Los juegos eróticos de París

Los juegos eróticos de París

Por Arturo del Villar

La Iglesia catolicorromana lleva veinte siglos imponiendo sus opiniones sobre las gentes, tanto las pertenecientes a la secta como las ajenas y aun opuestas a ella. Durante los siglos en los que dominó el llamado Santo Oficio de la Inquisición asesinó a reformadores, disidentes, traductores e impresores de la Biblia en idiomas nacionales, judíos, mahometanos, acusados de brujería o de homosexualidad o de ser servidores de Satanás o de leer libros puestos en su ‘Index librorum prohibitorum’, y otras muchas aberraciones semejantes

Ahora ya no puede quemar públicamente a nadie, pero sí condenar de palabra a cuantos no aceptamos formar parte de su redil.

La Conferencia de los Obispos de Francia ha demostrado seguir todavía en la Edad Media, al poner el grito en el cielo (¿dónde mejor?) porque durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París, celebrada el pasado 26 de julio, afirmaron que se había proyectado una parodia de la muy conocida y reproducida pintura de Leonardo da Vinci La última cena. La organización aclaró que se trataba de otra pintura, El festín de los dioses, de Jan van Bijlert, nacido y muerto en Utrecht (1597 o 98—1671), perteneciente a la Iglesia Reformada neerlandesa.

Le Festin des dieux (El festín de los dioses) Jan van Bijlert, creada alrededor de 1635-1640. Musée Magnin de Dijon, Francia

Es preciso poseer una mente desequilibrada y estúpida para encontrar ninguna relación entre ambas obras, como lo es la repartida entre los obispos franceses. Pero no están solos ellos, porque el Vaticano recogió su malestar y repitió su condena de lo que consideran una burla del cristianismo. Como era de suponer, enseguida salieron unos grupos ultracatólicos españoles para protestar por lo que ellos en su ignorancia suponían una parodia de Da Vinci. Es una suerte que ya no se celebren los autos de fe callejeros inquisitoriales, porque con este motivo arderían muchas hogueras. Qué cerebros retorcidos y enfermos mueven a estos ultraortodoxos fascistas.

Fue un buen inicio para lo que son en realidad unos Juegos Eróticos de París. Desde el siglo XIX estaban divididas las opiniones sobre la capital de Francia: para unos era la ciudad del amor, para otros la capital del vicio. Ahora, con motivo de las Olimpiadas, seguramente los ultras habrán llegado a la conclusión de que París es la nueva Babilonia contemporánea, y rogarán para que caiga fuego celestial que la destruya.

El diario conservador parisiense Le Figaro publicó una noticia complementaria de las exhibiciones deportivas en su edición del 9 de agosto, que si la hubieran leído habría escandalizado a los integristas integrantes de la falange ultracatólica nazional. Dice que cada uno de los 14.500 deportistas participantes en los Juegos ha recibido una cartera con varios regalos aprovechables, entre ellos los relacionados con el sexo.

Para que puedan jugar con seguridad, ya que a eso han ido a la sombra de la torre Eiffel, la previsora organización encargó doscientos mil preservativos, diez mil ejemplares sin látex para los alérgicos, y veinte mil protectores bucales para los practicantes del sexo oral. La intención de este útil regalo es que los deportistas practiquen el conocido como reposo del atleta después de sus exhibiciones, perfectamente resguardados de cualquier peligro exterior. Sin duda es una loable decisión, porque anima a los vigorosos deportistas a dar rienda suelta a sus deseos por complicados que sean muy bien protegidos.

Sin embargo, este plan perjudica a las prostitutas y los prostitutos parisienses, que durante la celebración de los juegos se quedan sin trabajo, cuando debiera ser al revés, y así lo esperaban. Está comprobado que no se puede contentar a todos con las normas comunes, porque son muy diversas las posibilidades de aplicación.

Los obispos hasta ahora no parecen haber comentado las repercusiones de esta medida, aunque sabido el escaso alcance de su concepto de la moralidad tienen que estar escandalizados. Durante veinte siglos la Iglesia catolicorromana impuso las normas generales sobre moralidad, de obligado cumplimiento para toda la sociedad, practicante o no de sus rígidas reglas radicales. En la actualidad las sociedades están liberadas de esa carga, pero quedan unos residuos ultraconservadores que quisieran mantenerla vigente. En España cuentan con asociaciones legales, publicaciones y emisoras de radio y televisión para difundir sus ideas, con abundante dinero a su disposición, y además con grupos violentos encargados de procurar imponerlas por la fuerza. A los responsables del orden público parece no preocuparles esta realidad

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