La pandemia y el escaso valor de la vida en Colombia y Latinoamérica
Por Félix León Martínez*. LQSomos.
Ya logramos este 2021 un nuevo récord para el país, uno de los primeros lugares en morbilidad y mortalidad en el mundo, por la pandemia del Covid-19, posición destacada que podemos sumar a otras vergonzosas, como la de ser uno de los primeros países en violencia y homicidios, o la de ostentar por décadas uno de los primeros lugares a nivel mundial en inequidad del ingreso
Colombia, en dos semanas más, ingresará al Top 10 de los países del mundo con mayor número de casos de Covid-19. En quince días, al ritmo promedio de 25.000 casos nuevos de la última semana, habrá superado los 3.700.000 casos de España y Alemania, países que hoy ocupan los lugares 10 y 11 en la lista. Sin embargo, el pésimo trabajo de diagnóstico y de seguimiento de contactos a nivel nacional hace suponer que los casos reales, cuando menos, nos deberían situar al nivel de Francia, con 5.700.000. Este país ha realizado cuatro veces más pruebas diagnósticas por millón de habitantes de las que registra Colombia.
En cuanto a muertes, las cifras oficiales registran hoy 92.496, que equivalen a una tasa de 1.800 muertos por causa de la enfermedad por cada millón de habitantes. Esta tasa nos coloca en el puesto 19 a nivel mundial, pero es preciso señalar que ocupamos el noveno lugar entre las naciones con más de diez millones de habitantes y el séptimo entre los países medianos y grandes (con más de treinta millones de habitantes). Cabe señalar que la India, cuya terrible crisis se destaca en los noticieros, hasta ahora alcanza una tasa de 252 muertes por cada millón de habitantes; es decir, apenas el 14 % de la mortalidad que registra Colombia. O, dicho de otra manera, nuestra tasa de muertos por millón de habitantes es siete veces mayor que la de la India.
Al ritmo de más de 500 muertes diarias, de la última semana, habremos superado la mortalidad de Estados Unidos y el Reino Unido en menos de dos semanas (1.841 y 1.874 por millón de habitantes), por lo que, en la práctica, ascenderemos al quinto lugar entre los países medianos y grandes. La sobremortalidad (incremento de muertes sobre la tendencia anual sin pandemia) que registran para nuestro país los informes internacionales, alcanzaba ya un 30 % para abril y el pico actual incrementará aún más dicho porcentaje. Sin embargo, si tenemos en cuenta que cerca de un 20 % de las muertes por Covid-19 no se registran, como bien ha esclarecido el Departamento Nacional de Estadística, habríamos superado la cifra de los 100.000 muertos hace dos semanas, y eso quiere decir, en términos sencillos, que se han muerto dos de cada mil colombianos en el tiempo que llevamos de esta pandemia. Dos por mil, es una cifra que se entiende mejor en nuestro país, debido a la reconocida molestia con un famoso impuesto a las transacciones bancarias, del 4 por 1.000.
Perú, el país con las peores cifras de mortalidad por la pandemia en todo el mundo, tuvo que reconocer más del doble de las muertes que llevaba registradas, pasando de poco más de dos mil a una tasa de 5.592 muertes por millón. Cuando nos corresponda el ajuste, seguramente nos estaremos acercando al 3 por 1.000. Hoy, cinco países latinoamericanos encabezan la lista trágica de la pandemia, con el mayor número de muertes diarias en todo el mundo por cada millón de habitantes.
Para comprender mejor las diferencias entre países, es bueno señalar la sobremortalidad de los que ya se han mencionado. En Alemania, las muertes por Covid-19 elevaron apenas un 3 % la mortalidad regular, mientras que en Francia se incrementó en un 10 %, y en España y el Reino Unido un 17 %, cifras que se explican por las altas tasas regulares de mortalidad, determinadas por el gran porcentaje de población anciana en estos países. En Estados Unidos la sobremortalidad alcanzó un 18 %. En contraste en Perú llegó a un espantoso 123 %. Esta es la verdadera evaluación del impacto y el manejo de la pandemia en los países del mundo. Latinoamérica se lleva todos los premios (Bolivia 56 %, Ecuador 67 %, México 55 %, Brasil 34 %, Chile 23%).
En Bogotá, según la información oficial de la Secretaría de Salud se han diagnosticado hasta ahora 1.023.625 casos y, a 6 de junio, 81.168 ciudadanos se consideran casos activos, con prueba positiva para Covid-19; es decir, 1.048 por cada 100.000 habitantes. Sin embargo, dado el limitado ejercicio de diagnóstico y seguimiento de casos, la cifra real sería cercana al doble, igual que en el resto del país.
Las muertes, oficialmente registradas en esta capital, alcanzan ya 19.782, lo que significa una tasa de 2.538 por millón habitantes o, lo que es igual, se han muerto ya 2,5 bogotanos de cada mil, o sea el 2.5 por mil, pero es preciso destacar que, de los hombres, han muerto más de tres (3,37) de cada mil y, de las mujeres, cerca de dos (1,8) por cada mil. Teniendo en cuenta el subregistro y la mortalidad diaria actual, Bogotá ya estaría superando, en hombres, la cifra del 4 X 1.000, que tan bien entendemos.
