La Pintura para el Pelo

La Pintura para el Pelo

Pintura-para-el-Pelo-lqsFernando Buen Abad Domínguez*. LQSomos. Abril 2015

Esclavitudes cosméticas a todo color

A cierta edad y con sus excepciones, una buena cantidad de personas comienza a comprar artilugios variopintos para, por ejemplo, esconder las “canas” o para estar con la “moda” que sale en la “tele” y en las “revistas del corazón”. Las razones son muchas, unas más confesables que otras, pero los resultados son los mismos si se los mira en perspectiva. La industria cosmética especializada en tintes mueve “alrededor de 12 billones de dólares a nivel mundial y Latinoamérica posee el 25% de este total, siendo así la región que más está creciendo en este rubro”(1). Publicidad, distribución y materias primas bajo argumentos de juventud, belleza y glamour. Rubio, cenizo, negro, castaño, naranja, morado, amarillo… ¿Ya elegiste tu tono?

Hay en el mercado simulaciones cromáticas de todo tipo. Unas con bases químicas más agresivas y otras que se precian de ser inocuas y “naturales”. Los precios juegan su ruleta de clase en un circo publicitario que compite por lograr la agresión más sofisticada contra la vanidad de los usuarios. Agresión psicológica, subliminal, siempre bien camuflada con modelos, sonrisas, efectos especiales y cabelleras “espectaculares”. Dicho de otro modo espectáculo de la simulación para usuarios que “se pintan solos” en un juego mercantil sustentado por una parte de la estética burguesa: la estética de la uniformidad. Incluso negación de origen de clase y de “etnia”.

No confundir a las víctimas con los victimarios. El primer resultado de muchos tintes es, luego del maltrato al pelo, la uniformidad de un color que no distingue edades ni matices. Salvo casos, los más costosos, en los en que se decide aplicar combinaciones (rayos, luces o centellas) la mayoría de los tintes genera uniformidad cromática y evidencias de falsificación que sólo pueden esconderse bajo el peso de la costumbre y de lo cotidiano. Parece una fatalidad de clase y un sello de la modernidad industrial posmoderna reñida con lo “viejo” o con lo “plebeyo”. Hay que obedecer todas las leyes, escritas o no, del código burgués de las apariencias. Como un magna invisible flota en la vida diaria el estigma del pelo blanco o el rechazo social si uno está “fuera de moda”. Una parte del conjuro viene en frascos de tinturas capilares. Algunos operan mejor que otros. El explotado feliz y bien aliñado.

Es un negocio redondo como las cabezas de los usuarios. Una necesidad fabricada a todo color para que nadie deje de comprar puntualmente sus frascos con pintura al aparecer los primeras raíces canosas o al debilitarse la potencia del glamour de ocasión. Sea eso “punk”, “retro”, “emo”, “dark”… sin pintura fresca se pierde credibilidad. Millones de litros de pintura capilar, la misma en todo el planeta, vendida como “tu tono especial” el que te hace ser “único” o “única”. La masificación de las identidades vendida como sello de individualidad frente al espejo del ego. Para eso usan actrices y actores “famosos”, efectos especiales, publicistas especializados en guerra psicológica y redes inmensas de distribuidores para que llegue a casa el remedio a tus defectos de edad, de clase o de status.

Aunque existe un tradición humana por incorporar al cuerpo tintes y diseños con funciones muy diversas; aunque existe un inventario riquísimo de conocimientos y una variedad enorme de productos que los pueblos han usado para maquillar históricamente sus diversidades en el cuerpo y en el pelo… como en África, en India, en China y en Mesoamérica… nunca vimos la vorágine de la uniformidad industrializada en los laboratorios de la industria cosmética y en la andanada demencial de la ideología dominante infiltrada en pinturas para el pelo con gamas de estética individualista. Esto es inédito y es un peligro planetario.

Es responsabilidad de las ciencias médicas, de lo que en ellas quede de honesto, determinar los efectos dañinos, de corto y lago plazo, por el uso de tintes para el pelo (2) Es tarea de biólogos y ecólogos, los que de ellos conserven dignidad e independencia, afirmar estudios sobre los efectos globales por el consumo de los químicos usados para producir tinturas capilares. Y es obligación de los filósofos, los que hubieren asumido su lugar más allá de la contemplación en la transformación también, fijar las consecuencias éticas, estéticas y epistemológicas producidas por el alud ideológico de clase impone, a todo color, el uso de artilugios maquillistas como un logro moral, como logro estético y como logro ético en el que se cumple con un “deber ser” de fachada del cual jamás se tomó en cuenta su voluntad. No es poco. Y lo trae en la cabeza luego de pagar por ello.

Están metidos en este negociado los salones de belleza de todos los niveles, la industria de la perfumería con las cadenas de autoservicios y todas los monopolios mediáticos. Los usuarios son sus víctimas más conscientes de ello. Aunque es verdad que a muchos usuarios o usuarias de tintes para el pelo les gusta conservar el tono que tuvieron en una etapa de su vida o el tono que les “queda bien” ahora, no es menos cierto que eso tiene “costos” de todo tipo que bajo el capitalismo adquieren riesgos enormes.

Es verdad que cada quien es “libre” de elegir la apariencia que más le plazca. Es verdad que cada persona, en su sano juicio, puede decidir qué imagen o qué moda le acomoda según su edad, su género y su realidad. Es verdad que en gustos lo que hay escrito sirve de poco cuando alguien se empeña en ponerse o imponerse arreglos o aliños a placer. Pero es verdad, también, que todo ese paquete de decisiones no siempre es producto de valoraciones o análisis críticos, y auto-críticos, suficientemente contrastados y superados. ¿Quién decide eso que uno lleva en la cabeza, adentro y afuera? ¿No será que el tinte de su cabello es una “tomadura de pelo”?.

Notas:
1.- Venta de tintes mueve más de S/.60 millones al año
2.- La Comisión Europea (CE) anunció ayer la prohibición de 22 sustancias presentes en algunos tintes para cabello…

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* LQSomos en Red

Mónica Oporto

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