La urraca y el espejo
Patxi Ibarrondo*. LQSomos. Enero 2017
Estaba contemplando el revoloteo obsesivo de una urraca sobre un objeto brillante. El objeto estaba tirado en la yerba del jardín de la urbanización donde vivo. Puede que se tratara de un espejo. Que yo sepa en el reino animal no cabe la vanidad consciente del Narciso. Lo que hay es el pavoneo macho acarreando figura previa a la reproducción animal de la especie. Pero estaba claro que lo que fuera aquello atraía poderosamente al ave como el imán dorado de un espejismo en el desierto del Namib.
Como el pájaro ensimismado no se decidía a posarse y averiguar, dejé de mirar en esa dirección y me desentendí del asunto. Fuera llovía a mares. En el periódico digital que había estado leyendo destacaba un titular: “Reverte y la ignorancia cipotuda”.
El exceso de éxito siempre resulta difícil de digerir; sobremanera, si se tiene la longitud vertical de un “boy scout”, o lo que es lo mismo, tener adherencias de espejo militarista. Cuando uno está en el balcón de arriba del redil del mercado, resulta tentadora y hasta embriagadora la imagen de un orden cuartelario. Un segmento de donde emanen las jerarquías indiscutibles. Sin equívocos, porque para eso están bien visibles los galones y las medallas al mérito jaculatorio. No es lo mismo un tiñalpa de cabo furriel pelapatatas que un rutilante general en jefe de estado mayor. O un espadachín frenético o un grave samurai. Un respeto. No confundirse es fundamental cuando reina ese orden. No hay dudas ni equívocos, ni ambigüedades en ese universo de situaciones y certezas con alma de plomo. En definitiva, a Arturo le produce un soberano hastío el tener que estar diciendo a todas horas quién es él.
Imbuido de su ser triunfal, Pérez-Reverte se atreve a tocar todos los palos, incluso los más intrincados. Últimamente le ha dado por afirmar, contundentemente cual es su habitual estilo de esparto, que los yijadistas musulmanes del terror ganarán su guerra de religión contra occidente “porque tienen más cojones y más ganas de conquista”. O algo así. Y luego se va al primer espejo que encuentra a mano para ver como ha quedado su revoloteo de urraca sobre el azogue del ex abrupto. Los cojones es lo principal y lo demás es decadencia y escasa virilidad genitourinaria.
Una provocación más de la casa y a seguir acarreando figura. Más genio, menos. El ingenio por hábito a veces no es más que latapadera mentirosa del talento. Brilla un destello y luego se marcha. Víctor Hugo ya dijo que “la popularidad es la calderilla de la gloria”. Con dos cojones, sí señor.
Reverte plus es un copista inteligente que absorbe, excreta y aplica el sonido metálico de las voces de quienes epatan o escandalizan o se salen de la fila del tiralíneas estilista donde la vulgaridad es un pozo negro engañoso pero epatante. Unos gramos de escatología, cuarto y mitad de leche agria y un ramillete de cactus entrelazados. Todo envuelto n ruidosas frases afiladas con piedra esmeril. Es la fórmula. Eso vende.
A Arturo Pérez guión Reverte seguramente le habría ser Josep Plá, pero ese nombre de escritor catalán cuyo talento ya estaba registrado y no pudo ser. Además le falta el “seny”, ese humus inmaterial de tramuntana, ese ser y estar intangible pero cierto.
También aprovecha de prestado el lenguaje bronco y soez y provocativo del beodo poeta Charles Bukowski, aunque le faltan losalcoholes del necesario exceso, el valor del riesgo a quedarse para siempre a vivir en el otro lado del vaso. No puede negar que ambicionara ser el Dumas del Conde de Montecristo, pero su sino se quedó en mero sucedáneo. En Pérez-Reverte todo es cálculo de posibilidades comerciales. No tiene el don de la ebriedad. Es escritor enlatado en conserva de escabechina. Su ego soporta el peso de sí mismo porque lo ocupa todo.
La urraca se queda revoloteando en el brillo indefinido. No levanta vuelo. Estar aposentado en la académica letra T de la cúspide de las letras burocráticas no significa ser parte de un absoluto demiúrgico. El hombre de nombre con guión no aporta al lenguaje nada. Nada que no sea limpiar fijar y dar esplendor a las letrinas de la gloria.