostraría su enfado. No acaban aquí sus obligaciones, también debe estar arreglada, ser amable con su marido, ocuparse de los deberes de los hijos y ser la compañera amante de su hombre. Todo esto se espera de ella y ella cree que está obligada a darlo porque desde siglos así se lo han enseñado. Su pareja le ayuda a veces, pero para él no es una obligación, es ella la que debe ocuparse de todo después de una dura jornada de trabajo… así está mandado.
Esta idea del sacrificio femenino persigue a la mujer durante su vida: debe ser una madre perfecta y una hija amante, ocuparse de sus padres, de sus hermanos y de cualquier miembro de su familia que la necesite. Muchas veces, además de su actividad laboral y de madre, tiene que ocuparse de los padres de su marido o de los de ella, o bien de unos y otros… también esto es algo que se espera de una mujer.
Hoy en día la mujer desea ser independiente y poder cursar estudios, llevar una actividad laboral lo más adecuada posible a sus conocimientos y a su valía. Pues bien, el obstáculo de la maternidad se opone a la realización de sus deseos en muchas ocasiones, no siempre puede pagarse una persona para acompañar a sus hijos, una ayuda familiar tan necesaria para las que desean seguir una carrera. En su trabajo saben que no encontrarán comprensión para sus problemas de madre de familia, si no puede ocuparse de sus hijos y llevar una actividad laboral, que se quede en casa, parecen pensar. Esto lleva a que muchas profesionales se nieguen a tener hijos, viendo la maternidad como una carga. La edad del primer hijo es cada vez mas tardía, los años van pasando y al final abandonan la idea con el consiguiente trauma que eso supone para una mujer. También lo es para el que pensó ser padre y que a veces no comprende las razones de su pareja para no querer la maternidad.
Se da el caso de las que ocupando un buen puesto de trabajo lo dejarán unos años para poder vivir su maternidad. Pero cuando desean recuperarlo en la mayoría de los casos nunca encontraran el mismo puesto que ocuparon y al mismo nivel de responsabilidad. En el mundo laboral la maternidad no es muy apreciada. La mujer desea ser madre, es natural, su cuerpo se lo pide, pero hay que lograr que esta función imprescindible para ella y la sociedad no siga convirtiéndose en un motivo más de esclavitud.
El tiempo pasa, los hijos por fin pudieron encontrar un alojamiento que pagaran durante 50 años y han creado su propia familia. Los dos trabajan -es normal y necesario-, pero también es normal tener hijos, también eso lo manda Dios, y entonces viene el problema de ocuparse de ellos. Las guarderías, escuelas para pequeños, son caras y difíciles de encontrar, para eso están los abuelos. En muchos casos después de una dura vida de labor, la mujer se ve obligada por circunstancias a criar y ocuparse de sus nietos a tiempo completo… eso es una fatiga para ella. Otra vez hay que empezar a criar a los pequeños, pero se debe hacer, sino se desvaloriza, no sirve para nada. Si no puede ayudar a los hijos, -así que hay que hacerlo-, se siente útil. En muchos casos esta responsabilidad, este trabajo, llega a agotar a las mayores. Es la enfermedad de ”la abuelita”, tanto síquica como física. La mujer hasta su último suspiro estará obligada de sacrificarse por los otros, maridos, hijos, padres y nietos, sin poder disfrutar siquiera de su merecida jubilación.
Hay algunas mujeres que no soportan la injusta situación de sometimiento al hombre, que protestan, que reivindican sus derechos y su libertad, en algunos casos esto les lleva a la muerte. La violencia de género, la violencia contra la mujer empieza desde su nacimiento, ya lo he dicho, cuando se le impone una determinada función que la seguirá durante toda su vida. La familia patriarcal, la Iglesia, la educación que está en manos de ésta y del estado capitalista, se encargan de mantenerla en este estado de sumisión del que en algunos casos ella misma no es consciente.
Hay que decir que el hombre sufre el mismo condicionamiento, se le inculca, a través de los mismos instrumentos que a la mujer, la idea de que debe ser viril, en el sentido más violento del término, debe ser competitivo y estar dispuesto a pelearse por la vida, como se dice, la vida es una lucha y solo los mejores tienen éxito. La mujer, una vez conquistada, pasa a ser uno de sus objetos y no está preparado para comprender que es un ser como él que tiene sus prioridades, sus gustos, sus deseos propios y que quizás no sean los del hombre al que está ligada. El deseo de libertad, de ser ella misma que la mujer empieza a expresar, a buscar y a alcanzar en algunos casos, no cuadra con la educación patriarcal que el hombre ha recibido. Su desconcierto le puede llevar hasta el crimen.
