La Revolución Cubana, Fidel y Europa
Marcos Roitman Rosenmann*. LQSomos. Diciembre 2016
Ninguna revolución es perfecta. Ni falta que hace. Cualquier proceso revolucionario tiene claroscuros, forma parte del quehacer político. La Revolución Cubana no es una excepción. Ni puede serlo. Al igual que la Revolución Francesa, Mexicana o Rusa, es hija de un tiempo histórico, de una realidad y unos valores que le dan sentido. Se reivindican, se aprueban o se rechazan. Se lucha contra o en favor de ellos. La Revolución Francesa fue acosada hasta conseguir doblegar su ideario. Napoleón se alzó sobre sus cenizas. Así, se levantó una Europa menos democrática y más monárquica. En América Latina, la Revolución Mexicana sufrió el mismo destino. Traicionada y asesinados sus principales dirigentes, se erigió un orden post-revolucionario, mutilado en sus principios. La Revolución Rusa tuvo igual designio. Jugó un papel destacado durante la Segunda Guerra Mundial. Gracias a su participación, con más de 6 millones de soviéticos caídos en los campos de batalla, fue posible contener el fascismo y el nazismo. Hoy, Occidente vive en libertad y tiene una deuda con la extinta Unión Soviética. Sin embargo, la Revolución Rusa, su proceso interno, fue presa de contradicciones, miserias y falta de crítica interna. Lentamente el ideario socialista fue disolviéndose hasta hacerse irreconocible. En los años 80 del siglo XX era una caricatura de sí misma. Poco más o menos sucede con la Revolución China.
En conclusión, no hay modelos. La pervivencia de los procesos de cambio social, sobre todo revolucionarios, depende de su capacidad para reinventarse, a cambio de verse superados por la historia. Ese ha sido el camino de la mayoría. Pocas sobreviven. Entre ellas, sin dudarlo, la revolución cubana. Ejemplo de dignidad. Sin embargo, existe un interés denodado por hacerla capitular. Desde 1959 hasta hoy, con la muerte del comandante Fidel Castro, se suceden los intentos por doblegar el honor del pueblo cubano. Humillarlo y mantenerlo cabeza gacha. Su fracaso es la derrota de Occidente. En casi 60 años no ha sido capaz de lograr ese objetivo, de ahí su odio visceral. Así se entienden las declaraciones de la comisaria de Comercio de la Unión Europea, Cecilia Malmström, al señalar que Castro fue un dictador que oprimió a su pueblo durante más de 50 años. Me sorprende oír todos los homenajes de hoy en las noticias. Pero no ha sido la única voz. Los medios de comunicación en España, periódicos como El País, El Mundo, La Razón, La Vanguardia, o emisoras de radio, como Cadena SER, COPE, Onda Cero, las tres más destacadas, se han llenado la boca con adjetivos tales como Castro el torturador, asesino, dictador. Sin olvidar las televisoras privadas, en las que se ridiculiza la figura de Fidel hasta lo irreconocible. Sólo aportan odio, vísceras y ningún argumento. Mientras España sufre pobreza energética, hambre, falta de atención médica, corrupción, desempleo, tortura para activistas sociales o desahucios, entre otros beneficios de la monarquía parlamentaria. La Europa frustrada, vieja y esclerotizada por el capitalismo salvaje no puede ser ejemplo de nada, sólo bastión de la contrarrevolución neoliberal.
Las contrarrevoluciones se planifican, se construyen, se llevan a cabo metódicamente. Nada se deja al azar. Desde dentro y fuera se urde la trama para hacerlas fracasar. Estrangular hasta asfixiar. Boicot internacional, bloqueo, invasiones. Nada se excluye del itinerario, el magnicidio, la calumnia. Durante décadas Occidente ha intentado que el pueblo cubano pusiera la rodilla en tierra. Nunca tantos han trabajado tanto en esta campaña llena de falsedades, en la cual es imposible señalar los aciertos y errores de la revolución. No hay espacio para reconocer el avance que, para el pueblo cubano, representa su proceso revolucionario.
Digamos otra verdad. No existe unanimidad en apoyar el orden político, las reformas o los mecanismos de institucionalización del poder. Cuba no es una excepción. Pero desde el triunfo de la Revolución hasta hoy, la crítica se ha ejercido abiertamente. Sus dirigentes han mostrado capacidad para asumir responsabilidades, no enamorarse de sus ideas o dejarse llevar por el culto a la personalidad. Sirva de ejemplo el discurso de Fidel ante la imposibilidad de lograr los 10 millones de toneladas de azúcar en la zafra de 1970. Asimismo, durante décadas asistimos a los debates y sus aportes al pensamiento político. Cristianismo y socialismo, economía de mercado y planificación central. El papel de los pequeños y medianos propietarios, el carácter de la revolución, la crítica al estatismo, el rol de la propiedad privada, la reforma agraria. La deuda externa, la lucha contra el neoliberalismo, los intelectuales y la revolución, los derechos de transexuales, gays y lesbianas. Las formas de representación popular. La formación de partidos, el papel del Partido Comunista y las organizaciones de masas. El carácter de la Revolución. Estos son algunos ejemplos. Ahora más que nunca cobra sentido la frase de Fidel pronunciada el 26 de julio en la Plaza de la Revolución aludiendo a su papel: Ninguno de nosotros, como hombres individuales, ni sus honores ni sus glorias, interesan absolutamente para nada. No interesan ni valen nada. Si un átomo de algo valemos, será ese átomo en función de una idea, será ese átomo en función de una causa, será ese átomo en unión de un pueblo. Y los hombres somos de carne y hueso, frágiles hasta lo increíble. No somos nada… sí lo podemos decir. Somos algo en función de esto y de esta tarea. Y siempre, siempre estaremos, y cada vez más, cada vez más conscientemente, cada vez más íntimamente, cada vez más profundamente, al servicio de esa causa.
De esta manera, en Cuba, cambio y continuidad coexisten y fortalecen la Revolución. Los factores que unieron las fuerzas revolucionarias, sintetizados en el discurso de Fidel Castro: “La historia me absolverá”, constituía una crítica a las miserables condiciones de vida del pueblo de Cuba y un llamamiento a levantarse contra la explotación, bajo el pensamiento del héroe revolucionario José Martí. Hoy, el camino recorrido señala la grandeza y la dignidad del pueblo cubano. Sin duda, la historia absuelve a Fidel. Sus enemigos seguirán odiándolo.