Las hemos dejado solas

Las hemos dejado solas

Juan Gabalaui*. LQS. Octubre 2019

La capacidad de ver que detrás del coche de policía se encuentra la represión de las voces discordantes por parte del Estado no está muy extendida. No todo el mundo tiene la mirada entrenada

Si somos capaces de dejar de mirar los escaparates, podemos encontrarnos ante escenarios que nos destripan la sociedad en la que vivimos. Hace falta una mirada, una que se pueda desprender de los prejuicios que nos enseñaron. Muchos de esos escenarios los hemos normalizado de tanto verlos. Es un proceso similar a la conversión del Che Guevara en una cara impresa en una camiseta. El hombre encogido en la esquina, escondido detrás de un cartón mal escrito, o la mujer al lado de la puerta de la iglesia con la mano extendida, forman parte del paisanaje como el cartero o los repartidores precarizados. La pobreza se ha hecho invisible entre tantos anuncios de neón.

Paseando por el bulevar del Paseo del Prado de Madrid hay un coche de la policía municipal. Donde ahora está el coche policial antes había tiendas de campaña. En las tiendas de campaña vivieron durante seis meses personas sin techo que se rebelaron ante la invisibilidad a la que les condena la sociedad y decidieron pelear por sus derechos, como el de la vivienda y el trabajo digno. Se hicieron visibles durante seis meses. Pocos medios de comunicación informaron sobre su lucha, los mismos pocos que informaron sobre el desalojo hace una semana. El cuatro de octubre por la mañana ya no se podían ver las tiendas de campaña enfrente del Congreso de los Diputados ni al lado del Ayuntamiento de Madrid ni enfrente del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social. Les forzaron de nuevo a desaparecer.

La transformación de una acampada de personas, que reclaman derechos básicos, en un lugar vacío y anodino ocupado por un coche de policía es un fenómeno natural dentro del sistema capitalista. Se convierten los elementos subversivos en amoldables, en cosas sin peligro que si es posible se puedan vender. En el caso de las personas sin techo se les devuelve a la invisibilidad donde todos les tenemos ubicados. Son esas sombras que se mueven alrededor nuestro sin prestarles demasiada atención y cuando se acercan demasiado mostramos nuestro desagrado por la molestia. La imagen del coche de policía que pretende evitar que vuelvan a acampar en la zona es la imagen del capitalismo. Ante la reivindicación de derechos, un coche de policía.

La capacidad de ver que detrás del coche de policía se encuentra la represión de las voces discordantes por parte del Estado no está muy extendida. No todo el mundo tiene la mirada entrenada. Para muchos el coche de policía está asociado al orden y la seguridad y las personas sin techo a suciedad y delincuencia. El desalojo de la acampada no ha suscitado queja alguna más que la de las personas y organizaciones comprometidas. Los demás siguen su vida con la percepción de mayor seguridad. Esto era cosa de gente pobre, al margen del sistema, y no afectaba a los intereses de la mayoría. Seis meses de acampada. Se dice pronto. Y la sociedad civil apenas se ha movilizado para apoyar sus reivindicaciones. Las hemos dejado solas.

La acampada en la Puerta del Sol del 15M duró 28 días y suscitó un gran apoyo en amplios sectores de la sociedad. Sus protagonistas, por supuesto, no fueron los orillados del sistema sino eso que llaman clase media empobrecida, temerosa de perder los pocos privilegios que tenían o aterrorizada por haberlos perdido. Las personas sin techo, salvo una minoría que se implicó en las asambleas, siguieron durmiendo en los soportales y cajeros de los bancos. Mientras, cientos de personas bajaron por la calle Carretas y la calle Alcalá para participar de un momento único. Dormíamos, despertamos. Ahora volvieron a dormirse cuando otros despertaron. Arrullados por el ruido de la política institucional, la política de la calle quedó arrinconada en el cuarto oscuro.

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