Las vikingas salen de la sombra
Por Leszek Gardeła*
Al igual que las valkirias, las heroínas mitológicas ocupan un espacio privilegiado en las sagas vikingas. Sin embargo, no ha sido así en los textos de historia, que durante mucho tiempo han relegado a estas mujeres a un papel secundario. Los avances arqueológicos y los estudios de género aportan una nueva perspectiva de su papel en la sociedad nórdica
Durante mucho tiempo, la palabra “vikingo” hacía pensar en un hombre alto y corpulento, ataviado con un casco, que blandía un hacha y navegaba en la proa de un barco listo para saquear e incendiar aldeas enemigas. Sin embargo, hoy en día, como resultado de investigaciones interdisciplinarias y la omnipresencia de la historia medieval no solo en museos y universidades, sino también en el cine y en las redes sociales, la idea de los vikingos ha cambiado.
El periodo conocido como “la era de los vikingos” abarca aproximadamente del siglo VIII al siglo XI de nuestra era. Se trata de una época turbulenta, en la cual las estructuras de poder del mundo antiguo se derrumbaron o sufrieron transformaciones de una amplitud inédita. El crecimiento de colonias y ciudades atrajo a artesanos, mercaderes y aventureros de regiones remotas, y los adelantos de las técnicas de navegación revolucionaron los viajes marítimos de largas distancias.
Los pueblos oriundos de la región que hoy llamamos Escandinavia se convirtieron en agentes activos de esta nueva realidad sociopolítica. Habiendo aprendido a dominar los vientos, cabalgar las olas del océano y a esquivar la violencia de las corrientes, estas tribus zarparon hacia todos los puntos cardinales. Durante sus viajes, los “pueblos del norte”, como también se les llamaba, se cruzaron con infinidad de grupos humanos cuyas lenguas, costumbres, creencias y aspectos eran muy diferentes. Algunos de esos encuentros interculturales fueron pacíficos, otros fueron hostiles o incluso brutales.
Prejuicios patriarcales
Hasta hace pocos años, la parte masculina de la sociedad escandinava acaparaba la atención de los trabajos de historiadores y de los arqueólogos especializados en la era vikinga. En las descripciones clásicas de este periodo, las mujeres figuraban como amas de casa o granjeras, por lo general consagradas a la cocina, el hilado, el tejido y la crianza de niños y animales. Habida cuenta de que ningún niño podía sobrevivir sin cuidados maternos y ningún barco podía llegar a tierras lejanas sin una vela tejida a mano, esas funciones sociales eran fundamentales. Esta interpretación podría llevar al lector medio a pensar que la posición de la mujer vikinga era en cierto modo más débil que la de los hombres.
¿Por qué se dejó a las mujeres vikingas al margen de la historia y se consideró que sus funciones eran secundarias? El contexto sociopolítico de los primeros estudios vikingos explica en parte este fenómeno. En el siglo XIX, los aficionados a la historia antigua y medieval eran sobre todo burgueses acaudalados, coleccionistas y otros miembros de las capas superiores de la sociedad. No es preciso aclarar que se trataba sobre todo de hombres, que aplicaban de manera espontánea sus ideologías patriarcales sobre esos periodos históricos remotos. Fue a través de ese prisma cómo empezó a percibirse, escribirse y representarse la era vikinga.
Poderes sobrenaturales
Es cierto que en las obras de investigadores, escritores, compositores y pintores finales del siglo XIX y principios del XX figuran eminentes personajes femeninos de la era vikinga, pero su aspecto es más sobrenatural que humano. Las valkirias, esas guerreras feroces que armadas hasta los dientes pueblan los cuentos y poemas mitológicos escritos en nórdico antiguo, cautivaron a artistas como el compositor Richard Wagner y sus contemporáneos. Las hazañas y los amores tumultuosos de las valkirias con seres humanos legendarios alimentaron la imaginación de las multitudes que asistían a las óperas y las exposiciones de arte que, en sintonía con la moda vigente, estaban ávidas de fantasía. En aquella Europa que encorsetaba a las mujeres, era perfectamente aceptable imaginar que otras figuras femeninas podían desempeñar papeles tradicionalmente atribuidos a los hombres. Pero es evidente que las valkirias de Wagner o las que pintaban artistas escandinavos como Peter Nicolai Arbo o Stephan Sinding, “no eran figuras humanas” y, por lo tanto, no planteaban amenaza alguna al orden social establecido, dominado por los hombres.
Otra causa de la marginación de las mujeres durante las primeras investigaciones sobre la era vikinga fue el carácter problemático de las fuentes disponibles. Las sagas redactadas en nórdico antiguo, que a menudo se consideran ventanas abiertas a un pasado remoto, suelen destacar las acciones de los hombres, dejando a las mujeres en un segundo plano. Las pocas heroínas que aparecen en ese universo generalmente están asociadas a la esfera sobrenatural, y los eruditos de la época las consideraban, por tanto, simples productos de la imaginación humana.
Los registros arqueológicos también han desempeñado, y siguen desempeñando, una función importante en la visión que se tiene de la vida de aquellas mujeres. Por ejemplo, en Noruega se ha exhumado material bélico -espadas, lanzas, hachas y puntas de flecha- en centenares de tumbas de la era vikinga. A finales del siglo XIX y principios del XX esos hallazgos se producían casi siempre de forma accidental al construir una carretera o una casa, y solían ser obra de agricultores y aficionados.
A causa de la falta de experiencia en documentación de esas excavaciones y del desinterés general por los restos óseos, las colecciones que terminaban en los museos contenían artefactos que quedaban definitivamente separados de los restos humanos con los que se les había enterrado. Incluso las excavaciones profesionales se veían a menudo obstaculizadas por la ausencia de contexto humano y osteológico, la ciencia que estudia la estructura del esqueleto humano. Eso se debía sobre todo a las condiciones adversas de los suelos del norte de Europa, que a menudo hacían desaparecer completamente los restos orgánicos.
Por esa razón, hasta hace muy poco, las sepulturas en las que se hallaba armamento se atribuían por lo general a hombres, y las que contenían joyas y utensilios domésticos eran consideradas femeninas. De manera consciente o inconsciente, la concepción victoriana de los roles de género alimentó esas interpretaciones y, de paso, reforzó la idea de que el mundo vikingo “pertenecía” a los hombres, que desempeñaban los puestos de autoridad en la mayoría de las esferas de la vida.
Una relectura del pasado
Sin embargo, en las últimas décadas los adelantos en las ciencias arqueológicas, junto con la sofisticación de los enfoques de género, han cambiado profundamente nuestra percepción de la era vikinga. Nuevas técnicas avanzadas, como el análisis del ADN antiguo, permiten hoy determinar el sexo biológico del difunto, incluso cuando los huesos se encuentran en mal estado de conservación. Estos métodos también pueden aportar información sobre su ascendencia y el lugar de origen, y a veces hasta es posible determinar el color de su pelo y de sus ojos. En combinación con el análisis de los isótopos estables, que pueden revelar detalles sobre la movilidad de un individuo en diferentes etapas de su vida, esas técnicas de investigación permiten trazar un panorama más matizado de las realidades del pasado.
* Investigador principal del Museo Nacional de Dinamarca, célebre experto en Historia de Europa Septentrional y Central de la Edad Media, Gardela publicó en 2021 el volumen Women and Weapons in the Viking World: Amazons of the North [Las mujeres y las armas en el mundo vikingo: Las amazonas del norte], así como numerosos artículos universitarios sobre las religiones precristianas, la magia, el arte de la guerra y la identidad en los tiempos antiguos.
– Publicado en “El Correo de la UNESCO”
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