Hace unos días, en la misma fecha, murieron cuatro mujeres a manos de sus parejas, al día siguiente hubo cuatro apuñaladas. Contra esta violencia es difícil luchar. Es cierto que lo único que podría erradicarla sería la educación. Educar a los hombres y a las mujeres para que sean iguales, y que sus relaciones se desarrollen en un mutuo respeto, es una labor a largo plazo y además difícil. La Iglesia se opone a que el hombre y la mujer sean considerados iguales. Desde el púlpito se eleva contra esta doctrina demoníaca y aconseja a la mujer resignación y paciencia… es lo que Dios espera de ella, el confesionario está ahí para consolar sus penas. Una de las causas del rechazo de la sangrienta secta de la asignatura para la Ciudadanía es que se hable de esta igualdad. Saben que cuando la mujer obtenga su libertad física y mental será el fin de su “reino en este mundo”, el del otro se lo pueden quedar para ellos.
Hay leyes contra la violencia de género, seguramente no se aplican con suficiente entusiasmo y no es un montón de leyes que van a protegernos. Creo que la única solución sería que tomáramos conciencia del peligro que corremos e intentemos influir sobre los políticos para que las leyes se cumplan. Si nos organizamos en grupos o colectivos en barrios para comprender lo que pasa e intentar ayudar a las más amenazadas quizás conseguiríamos algo. Por ejemplo, cuando una mujer agredida va a comisaría para denunciar los hechos, podíamos acompañarla para que las autoridades supieran que no es un problema personal del que no deben hacer mucho caso. En definitiva… que sepan que es un problema colectivo, de todas.
Sigamos hablando del comercio que el capitalismo hace con nuestros cuerpos, no me refiero a la prostitución, pues de ella podríamos hablar mucho. Se trata de una de las mayores explotaciones de la mujer por parte del hombre. A este tema se le debería dedicar toda una charla. Me refiero al provecho que se saca de nosotras con la manera de vendernos nuestra imagen, de dictarnos no solo lo que debemos ser, sino cómo debemos ser.
La mujer debe ser bella desde su nacimiento hasta su tumba, ahí están los modelos que se nos muestran en cines, publicidad, televisiones, revistas… hay para todas las edades. Cuando están en edad escolar -si se comete la estupidez de mandarlas a colegios religiosos- se las introduce en un mundo imaginario en el que los angelitos de la guarda y los dioses barbudos están a sus órdenes… basta rezar y ser buenecita, es decir cumplir las órdenes que se les da, para obtener todo lo que deseen.
Siendo más mayores las cosas cambian, pero también hay otros métodos para obtener sus deseos. Después de identificarse con princesitas en su infancia, es natural que esperen que se ponga a su alcance cualquier príncipe larguirucho para convertirlas en reinas. El camino infalible para llegar a este resultado consiste en la belleza, en la clase de belleza que la sociedad capitalista impone… y que tan bien hace marchar el comercio.
Ya desde una edad bastante tierna cuando se pregunta a una niña o a una joven qué es lo que le gustaría ser, lo más probable es que responda que artista de cine, top modelo, participante de emisiones televisivas, cantante o cualquiera de esas profesiones que les sirven de modelo a través de todos los medios. Pocas habrán que digan que desean ser grandes científicas o grandes profesionales. Aún así, aunque lo deseen también la sociedad tiene respuesta a esto. Para llegar al éxito en una carrera femenina no basta y, diría yo, casi sobra ser inteligente preparada y buena profesional. No, lo que lleva al éxito es ir bien peinada, llevar vestidos de diseño y usar un buen desodorante… el resto son detalles sin importancia.
Esta es la imagen que la sociedad desea imponer a la mujer, y que indudablemente lo consigue: sé bella y obtendrás todo lo que desees, por ti misma o por conquistar a uno de esos hombres que avanzan en la vida cargados de éxito… un presidente de una república cercana, por ejemplo. Si no quieres estudiar o crees no tener capacidades para ello, no importa: aprende a cantar, tocar la guitarra, bailar y la fama será tuya.
Las cosas nunca suelen suceder como esperamos, el tipo de belleza que se nos impone no está al alcance de todas las jóvenes y esto, mezclado con los problemas que siempre surgen en la adolescencia, provoca verdaderos dramas. La pérdida de imagen, el hecho de no llegar a alcanzar el tipo de belleza soñado lleva a una fijación sobre este tema. Las malas relaciones que pueda haber con su entorno serán achacadas a una imagen negativa de sí misma, y es la anorexia, la bulimia, enfermedades síquicas que cada vez más acechan a las jóvenes perdidas en un mundo en el que se les exige un comportamiento del cual no son capaces.
