Makoki vuelve
Makoki vuelve
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
A principios de los años 1980’s, Gallardo, Mediavilla y Borrallo crearon a un perturbador personaje de tebeo: Makoki, un desquiciado de edad indefinible que escapa en camisón de un frenopático; por sombrero, porta el casco con electrodos propio del electroshock –perdón, terapia electroconvulsiva, TEC-, que estaban a punto de propinarle. Makoki es adicto a la electricidad y otras sustancias enervantes. El héroe contracultural que hace cuarenta años era una criatura accesoria y discriminada, gracias a la neurotecnología en boga corre ahora el riesgo de mutar en un ciudadano del montón.
El tema neurotecnológico lo hemos comentado en otros momentos (ver Desolación de la quimera, bis, sept. 2012; Algoritmos prèt-a-porter, 28.IV.2017; y, en especial, el más reciente Quimeras híbridas y mecánicas, 09.I.2022) Volvemos a él porque nos ahoga la actual campaña mediática sobre el control cerebral que promocionan unos magnates de la especulación financiera –léase, del acaparamiento de las subvenciones y exenciones fiscales que les regala el Estado. Elon Musk encarna el caso más propagandeado a través de Neuralink. Esta su empresa con sólo 100 trabajadores creada en 2016, quiere mejorar a la Humanidad implantándola unos cascos que controlarán su cerebro –y será “de rigor” que todos los llevemos, ver Quimeras híbridas y mecánicas.
Como el procedimiento no es nada original, observaremos en el siguiente parágrafo su Historia pero, antes, nos detendremos en la apariencia física del nuevo casco de Makoki: “Cada sonda está compuesta por un área de hilos que contiene electrodos capaces de localizar señales eléctricas en el cerebro, y un área sensorial donde el hilo interactúa con un sistema electrónico que permite la amplificación y adquisición de la señal cerebral. Cada sonda contiene 48 o 96 hilos, cada uno con 32 electrodos independientes; logrando así un sistema de hasta 3072 electrodos por formación. La gran cantidad de electrodos que contienen dichas sondas permite la adquisición de señales cerebrales más precisas y en áreas más extensas del cerebro… Dicho robot dispone de una cabeza de inserción con una aguja de 40 μm [micrómetro, micrón o micra= milésima parte de un milímetro] de diámetro hecha de tungsteno-renio diseñada para engancharse a los lazos de inserción, hechos para transportar e insertar sondas individuales, y para penetrar las meninges y el tejido cerebral. El robot es capaz de insertar hasta 6 sondas (192 electrodos) por minuto”
Tampoco le hubiéramos prestado demasiada atención al cacharrito si no hubiera sido porque el gobierno de España parece seducido por semejante utopía, nada eutópica y sí absolutamente distópica: “Tras la presentación de la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial (IA), se han puesto en marcha varios proyectos… y se han lanzado manifestaciones de interés para Spain Neurotech y Algoritmo Verdes” (nuestras cursivas; Gobierno español, 02.XII. 2021)
Es alarmante que este Gobierno olvide las recomendaciones de sus funcionarios científicos. Por ejemplo, el año anterior a la susodicha opción por la filial española de Neuralink, tras contemplar el video promocional de Neuralink, una neurocientífica de indudable prestigio lo destrozaba con estas palabras:
Sobre la pretendida innovación e incluso originalidad del casco makokiniano: “Ya se usan dispositivos similares para ayudar a personas con lesión cerebral a mover brazos robóticos; implantes de electrodos profundos como tratamiento de la enfermedad de Parkinson o para la predicción de crisis epilépticas… prototipos vintage a la luz de lo que promete Neuralink ahora, [gracias a lo que] y la inestimable colaboración de los pacientes, se ha podido acceder al registro de la actividad neuronal humana e intentar decodificarla.”
