Memoria de “La ciutat cremada”
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez. LQSomos.
Hasta el momento resulta la película temáticamente más ambiciosa que se haya realizado sobre la Revolución de julio más conocida como la “Semana Trágica”. Su director, Antonio Ribas (junto con Miquel Sanz) comenzó a escribir el guion en 1975, y su estreno suscitó un interés apasionado en Cataluña, por abordar una fase histórica tan emblemática y “maldita” para el franquismo, como por estar en parte hablada en catalán. Comportaba también una apuesta por un “cine popular catalán” siguiendo –de lejos- el modelo del italiano, por ello fue financiada en parte mediante un sistema de contribuciones voluntarias. A esta singularidad hay que añadirle el “morbo” de la presencia de conocidos antifranquistas como “actores secundarios”, detalle que agravó todavía más el problema de la mala dirección de actores. Su estreno -en catalán- tuvo un carácter eminentemente reivindicativo. Su popularidad fue enorme, al margen de sus (escasos) valores fílmicos, “La ciutat cremada”, tenía un enorme valor simbólico. Por ejemplo, era la primera vez que en el cine se hablaba con cierta seriedad y admiración de Ferrer i Guardia.
Con unos medios irrisorios que no daban ni para montar una escena de barricadas digna de crédito, Ribas no se detuvo en miramientos y pretendió ofrecer su propio “Novecento”, una combinación de historia familiar (la intromisión en una familia burguesa de un soldado de la guerra de Cuba) con numerosas pinceladas sobre los acontecimientos históricos que se produjeron en Barcelona entre 1898 y 1909.
En la trama familiar se ofrece una visión de la burguesía catalana bastante desacralizada, y por lo tanto se apunta una cierta mirada sobre el ascenso movimiento obrero, de significado anarquista, lo que en su momento creó muchas expectativas La película centra la acción en el momento de convulsión revolucionaria de 1909, en el que intervienen cuatro sectores representativos de la lucha social: Madrid, con su clase política representada por el “agente” Lerroux, al que se describe como un demagogo a sueldo del poder central, la burguesía industrial que aprovecha la situación de la guerra europea, los anarcosindicalistas de la CNT, los militares que tratan de reconducir los procesos políticos y los nacionalistas que aprovechan el momento para hacer realidad una República Catalana.
El resultado resultó fuertemente contestado por la crítica, que considera que el director fracasaba a la hora de amalgamar los diversos elementos, a la hora de articular una síntesis, así como en la dirección de actores. Y en la parte que aquí nos importa, su aproximación al ascendente movimiento obrero y al anarcosindicalismo (que impulsó una huelga general), resulta bastante desvaída. Queda reducido a dos variantes, al que aparece detrás de la verborrea anticlerical de Lerroux (descrito meramente como un demagogo un tanto grotesco), y el que trata de encontrar en el esperanto la vía para sus sueños por un mundo mejor.
La historia de “La ciutat cremada” concluye con la llamada Semana Trágica (“trágica” para los reaccionarios que montaron sobre ella toda una “leyenda negra” de Iglesias quemadas y monjas violadas; “trágica” para el movimiento obrero porque su fracaso significó una nueva fase de represión y el cadalso para Ferrer i Guardia), y su éxito animó a su director y guionista animados por la voluntad de seguir con más episodios, con un proyecto todavía más ambicioso sobre el papel justamente cuando el signo de la coyuntura política se había desplazado hacia el “desencanto”, y que llevó el cine hacia terrenos propios de la “movida”.
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