Estas enfermedades pueden llevar al suicidio y a la muerte. Es difícil salir de ellas. Deberíamos intentar comprenderlas porque nuestras hijas o nuestras nietas están amenazadas. Podríamos, como mujeres conscientes y luchadoras, tratar de hacer comprender a los jóvenes que hay otros valores que los que quiere imponernos esta sociedad para mejor explotarnos. Que la apariencia física no es más que eso, apariencia, un fantasma y que dentro de nosotros anidan sentimientos y sensibilidades que son más importantes y que no debemos dejar ahogar por los que no nos ven más que como una fuente de provecho.
Esto sucede a cualquier edad, las mujeres siguen persiguiendo el fantasma de la eterna belleza durante toda su vida. Con ello engordan a los laboratorios, cirujanos plásticos o institutos de belleza que no dudan en ofrecerles la eterna juventud a cambio de unos buenos dineros. Se llega hasta inyectar un veneno a las mujeres para borrar sus arrugas. Al parecer todo el mundo está de acuerdo con esta práctica y aunque han fallecido algunas mujeres, no son más que daños colaterales para los laboratorios.
El cuerpo de la mujer se utiliza para todo, para cualquier cosa con tal de ganar dinero. Las publicidades están ahí para mostrarlo. Para promocionar cualquier producto se utiliza cualquier imagen de mujer y si se trata de alguna parte íntima mejor todavía. Aquí aún la publicidad se basa en mostrar una mujer, madre de familia rodeada de sus hijos y que ante la mirada bobalicona del marido quita unas cuantas manchas. El otro tipo de publicidad no tardará en llegar, es cuestión de marketing. En el país vecino hay mujeres que han protestado colectivamente por la utilización del cuerpo de la mujer para esta actividad comercial. Para anunciar un coche basta mostrar una teta -aunque no se vea mucho la relación- o bien mostrar a la primera dama de Francia tocando la guitarra.
Como se trata de problemas de mujeres deberíamos pensar que podíamos hacer nosotras para mejorar este estado de cosas, pero no es asunto fácil. Tendríamos que acabar con la sociedad patriarcal, con la Iglesia y su enseñanza castradora, con el capitalismo y su utilización de nuestro cuerpo como objeto comercial. Es un vasto programa.
Empecemos por tomar conciencia de estos problemas y de sus causas… esto no es difícil. El segundo paso es más complicado, pero depende de nosotras. Tratemos de dar una educación adecuada a nuestros hijos, enseñándoles el mutuo respeto que se deben hombres y mujeres, para que respeten la igualdad y las diferencias de cada uno. Alejemos de ellos las ideas religiosas que constituyen el veneno que corrompe nuestras conciencias haciéndonos creer que somos adoradores de un Dios cruel que nos impide ser libres e iguales a unos y otras.
Las mujeres somos cuidadoras, amas de casa, buenas profesionales, amantes esposas. Todo esto y mucho más se exige de nosotras, pero hay algo que también podemos ser. Podemos ser revolucionarias, sí, militar para cambiar esta sociedad capitalista que tanto nos oprime. También para dar a nuestros hijos y a nuestros familiares otros valores que no sean los de esta sociedad podrida y que se sirve de nosotros para exprimirnos como una naranja azul y luego tirarnos cuando ya no podemos dar más provecho. Seamos además de todo lo que somos maestras de vida.
Yo soy mujer, pero no soy feminista. He asistido a muchos combates y puedo deciros que no conseguiremos ser libres si no luchamos con nuestros compañeros. A veces es difícil, pero debemos conseguirlo porque sin ellos, solas, nuestra lucha fracasará aunque a veces consiga alguna movilización con éxito. Para continuar buscando nuestra libertad es necesario que estemos unidos, la lucha de la mujer libera al hombre, sin nuestro apoyo tampoco ellos nunca serán libres.
Debemos gritar a nuestros compañeros alto y fuerte nuestro deseo de libertad, aunque a veces no parezcan deseosos de oírnos, y todos juntos avanzar por el camino que pueda llevarnos a una sociedad en la cual todos podamos ser felices e iguales.
Ya que estamos aquí reunidos aprovechemos para pedir la III Republica. Estoy segura que como mujeres nos sentiríamos mejor en ella, no tenemos porque ser súbditos de un rey, súbditas de nadie… a por la Tercera, que será la nuestra.