La revolución que respetaba los semáforos
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La consigna que movilizaba a los militares sublevados eran las estrofas de una hermosa canción de José Alfonso, Zeca, nacido en Aveiro, la Venecia portuguesa, y crecido para la música y la protesta cívica en Coimbra, la famosa urbe universitaria que se levanta a orillas del rió Mondego. No era la típica marcha militar, sino una canto a la democracia y a la libertad, lo que aquellos hijos del pueblo asumieron como divisa: “Grandola vila morena”. Una melodía que llamaba a la fraternidad activa en tiempos de zozobra, recordando que a pesar de todas las amenazas el pueblo es siempre y en última instancia “ quem mais ordena” (el que manda).
Ahora, en este 25 de abril del 2013, ambas sociedades penínsulares vuelven a estar unidas por la adversidad. Y otra vez, frente a la tiranía de los mercados servidos por los eternos déspotas, se hace necesaria esa canción que la voz de Zeca Alfonso elevó a categoría de himno de la democracia participativa. Porque sacudirse el miedo, como decía el fallecido José Luis Sampedro, es la hazaña que permite a los hombres reconocerse entre libres e iguales. O en palabras de otro gran iberista, el escritor iberista Miguel Torga: “la única manera de ser libre ante el poder es tener la dignidad de no servirlo”.
Con saudade y agradecimiento recordamos hoy aquella epopeya del pueblo hermano que supo encontrar el camino para la ruptura democrática con una revolución que respetaba los semáforos. Lo retrata una escena de la película “Capitanes de Abril” dirigida por Maria de Medeiros. Cuando en plena incursión por las calles de Lisboa para tomar la sede de la PIDE, la temida policía política del régimen, el oficial al mando de la columna de blindados pregunta al tanquista que abría paso por qué se parado, aquel buen hombre responde señalando hacia arriba: “es que el disco se ha puesto rojo”.