Informar que Bogotá tiene hoy 1.048 casos activos por millón de habitantes, es lo mismo que decir que uno de cada 100 bogotanos está actualmente infectado y puede contagiar a otras personas. Si tenemos en cuenta, adicionalmente, el limitado ejercicio de diagnóstico, que parece afectar más a los barrios pobres, quizá cerca de dos de cada 100 bogotanos tenga por estos días la enfermedad activa. Veámoslo de otra manera, un autobús articulado transporta en promedio cien personas, de las cuales, con estas cifras, lo más probable es que uno de los apiñados pasajeros sea un individuo contagiado, capaz de trasmitir el virus a sus compañeros de viaje.
Ante tan alarmante pico de transmisión del virus y el elevadísimo número de fallecimientos que causa, todos los países del mundo habrían ordenado un severo confinamiento, hasta reducir los casos activos y, por tanto, la velocidad de trasmisión del virus. Pocas naciones, como señalamos, alcanzaron cifras de mortalidad tan elevadas y la mayoría, con tasas muy inferiores de contagios y muertes, procedieron a tomar medidas drásticas de confinamiento durante meses y un lento desescalamiento, cuando comienzan a ceder los casos, para proteger la vida de sus ciudadanos. En Colombia, y en Bogotá, se toma la decisión opuesta, la reactivación económica, en el momento más crítico de la pandemia. En la misma dirección, por cierto, han procedido en Brasil y Perú y allí están los resultados, que ya llevan a un presidente a juicio público de responsabilidad.
El problema es muy sencillo: cuando el agua hierve en la tetera, es necesario bajar el fuego en la cocina, no subirlo. La mortalidad por la pandemia se eleva sobremanera cuando los contagios y la transmisión del virus se multiplican, como el vapor se dispara cuando, al subir la intensidad del fuego, el choque de las moléculas alcanza mayor velocidad y el agua llega a la temperatura de ebullición. Si se cierra un poco el gas, las moléculas de agua chocarán menos y las pequeñas burbujas, aunque permanezcan, no se unirán en grandes burbujas. La cantidad de contagiados convertidos en muertos es como la cantidad de moléculas de agua convertidas en vapor. Si subimos el fuego, es decir los contactos sociales en transporte, comercio, trabajo y escuelas, los casos y las muertes seguirán disparados. Se nos dice que es más importante reactivar la economía que evitar un enorme número de muertes. Estas muertes son un número muy importante de hombres y mujeres, cuya muerte podría evitarse, los que, si conocieran su destino, podrían decir, como los condenados en el circo romano: PIB, los que vamos a morir en tu nombre, te saludamos.
La justificación para no tomar medidas drásticas, a fin de evitar la muerte de tantos ciudadanos, en este momento crítico de la pandemia, es que en el paro nacional se han roto las normas de distanciamiento social, y hasta quieren responsabilizar a la juventud que protesta masivamente -por sentir que no tiene futuro-, del pico actual de la pandemia, lo cual resulta muy conveniente políticamente. En realidad, si bien generan algún riesgo por el contacto en las manifestaciones, de otro lado frenan los intercambios del transporte, trabajo, comercio y escuelas, con lo que se reduce de forma importante el peligro de transmisión.
Se señala también que ya se está vacunando a la población, pero la cobertura de inmunizados con las dos dosis no llega aún al 7 % de la población del país, por lo que tampoco puede esgrimirse tal cobertura como justificación para la reactivación económica esta semana. En Bogotá alcanza el 12 %. Estas cifras, junto las de casos activos y muertes diarias, sugieren fuertemente la necesidad de esperar un par de meses antes de decretar la total reactivación. Se dicta ésta en el peor momento posible.
Desde el principio de la pandemia se desechó en nuestro país el control estricto de la transmisión, como el que realizaron las naciones más exitosas en su manejo, y se optó por una política de mitigación, que consistió en aumentar el número de camas de cuidados intensivos para recibir los pacientes graves por Covid-19. Se adquirieron respiradores y se abrieron miles de camas, muchas de ellas sin todas las condiciones ideales, algunas en clínicas que nadie había conocido antes, o en hospitales sin condiciones básicas, como suministro de electricidad, agua y oxígeno permanentes, o un equipo humano idóneo, pero… valga la buena intención. Desde entonces, el problema de la pandemia se redujo al número de respiradores y camas de cuidados intensivos disponibles, al tiempo que se descuidó francamente el diagnóstico oportuno, aislamiento y seguimiento de contactos.
Sin embargo, la parte de la historia que no se contó claramente a los colombianos, es que dicha estrategia de mitigación no impediría que más de la mitad de los pacientes ingresados a cuidados intensivos falleciera, porcentaje que aumenta cuando se supera el 85 % de ocupación, se satura física y psicológicamente al personal de salud o se empiezan a realizar traslados o atenciones sin condiciones en los servicios de urgencias. O peor, cuando inicia el triage ético, bonito eufemismo utilizado para no expresar claramente la obligada decisión que recae sobre los médicos, de escoger, entre los pacientes que requieren respirador y cuidados intensivos, a cuáles atender y a cuáles dejar sin estos servicios, en la práctica condenados a morir, porque no hay lugar, ni recursos para todos.
Así, ya logramos este 2021 un nuevo récord para el país, uno de los primeros lugares en morbilidad y mortalidad en el mundo, por la pandemia del Covid-19, posición destacada que podemos sumar a otras vergonzosas, como la de ser uno de los primeros países en violencia y homicidios, o la de ostentar por décadas uno de los primeros lugares a nivel mundial en inequidad del ingreso. Lo único cierto es que el valor de la vida en Colombia es muy bajo para la clase dirigente, como en la mayor parte de Latinoamérica.
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