Sobre los peligros de invasión de la privacidad y las potenciales enfermedades inducidas: “Nada se dijo en el evento de las complicaciones de implantar un cuerpo electrónico extraño en el cerebro; un medio acuoso y corrosivo por antonomasia. Ni de los mecanismos de defensa que nos protegen y que necesariamente formarán una cicatriz glial en la materia gris de cerdos y hombres encapsulando electrodos y promoviendo infecciones, sin importar la especie”. Para concluir con una frase lapidaria: las pretensiones de Neuralink-Musk, “son solo puntos de fuga de un relato futurista.” (ver Liset Menéndez de la Prida, directora del Laboratorio de Circuitos Neuronales del Instituto Cajal del CSIC; 30.VIII. 2020)
La alusión a las hipotéticas infecciones cerebrales que puede propiciar Neuralink, conviene recordar por enésima vez que, al igual que los restantes amos de las comunicaciones electrónicas, Musk ha encontrado en la Salud el santo grial de moda. Para globalizar sus empresas más allá de los señuelos ordinarios (oro, religión, patria), a todos ellos les hacía falta una pandemia y, con el covid 19, ya la tienen -cuando sea pertinente, hablaremos de su morbilidad y de su letalidad. Asimismo, para superar a sus colegas, multimillonarios merced a la alianza entre Big Pharma y la Brigada Mediática, Musk les ha adelantado por la derecha hacia la Salud Mental, quizá consciente de que el centralismo absolutista del cerebro y la autoayuda son imágenes y/o maneras de decir en auge. Que el concepto de autoayuda sea redundantemente absurdo, no es óbice para que sus mercancías, librescas, esotéricas o cibernéticas, se vendan a precio de gallina gorda.
Historia del cerebro
Como dijimos en las auto-referencias antes citadas, los antiguos Egipcios creían que el corazón –y no el cerebro- era el lugar del alma u órgano central del cuerpo. El cuerpo estaba descentralizado en un sistema de canales que conectaban todos sus órganos al corazón: era llamado metu o met e incluía venas, arterias, nervios y tendones. Según el Edwin Smith Surgical Papyrus, el cerebro era sólo el tuétano del cráneo (marrow of the skull)
Andando los milenios y definitivamente asentada en Occidente la idea griega de la centralidad del cerebro, se sucedieron las aproximaciones literarias a las propiedades de tan mágica víscera. En su mítica y mitogénica obra Frankenstein. The Modern Prometheus (1ª ed., 1818), Mary Shelley. reemplaza al Sol por la electricidad como fuente de vida; por ello, trufa su ‘novela’ con máquinas eléctricas y con relámpagos –los poderes del galvanismo estaban de moda.
Después de la señora Mary Shelley, las piezas literarias (de ciencia-ficción o naturalistas) inspiradas por el cerebro no se acercaron siquiera al nivel de Frankenstein. Dos ejemplos: ‘El cerebro humano es una enorme fábrica con miles de telares siempre funcionando’ (Frederic Myers, siglo XIX) La metáfora del telar nos chirría porque los looms eran el paradigma de la máquina inhumana y, más aún, nos escandaliza la imagen del cerebro humano como una fábrica en perpetua producción de mercancías tangibles -¿tal era la concepción del mundo que dominaba a Myers?. Pero cuando el neurólogo literaturizante se desliza de la distopía a la poesía, suele caer en el más manido de los convencionalismos: “Before brains there was no color and no sound in the universe, nor was there any flavor or aroma and probably little sense and no feeling or emotion.” (Roger W. Sperry, premio Nobel 1981) Lógico que, si no hay cerebro, tampoco hay colores ni sonidos ni etcétera; es más, ni siquiera hay cuerpo. No sabemos por qué Sperry dice que, ‘probably’, tampoco habrá emociones y etc. No es ‘probablemente’ sino con toda seguridad… caemos en una complejidad que no es paradójica sino vulgar y corriente.
En cuanto al análisis del cerebro, el paso más importante ocurrió cuando se comenzó la localización de sus áreas de función específica.
Una de las primeras especificaciones fue promovida en 1649 por René Descartes, cuando este influente pensador –poco anatómico o fisiólogo-, proclamó que la pequeña glándula pineal era más importante que otras partes del cerebro. El hoy discutido ojo pineal, así llamado por su apariencia de piña de pinar, era llamado soma konoeides en la antigua Grecia y es superfluo añadir que su fama se mantiene hasta la actualidad.
Otro localizacionista de renombre fue Paul Broca de quien nos permitimos el lujo de mencionar no sólo por su importancia como proto-neurólogo sino también porque nació en 1824 en Sainte-Foy-la-Grande (cerca de Burdeos), cuna de los injustamente postergados geógrafos y antropólogos hermanos Reclus. Y otra curiosidad: en tiempos en los que todavía no estaba meridianamente clara la relación entre cerebro y nervios, el término “neuron” fue acuñado por Waldeyer (quien también acuñó cromosoma) para describir la unidad anatómica y fisiológica del sistema nervioso.
