Los votos en las urnas no son inocentes y nosotros tampoco
Juan Gabalaui*. LQSomos. Diciembre 2015
Suenan los tambores de guerra en Europa como si los atentados de Paris hubieran sido el pistoletazo de salida, como si la pacífica Europa hubiera rebasado el límite de su paciencia por la violencia extrema. Miles de europeos se niegan a una intervención armada y otros muchos creen que hay que golpear duramente, sin piedad, a esos barbudos con turbante y fusiles M16. Los atentados han vuelto a introducir la guerra en nuestras conversaciones y se vuelven a convocar manifestaciones para pedir que no se hagan en nuestro nombre. Vivimos como si la guerra nos hubiera atropellado al cruzar una calle sin mirar ni a un lado ni a otro. Reaccionamos cuando el sonido de las explosiones suenan cada vez más cerca porque las otras, las que resuenan una y otra vez en esos países del mundo que ni conocemos ni nos interesa conocer, las solemos ver en televisión con la misma cara con la que vemos una película bélica.
Escuchas las declaraciones de los líderes europeos y las conversaciones de bar y parecemos víctimas de la barbarie. Los occidentales damos el pego. Parecemos seres inofensivos que solo saben comprar una y otra vez en los centros comerciales, pegados a nuestros ordenadores, escribiendo frases ingeniosas que creemos que van a gustar a esos miles de seguidores que creemos tener, adheridos como lapas a esos móviles que consiguen mantener nuestros ojos en sus pantallas en medio de una estampida de búfalos, que nos emocionamos con las imágenes de gatitos que hacen monerías y que imagine all the people living life in peace. Somos adorables y por eso no entendemos que unos extraños barbudos, que huelen a muerto, nos traigan la muerte a la puerta de casa. Nos sentimos los abanderados de la libertad y de la paz y por ello sentimos extrañas a nuestra naturaleza las barbaries en tierras lejanas que nos muestran los telediarios. Nos ponen los pelos de punta aunque después se nos van los pensamientos a otro lado con los anuncios.
Desde la comodidad de un sofá todo se ve con otros ojos. No hay nada más fácil que defender entrar en guerra con una cerveza en la mano y un pincho de tortilla. No hay nada más cómodo que olvidar que en la guerra de Siria los países occidentales tienen un protagonismo activo y que son responsables directos del caos en el que la población civil siria vive diariamente. No hay nada más sencillo que desligar la guerra de Bush, Blair y Aznar de la deriva de Iraq y la aparición del Estado Islámico. No hay nada más simple que lavarnos las manos por las muertes provocadas por nuestros dirigentes y rasgarnos la camisa por el bumerán que va y viene en estos últimos quince años. No hay nada más natural que culpar a los otros de nuestras desgracias. No, no somos los autores de las acciones terroristas. Ni siquiera somos sus ideólogos. No blandimos rifles de asalto clamando venganza ni linchamos a nuestros enemigos pero sí votamos a aquellos que ante estos hechos solo saben bombardear pueblos y ciudades. Votamos a aquellos que han avivado el avispero y que al sufrir las consecuencias se muestran hipócritamente consternados.
Los votos en las urnas no son inocentes y nosotros tampoco. Aquí nos conocemos todos y sabemos de qué pie cojea cada uno. Si no son capaces de hacer un análisis profundo de la situación y defender la aplicación de soluciones complejas, que van más allá del exclusivo y ciego uso de la fuerza, tendremos lo que tenemos actualmente. Tenemos los gobernantes y aspirantes al gobierno más cobardes posibles. No tienen la honestidad de explicar a los ciudadanos qué significa pertenecer a la OTAN, ni la implicación lucrativa de nuestro gobierno en la venta de armas, ni los intereses nacionales y europeos en el mantenimiento del conflicto en el oriente medio, ni la naturaleza del estado de Israel. Seguramente un partido con estos planteamientos no tendría ninguna posibilidad de gobernar. La información realista no es bien recibida por los votantes. Nos gusta que nos cuenten una película en la que nosotros somos los héroes que vamos a salvar a los pobres sirios, iraquíes o afganos que viven atemorizados por el barbudo con pata de palo y un garfio en la mano. Nos gustan los que pegan un puñetazo en la mesa y gritan que esto no va a quedar así. Nos gusta que nuestros ejércitos humanitarios lleven la paz a esos países que solo saben pelear. Nos gustan estos cuentos porque nos hacen sentir mejor de lo que somos. Y si la cosa no funciona, siempre podemos culpar a ese que hemos votado.