Los indeseables

Los indeseables

Estoy donde quería.

Primer grupo en Sol. Estos parecen de retén, aunque ningún joven de aspecto indeseable —ni mayor con símbolos políticos indeseables— se debería fiar: aquí se para, se identifica, se multa, se arresta y, a veces, se expulsa con cajas destempladas. Ayer los retenían en cualquier parte, Metro incluido. La gente ni siquiera puede llegar a las manifestaciones. Como método de sabotaje y de extensión del miedo es ciertamente magnífico, y tiene la ventaja de que ofrece un titular seguro a la prensa: «Fueron cuatro gatos».

Pero siempre había una forma, aunque implicara un rodeo. Hoy, no. El retén de Alcalá, que controla el paso a Sevilla, vigila hasta la sombra de los balcones de piedra. Al ver el control de Cibeles, giro por Cedaceros, compruebo que San Jerónimo y Zorrilla están cerradas y bajo por la Calle de los Madrazo, que es una fiesta de azul. Policías arriba, miradas de desconfianza; policías en la esquina de Jovellanos, miradas de desconfianza; policías en la de Marqués de Casa Riera, miradas de desconfianza; montones de policías en el cruce de Marqués de Cubas, montones de miradas de desconfianza y, por fin, haciéndome el loco, el Prado.

¿He dicho fiesta? Corrijo: fiesta es la que han organizado en el camino a Neptuno. Cuatro pasos, cinco pasos, seis pasos y dos policías que impiden el paso a todo el mundo, desde los turistas (What?But… ), hasta los trabajadores que van y vienen o que, por lo menos, intentaban ir y venir. Reconvertida la acera en callejón sin salida, la gente cruza entre los coches y salta la valla del bulevar, pensando que de ese modo podrán seguir adelante. Se equivocan. Docenas de policías. A caballo, de pie, en columnas. Sé lo que van a decir, pero pregunto igual y recibo la misma respuesta: «No». Algunos se rinden y toman las de Cibeles, que son las de Villadiego; otros cruzamos a la acera de la Bolsa.

Sí, naturalmente, más policía. Antes del Ritz, ya es obvio que no permitirán acercarse a la calle del edificio donde, a estas horas, de espaldas al pueblo, se aprueba la ley de abdicación de un rey por 299 votos a favor, 19 en contra y 23 abstenciones. Tras una llamada, me cuentan: La UIP ha expulsado a los compañeros que consiguieron llegar cuando la voluntad de las Cortes, simbolizada más que nunca en esa legión de pistolas, aún estaba dormida. Los distingo en el paseo, hacia Atocha, rodeados de azules. En un descuido de los vigilantes, cruzo la calle y atravieso el cerco. Estoy donde quería. Donde faltan tantos. Gritamos: Viva la República.

* Escritor y traductor literario. Editor del diario La Insignia

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