Los delegados de Perón
Mónica Oporto. LQS. Mayo 2021
Dedicado al Mayor Bernardo Alberte y a Bernardo Alberte hijo -a quien tuve la suerte de conocer-. Al primero porque las circunstancias de su asesinato siempre me impactaron y eso me llevó a querer conocer su historia. Por cuestiones relacionadas con mis estudios de licenciatura en historia incursioné en los archivos de la universidad de Stanford donde hallé cartas entre Perón y el que fue uno de sus delegados. Y quiso la causalidad que por entonces –años 2008-2009- pudiera contactar con el hijo del mayor Alberte a quien entregué copia de las cartas mencionadas. Fue un encuentro del que guardo un recuerdo muy emocionante y en el que Bernardo (h.) me regaló el libro escrito por Eduardo Gurucharri a partir del cual surgió mi inquietud para investigar sobre el tema del presente trabajo.
Es por eso que también tengo un enorme agradecimiento al otro Bernardo, a quien debo agradecer que me pusiera en este camino de trabajo y lamento que su fallecimiento me prive de poder entregarle una copia.
Esta investigación no agota el tema dado que entiendo que hay mucha bibliografía aun para revisar a la que no he accedido. Del material revisado pude constatar la vinculación –empática o confrontativa- entre los distintos integrantes del círculo de allegados a Perón que se constituyeron en delegados en distintos momentos. La designación siempre fue evaluada por Perón de acuerdo con la coyuntura y con criterio pragmático.
Hubo: un delegado autoproclamado, una delegada, uno que murió en ejercicio del cargo, uno dado de baja por su marcada traición, uno que quiso ser Perón, otro que priorizó sus negocios al ejercicio de la representación y representó a una marca de habanos, aquél que bregó por un peronismo revolucionario, un delegado ofició de financista y otros mantuvieron lealtad absoluta e indiscutida por lo que fueron desplazados por los pases mágicos de un secretario…
Perón siempre tuvo en claro que no podía haber un “peronismo sin Perón”. Era consciente de que, a miles de kilómetros de distancia, sería complejo monitorear conductas, prevenir traiciones, trabajar en pos del retorno para reparar el quiebre institucional que significó el golpe de Estado de septiembre de 1955.
Por eso, desde Madrid el general implementó un sistema bastante parecido al utilizado por los reyes de España durante la colonia: funcionarios nombrados con una finalidad específica que eran controlados por otros funcionarios nombrados con finalidad específica que – a su vez- eran controlados por el primero y así el control recíproco terminaba en el “comando superior” la reina Isabel de Castilla, en los siglos XV-XVI… o Perón -cuatro siglos después-.
Pero por si eso fuera poco, no faltaron viajeros desde Buenos Aires a Puerta de Hierro que se ofrecieran para “llevar y traer” comentarios de los hechos que escuchaban y ocurrían. Así que, además de la teletipo, las cartas que el general tipeaba en su máquina de escribir, más adelante las cintas magnetofónicas, comentarios orales (en “vivo” o telefónicamente), Perón contó con una red de voluntarios (muchos con interés personal) que oficiaron de visires, según la definición del cargo que para los egipcios era “los ojos y los oídos del faraón” que ayudaron a controlar porque… “el hombre es bueno, pero si se lo vigila… es mejor”.
Era un tejido bien armado y el pragmático tejedor era Perón. Pragmático porque, según el contexto, nombró desde un revolucionario como Cooke, a un “aristócrata” como Remorino, a un vandorista como Iturbe… etc.
Y para que el Comando Superior además de “ojos y oídos” pudiera tener “manos” que llevaran a cabo los objetivos, Perón nombró a algunos de aquellos que consideró –en determinada coyuntura- que podrían ejercer su representación, el cargo de Delegado.
No fueron muchos, pero sí muy distintos uno de otro, y la lealtad fue la condición transversal –confianza que uno violó, y que dio alas para que algunos pensaran en candidatearse bajo aquella consigna de hacer un “peronismo sin Perón”-.
Esta heterogeneidad -especie de claroscuro entre los delegados- Perón la resumió así: “En el peronismo, en cuanto a ideología, tiene que haber de todo. Me dicen que Cooke era muy izquierdista pero también lo tuvimos a Remorino que era de derecha”.
Pragmatismo. Verticalismo. La frase de Perón nada dice sobre las “formaciones especiales” que, de alguna manera, también tenían un mandato indirecto de parte del “viejo”, que “prometió cosas que, desde luego, no pensaba cumplir”.
Cada uno de los delegados dejó la impronta de su personalidad: Cooke fue un “fogoso” e insobornable diputado, característica que desplegó en toda su actuación hasta su muerte. Alberte un leal intelectual laborioso, Remorino un prolijo, Cámpora leal hasta la muerte. Paladino –según palabras de Perón- era “el delegado de Lanusse”. Menos conocidos pero no de menor importancia, Campos, Villalón, Sosa eIturbe, proveniente alguno de ellos de la derecha sindical. Por fin, incluimos a Isabel –su última esposa- quien en varias oportunidades cumplió la tarea de ser delegada debiendo viajar a Argentina para controlar el cumplimiento de mandatos de Perón.
Volviendo al tema de la lealtad a Perón, este valor socialmente tan preciado, resalta en el peronismo con fuerza de principio diferencial partir del 17 de octubre de 1945.
Fue condición necesaria en los Delegados y exigida por el pueblo que la ejerció llegando a dejar “la vida por Perón” –llevando a la práctica la consigna de la lealtad peronista en el contexto, primero de la Resistencia que luego se continuó a lo largo de la lucha por el retorno del presidente depuesto- todo por volver a los mejores días “que siempre fueron y son peronistas”.
El objetivo de este trabajo era historiar cronológicamente a los distintos delegados, caracterizarlos y dejar constancia de que de la lectura del material consultado –que no agota el tema-. Se pudo tomar contacto además con la “evolución” del trato dispensado por Perón al delegado de turno -desde la nominación hasta la “salida”- y cómo Perón pasó de los elogios, felicitaciones, plácemes, consejos y sugerencias, a la reprimenda e incluso al destrato en algunos casos.
Fueron delegados:
John W. Cooke – Alberto Manuel Campos – Rubén A. Sosa – Alberto Iturbe – Raúl Matera – Héctor Villalón – Jorge Antonio – María Estela Martínez (Isabel) – Bernardo Alberte – Jerónimo Remorino – Jorge Daniel Paladino – Héctor J. Cámpora
Llegaron a delegados porque Perón se los ofreció. Dejaron el cargo, algunos por “ofrecimiento” tácito o explícito de Perón; en un caso fue por muerte que se produjo la vacante. Durante ciertos momentos de la década de 1960, viajó Isabel a Argentina y ofició también como delegada. Hubo un delegado “autoproclamado”, cercano y leal a Perón, pero jamás designado como tal.
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