La ultraderecha lideraba las apuestas y Milei gritó ¡Bingo!

La ultraderecha lideraba las apuestas y Milei gritó ¡Bingo!

Por Víctor Ego Ducrot*

Sí, leyeron bien. Javier Milei encabezaba las apuestas. La debacle de la racionalidad política por estas tierras llegó a un punto que por ahora parece sin retorno

En la víspera de las elecciones del domingo pasado, las certezas llegaban más desde las plataformas de juego que de las tradicionales encuestas, últimamente muy desprestigiadas, pese a que casi todas, hasta las de pública dependencia comercial respecto del oficialismo, decían que el excéntrico expanelista de la TV estaba por convertirse en el nuevo presidente de los argentinos.

Y así fue.

El peronismo hizo la peor elección de toda su historia y Milei se impuso en casi todo el país, acompañado por una troupe de ultraderechistas variopintos y neoliberales rabiosos. Hasta en la provincia de Buenos Aires, la economía hoy por hoy más poderosa, con mayor población de votantes e histórico bastión del peronismo, el resultado para el candidato del oficialismo fue catastrófico.

Sergio Massa, también un derechista, pero profesional, que hizo de su carrera política un arte del oportunismo, ganó apenas por algo más de un punto porcentual cuando necesitaba y esperaba la bendición de un triunfo arrollador.

¿Qué sucedió? Nada que no se viese venir. Fue el desenlace de una tragedia que, por miopía o complicidades, muchos no quisieron ver o, peor aún, trataron de disimular detrás de un pesado pero vacío cortinado semántico…Pero ya me referiré a ello.

Antes, lo de las apuestas.

Ya a principios de octubre, cuando las elecciones generales que desembocaron en el balotaje del domingo último, el grupo Boldt, uno de las empresas del juego más poderosas de Sudamérica, se había hecho un lugar en los bordes de la legalidad para montar una plataforma de apuestas en Internet, desde la cual cientos de miles de personas pudieran apostar por tal o cual candidato a la presidencia de la República, como si de una carrera en el hipódromo o de una competencia deportiva se tratase.

Un día antes de los comicios, Sergio Massa pagaba 7 a 1 respecto de Javier Milei, “la fija” como en el lenguaje turfístico de los argentinos se le dice al caballo que parte como favorito.

Quien apostó a Milei jugó su suerte al menor riesgo, a cambio de un también menor premio en caso de acierto. Quien apostó por Massa lo hizo por el probable perdedor; por lo tanto, en caso de ganar, su recompensa sería más que suculenta.

Esa es la lógica de las apuestas y de cierto modo del propio sistema capitalista. Pues resulta útil recordar aquí que “el contrato de seguro” – pagar por una póliza a cambio de que ella cubra los riesgos de daño o pérdida del bien asegurado- fue clave para la multiplicación comercio planetario tras la Revolución Industrial, y por lo tanto para el despegue del proceso de acumulación del capital; y como tal fue un invento de los agentes de lotería en la Londres del siglo XVIII. Cálculo de probabilidad en estado puro.

La tendencia a la monetización de la política vía sistemas de apuestas “on line” viene registrándose en toda América Latina y Argentina hace punta.

Un estudio realizado por Playtech, el mayor proveedor mundial de software de juegos en línea y apuestas, da cuenta de que este es el país latinoamericano donde menos importa a los apostadores si las plataformas son legales o no.

La mayoría de los jugadores argentinos (un 53%) vinculó su tendencia a esa práctica con los problemas económicos que registran las mayorías, más allá de los factores ludopáticos.

Así es como la fiebre del juego llegó a la política, para sumarse a los síntomas, causas y efectos del proceso de degradación que la misma viene sufriendo en el contexto de la actual etapa del “sistema mundo” capitalista global, era que en mi libro “Bush & Ben Laden S.A.” (2001) definí como “Imperio Global Privatizado”.

Y a dos décadas de aquella definición entiendo que ya se puede hablar de “capitalismo de la mercancía total”, encuadre civilizatorio en el cual todo el mundo tangible e intangible apenas si tiende a ser sólo objeto de mercado, y en el cual el vertiginoso desarrollo de las tecnologías aplicadas a la comunicación y a las representaciones simbólicas juega un papel determinante.

Ahora sí. ¿Qué sucedió el domingo 19 de noviembre en Argentina?

En primer lugar, estalló por los aires el país político que emergió tras la dictadura cívico militar (1976-1983).

Una democracia “renga” o vigilada por los actores centrales del “sistema mundo” del capitalismo global, la que año a año vio deteriorarse un poco más sus mecanismos de representación y, sobre todo, la composición y conductas de las fuerzas autodefinidas nacionales, populares y democráticas.

Éstas ingresaron en la lógica de la política profesional, en las que sus ejecutores no por error sino por mezquinas conveniencias confunden la dimensión de lo político con la de sus intereses particulares.

Nace lo que podemos denominar “Política S.A.”, una corporación integrada por “accionistas” de todas las parcialidades en pugna, que en realidad disputan quién se queda con la administración del Estado pero al servicio de los negocios propios y ajenos.

En un mundo de crecientes representaciones, esa política se convierte en una trama de representaciones, en el que muy poco de lo que parece es, y casi nada de lo que es parece.

Se trata de un accionar político a veces en manos de los “accionistas” de derecha, otras encabezado por quienes se dicen nacionales, populares, democráticos o progresistas, que se mira sólo a sí mismo y a sus privilegios, que prohijó pobreza y marginación social, inflación, endeudamiento, dependencia y corrupción. Que se asoció en forma velada al crimen organizado y dejó a la sociedad a la deriva.

Las mayorías sociales, integradas por diversidad en términos de clases, grupos, identidades y capas etarias, entraron en un estado de hartazgo casi absoluto.

Y ante la ausencia de alternativas progresistas – éstas se diluyeron entre los laberintos de “Política S.A.” -, optaron por seguir a una figura de los márgenes que se entronca con experiencias ultraderechistas como las que expresan Donald Trump, Jair Bolsonaro, el partido Vox en España y otras similares en el mundo todo.

No se sabe aún si Milei se “iluminó” o si lo que enderezó como práctica política casi lumpen tiene un origen orgánico, pero acertó.

Sustituyó la palabra pública por el ruido de una motosierra que decapitaría a todo lo que esas mayorías comenzaron a odiar y que él, con notable capacidad de síntesis, bautizó “la casta”.

La derecha hizo lo que tenía que hacer. Organizar a una parte mayoritaria de la sociedad en orden a sus propios sentidos de clase.

El campo nacional, popular y progresista hizo todo mal.

Se dejó seducir por los oropeles y las riquezas que le propuso “Política S.A.” y la mayoría de sus organizaciones y dirigencias no supieron o no quisieron diferenciarse de sus socios corporativos

Se convirtió en una herramienta de simulación perpetua y su engranaje lo devoró.

Le dio la espalda al pueblo y este le devolvió el gesto con un voto condenatorio, pero por derecha bestial.

Si ese campo nacional y popular mantiene el mismo rumbo, satanizando a los medios de comunicación y a todo cuanto no comprende -y por ahora no aparecen indicios de que la conducta vaya a ser otra-, el gran Gianbattista Vico y su “corsi e ricorsi” de la Historia volverán a tener razón.

Para sufrimiento y dolor del pueblo.

* Periodista, escritor y docente universitario argentino. Doctor en Comunicación por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). CLAE

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