Calculistas o calculators
Desde el (angosto) punto de vista del cerebro, mejorar a la Humanidad no es fenómeno inédito. Por ejemplo, desde que el mundo es mundo han existido individuos famosos por su capacidad para memorizar y/o calcular enormes cantidades de números. Dejando para otra ocasión a los memoriosos, nos detendremos en los calculistas; ahora están federados en varias organizaciones que lo mismo convocan torneos mundiales que establecen una jerarquía de campeones –según una de sus instituciones, Vladimir Nabokov ostenta el nº 100 de esos genios más o menos extravagantes; igualmente, un Campeonato Mundial de Cálculo Mental (el de Leipzig 2008) fue ganado por el español Alberto Coto. El resto, son perfectos desconocidos, quizá porque acarrean la fama de ser autistas o de haber terminado en muñecos de feria.
Como la nómina de calculators es demasiado abultada, nos limitaremos a la figura de Zerah Colburn (1804-1840) porque tuvo un encuentro significativo en París. Cuando era poco más que un bebé, despuntó como un portento que efectuaba cálculos complicadísimos. Viajó por los EEUU y por Europa. En París, conoció ¡oh, casualidad! a F.J. Gall, el ideólogo de la Frenología (la seudociencia que más lejos llegó en la localización) quien le hizo un molde de su cabeza y quien descubrió que, a sus diez años, Zerah no sabía leer ni escribir. Después de infinitos tumbos, el ex niño prodigio, derivó a simple maestro de escuela para, finalmente, refugiarse en la religión metodista de la que llegó a ser predicador. En las Memorias que dictó, se asegura que, desde niño, estuvo acostumbrado a meditar sobre los misterios religiosos hasta que “his mind, though puerile and dark in its ideas, was raised to consider that glorious Being, whom the Christian worships as his God and Saviour.” Bajo ningún criterio podemos considerar que semejante biografía sea ejemplar.
Bricolaje electrónico
Neuralink-Musk, ¿quiere que la Humanidad incremente su porcentaje de individuos calculistas? Daremos por buena esa meta pero no sin antes añadir algunas objeciones: es dudoso que una de las facultades cerebrales hegemonice a todas demás pero, en tal caso, ¿estaría ligado el poder del cálculo aritmético con la inteligencia? De ser así, quizá habría que modificar los criterios que ahora rigen para el coeficiente intelectual (IQ) Item más, ¿quién decidirá que los programadores de Neuralink son más inteligentes que sus hipotéticos pacientes o cobayas? Y otro pequeño detalle: ¿qué poder alcanzarían los humanos mejorados electrónicamente?, ¿seguirían siendo marginados como autistas o como feriantes?
El extremo mecanicismo de Musk se basa en un delirio: que, como ya promulgó Thatcher, no hay sociedad sino yuxtaposición o adición de individuos. Semejante individualismo extremo, unido a la cirugía de alto riesgo, consigue que la división entre droga (sustancias que utiliza tu cerebro para funcionar mejor) y alimento (sustancias que necesita tu cuerpo para funcionar) sea aún más difusa. Pero no parece que Neuralink se preocupe por la alimentación y, menos aún, por la socialización por lo que hemos de colegir que los electrodos son la droga del futuro. ¿Serán muy caros? Como todas las drogas, seguramente pero, quien quiera abismarse en ese piélago quizá deba saber que hay bricolajes más baratos.
A menudo se dice que “jugar al ajedrez desarrolla exponencialmente la inteligencia… para jugar al ajedrez.” Parafraseando esa conocida máxima, podríamos decir que la distopía electrónica de Musk desarrollará exponencialmente la habilidad para seguir comprando su neurotecnología. Hemos llegado al ‘punto de fuga’ del futurismo mercantil.
“Arduino es una compañía de desarrollo de software y hardware libres, así como una comunidad internacional que diseña y manufactura placas de desarrollo de hardware para construir dispositivos digitales y dispositivos interactivos que puedan detectar y controlar objetos del mundo real.”
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