Los gloriosos 40 años de democracia
Juan Gabalaui*. LQSomos. Febrero 2016
Hay que hacer un esfuerzo titánico de distorsión de la realidad para calificar los años de la pos dictadura como gloriosos. A mí al menos me resulta difícil encontrar gloria alguna en estos años. Claro que ha habido aspectos positivos pero la perspectiva que te da el tiempo evidencia el engaño consciente de la clase política sobre el pueblo que decían representar, el autoengaño de los propios ciudadanos y las ficciones construidas por los medios de comunicación para armar una narrativa que en los últimos años se ha caído estrepitosamente. Y no porque no hubiera señales en su momento de que las bases sobre las que se estaba construyendo esta presunta democracia eran inestables. Sí, ha habido mucha gente que ha vivido un lustro de oportunidades, una oferta de trabajo amplia y en determinados sectores con unos buenos salarios. Tanto como para que los que eran clase trabajadora se olvidaran de que lo eran. Creyeron que la ficción que creían realidad, gracias a la publicidad mediática y política, les iba a permitir trabajar, seguir ganando un sueldazo y comprarse una casa que tendrían que pagar durante cuarenta años. Pensaban que esto no tenía vuelta atrás. Y esto no lo pensaban porque fueran estúpidos sino porque los que supuestamente representaban y velaban por sus intereses les decían que lo hicieran, que pidieran crédito para todo, que la banca proveía. Un crédito para la casa, para el coche, para la casa en la playa, para las vacaciones, para comprarse la tele más grande y el último invento tecnológico de postín. Había dinero para todos y se animaba a gastarlo generosamente. Nadie se puede creer que las consecuencias de este engaño masivo no fueran valoradas por la clase política. Lo que se estaba haciendo era insostenible se mirara por donde se mirara. Y no se puede decir que no hubiera quien avisó de la debacle pero la maquinaria propagandista del Estado lo ahogó hasta convertirlo en el simple murmullo de un aguafiestas. La ficción se construyó desde el Estado y las empresas beneficiadas por la burbuja. Los medios de comunicación se encargaron de aventarla. Hubo una confluencia de intereses para engañar. Conscientemente. En esta gloriosa democracia.
Este buen rollo ocultaba las miserias. Ocultaba a los que estaban al margen, los contratos precarios o el constante deterioro de los derechos laborales. [Casi] todos estaban mejor y este optimismo permitía aceptar el hecho de que muchos políticos robaban en los Ayuntamientos, en las Diputaciones, en las Comunidades, en los Gobiernos. ¿O es que pensamos que los políticos han empezado a robar en los últimos años? Que se mirara hacia otro lado no significa que no se supiera que lo hacían. Lo que ocurre es que repartían y a muchos les llegaban las sobras en clave de trabajo y sueldo. Así las corrupciones y corruptelas se tragaban más fácilmente. Cuando han faltado el trabajo y el sueldo, se les han abierto los ojos. Ya. Se ha sido cómplice necesario de la perversión democrática de las instituciones aunque ahora se vaya de indignados o de dignos. El autoengaño nos ha servido para pensar que esos años fueron maravillosos. Como decía antes, la perspectiva que te da el tiempo te permite entender que esa época estuvo llena de engaños y de mentiras, y que gran parte de los ciudadanos las aceptaron porque obtuvieron beneficios durante un tiempo. Cada uno vivía su vida y los temas de la política servían para debatirlos en el bar y llamar ladrones a los ideológicamente antagonistas. Los sinvergüenzas de la política han sido mantenidos no solo por sus colegas de profesión, que sabían con detalle los negocios del político que se sentaba en su misma bancada y en la de enfrente, sino también por la dejadez ciudadana y por la tibieza de los medios que, en muy pocos casos, se dedicó a investigar en profundidad lo que era conocido a voces en el mundillo político y periodístico. Así se ha construido esta gloriosa democracia. Nos quieren decir que porque en los años ochenta aumentara el número de universitarios de la clase trabajadora nos tenemos que olvidar del teatrillo miserable que se escenificaba entre bastidores. Nos quieren decir que porque se haya podido gozar durante mucho tiempo de un servicio sanitario de calidad, nos tenemos que olvidar de cómo se han lucrado del dinero público español y europeo. No todo fue tan malo, claro, solo que la calidad democrática de los arquitectos de la gloriosa era ínfima.
Porque no solo estamos hablando de robar. Si empezamos a analizar el sistema judicial y legislativo de este país, tendríamos que demoler la palabra democracia letra por letra. Un Estado que ha utilizado las leyes o se las ha saltado literalmente para luchar contra el terrorismo. Un código penal reformado hasta convertirlo en uno de los más duros de Europa. Sentencias que han condenado a un pobre hombre por robar cuatro duros y a un corrupto ni juicio y si lo hubiera, absuelto o cumplimiento de las penas en condiciones muy favorables. Sentencias que han condenado a medios de comunicación porque en sus documentos escritos en euskera aparecía la palabra “eta”, que a parte de una banda terrorista es una conjunción muy utilizada en ese idioma que algunos periodicuchos han tachado de terrorista. Personas enterradas en cal viva, ejecuciones y secuestros. Los muertos olvidados de la admirable transición pacífica. Bendita democracia. Sí, bendita y gloriosa democracia que permite que en las cunetas de sus carreteras, en los alrededores de sus pueblos, en fosas comunes desperdigadas sigan los asesinados de la guerra provocada por los golpistas fascistas hace ya casi 80 años. Algunos como Luis Prados, en su artículo titulado España, ¿cómo hemos llegado a esto?, limitan los problemas de este Estado a la mitad de la segunda década del siglo 21, ignorando que lo que vivimos actualmente es la consecuencia de la continua degradación en la que se convirtió un país que aspiraba a la democracia sin mirar de frente a su historia. Los fuegos artificiales que hemos vivido en estas décadas han servido para mantener nuestra mirada en las nubes, ignorando los evidentes signos que mostraban que la construcción democrática estaba desviada desde sus inicios. Se acabaron los fuegos, se evidenciaron las miserias. Y en estas estamos.