Los complejos militar-industriales: Negocios de Muerte y Control social
Acacio Puig. LQS. Junio 2020
Desde hace años pienso que los movimientos antimilitaristas ganaron batallas pero perdieron otras que llegaban y sobre todo, perdieron la guerra por la desmilitarización. Compañeros de militancia y activismo me dieron réplicas a esa convicción, pero los hechos me reafirman en ella. El antimilitarismo ha desaparecido como factor social organizado: una parte al disiparse por ejemplo las luchas contra la inundación de Europa con misiles, otra al paralizarse la oposición a la militarización del espacio o en nuestro país, al perder la campaña OTAN NO. También por las consecuencias derivadas de la sustitución de los ejércitos de leva por profesionales y mercenarios sin que fuésemos capaces de avanzar alternativas de desarme y desinversiones en gastos militares y aeroespaciales.
Quizá el antimilitarismo permeó a otros movimientos sociales –pienso que limitadamente- pero a día de hoy son solo algunos institutos internacionales de investigación por la paz los que elaboran informes útiles. Sin embargo son informes faltos de la base activa que transforme esos conocimientos en resistencias nutrientes del necesario Bloque Social Transformador en cada país e internacionalmente.
El pasado 23 de mayo, un breve artículo de C. Angeli publicado en Le canard enchainé, levantaba acta de una evidencia: no hay crisis Covid para los complejos militar-industriales. El texto difundía datos importantes sobre ello y su fuente, uno de los más prestigiosos institutos a que aludíamos arriba, el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI).
Acudiendo a la web del SIPRI y sus informes, apuntamos -ciertamente aterrados- que el gasto mundial 2019 en este “sector de los crímenes de estado” se acercó a los 2.000 millardos de dólares. Como la cifra resulta astronómica hay que tirar de diccionario y apuntar que un millardo es mil veces un millón o bien diez veces cien millones o más manejable, que cada millardo es un billón de dólares. Pues bien ¡aquí hablamos de casi 2000 millardos! (y eso, considerando que en opacidad y ocultamiento, la súper- industria de la muerte no tiene rival alguno en el Planeta y que esa cifra récord está siendo superada en el curso de 2020):
“El total para 2019 representó un aumento del 3.6 por ciento desde 2018 y el mayor crecimiento anual en el gasto desde 2010. Los cinco mayores compradores en 2019, que representaron el 62 por ciento del gasto, fueron Estados Unidos, China, India, Rusia y Arabia Saudita. Esta es la primera vez que dos estados asiáticos figuran entre los tres principales compradores militares”.
Y no solo los asiáticos, destaca el citado periodista C. Angeli, que también gastan mucho países africanos próximos como Argelia y Marruecos. Argelia, que escamotea inversiones en sanidad pública, negocia intensamente con España en ámbitos que van más allá de la energía y reprime las exigencias democráticas de su población, combina la evasión de capitales -en que es experta desde siempre la casta en el poder- con compras millonarias de armamento especialmente a Rusia: aviones de combate SoukhoÏ, helicópteros de ataque, etc.
En tanto que Marruecos –país con enormes brechas sociales y de economía poco boyante- adquiere helicópteros Apache y abundantes F-16 de origen USA, además de un buen lote de cañones César a Francia. Como ironizaba Angeli en Le canard, no parece que sean precisamente compras de material para “defenderse del fundamentalismo islámico”.
Los incrementos de gasto militar en Europa los lidera Alemania (que ciertamente no solo se dota de bagatelas como respiradores para sus ucis) mientras Francia y Gran Bretaña mantuvieron en 2019 estable su inversión, en tanto que fuertes presiones de la OTAN convierten en “clientes de primera” a países pobres del este europeo, como Bulgaria y Rumanía. En cuanto a España suscribo los contenidos explicitados por David Fernández –ex diputado de la CUP- en su artículo “General, ¿en qué caray se han gastado 550.000 millones?” publicado en mayo por LoQueSomos, artículo procedente de El Punt Avui.
Documentos SIPRI de hace dos años destacaban que “ochenta de las 100 principales productoras de armas en 2018 tenían la sede en EE.UU., Europa y Rusia. De las 20 restantes, Japón tenía 6, Israel, India y Corea del Sur, 3; Turquía, 2; y Australia, Canadá y Singapur, 1”… aunque no hay datos fiables de la producción de China, sí los hay de los resultados del programa de rearme aprobado en 2017 por Trump y del ascenso a la cabeza del siniestro ranking de cinco enormes empresas de la guerra: Lockheed Martin, Boeing, Northrop Grumman, Raytheon y General Dynamics, todas ellas con sede en EEUU.
En definitiva los complejos militar-industriales constituyen un motor fundamental del turbocapitalismo. Combatirlos es fundamental para el conjunto de los proyectos anticapitalistas.
Concluimos: Esos súper-holdings ¿crean mucho empleo? ¿Evaden masivamente impuestos mediante sofisticada ingeniería financiera? Con ser preguntas importantes son de limitadísimo alcance para una humanidad amenazada, zaherida por guerras locales con su secuela de muertes y diásporas de nuevos millones de refugiados, una humanidad en que el hambre mata masivamente a pesar del excedente de recursos alimentarios detectado por la FAO desde hace ya décadas.
Cuando las estadísticas de mortandad crecen también a causa de la privatización de vacunas y medicamentos en los países del tercer mundo por responsabilidad de la industria farmacéutica y las políticas proteccionistas de patentes que les brinda la OMC, urgen justica social, nacionalizaciones y redefinir prioridades sociales.
Hablamos de una humanidad que soporta a gobiernos-clientes de ese inmenso gasto militar. También, de una humanidad engañada y amordazada por esa brutal disuasión armada que cínicamente se encubre ideológicamente en todas partes con “la necesidad de ampliar las políticas de seguridad”.
Por eso importa y mucho el reinventar el anti militarismo del siglo XXI, un anti militarismo que transversalice organizaciones, sindicatos, partidos y movimientos sociales; que convierta en acción política los saberes. Sin ello, cualquier Bloque Social Transformador será limitado, insuficiente y carente de la dimensión estratégica radical que necesitamos.
Porque no queremos contribuir a engordar (por omisión) a los matones y gendarmes del Planeta y de sus gentes y tampoco ser ajenos a derroches en gastos militares de gobiernos irresponsables que gestionan el dinero común con brújulas trucadas. Hay asuntos más importantes que fabricar armamento, equipar a tope a fuerzas de seguridad, o viajar a Marte.
– Foto montaje de cabecera de “El Jueves”
* Acacio Puig, artista plástico. Militante de la izquierda revolucionaria, represaliado por el franquismo, activista memorialista de la asociación “En Medio de Abril”.
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Interesantísima nota que comparto al 100%. El movimiento anticapitalista, antimilitarista a la vez, debe de seguir denunciando y plantando cara a lo que aqui se llama “turbocapitalismo”, no podemos aceptar seguir produciendo armas porque generan trabajo. Ya basta de hipocresía!