De mentiras, medias verdades, pos verdades y demás falacias
Carlos Olalla*. LQSomos. Mayo 2017
La digitalización de nuestra sociedad ha acarreado una amenaza para la libertad y la democracia que, de no mediar solución, podría llegar a acabar con ellas. El mundo digital es un entorno perfecto para la manipulación informativa, una manipulación que está alcanzando límites antes impensables. Prueba de ello la aparición de ese nuevo palabro, la pos verdad, que, si bien desde fuera podría interpretarse como lo que está más allá de la verdad, la verdad de las verdades o la verdad última, en realidad es todo lo contrario: no es más que una mentira repetida tantas veces que la gente llega a creerla, o una mentira lo suficientemente bien urdida como para que pueda parecer verdad. Manipular hoy a la sociedad es mucho más fácil de lo que lo era hace años. Son muchos los factores que han contribuido a ello: la concentración de la propiedad de los grupos de comunicación en pocas manos (fenómeno que se está produciendo a escala mundial), la cada vez mayor velocidad a la que circula la información, la falta de tiempo para contrastar informaciones e incluso para analizarlas por parte de los receptores de las noticias, la precarización de la profesión del periodismo, el miedo de los periodistas a perder su puesto de trabajo, los recortes presupuestarios que están acabando con los corresponsales propios y dejan el origen de la noticia en manos de unas pocas agencias, la transformación del objetivo de los medios que ha pasado de ser informar a ser ganar dinero, la dependencia de los medios de los anunciantes y de los poderes políticos… La conjunción de todos estos factores es la que ha provocado el profundo deterioro en la calidad de la información que transmiten hoy los medios y la aparición del peligro que supone tener la manipulación de la sociedad más al alcance.
Hace solo unos años resultaba impensable que un presidente de EEUU pudiera mentir sistemáticamente sin que le pasara nada. Hoy es normal verle hacerlo a diario y ni siquiera sonrojarse cuando le demuestran que lo que ha dicho o tuiteado era mentira. Son lo que se conoce como fake news o noticias falsas que, al parecer, todo el mundo está de acuerdo en que se utilicen. Para entender cómo hemos llegado a esto basta con repasar lo que ha sido la evolución reciente en aquel país: Clinton tuvo que dimitir por haber mentido en algo tan insustancial como si había o no había mantenido relaciones sexuales con una becaria, mientras que Bush hijo pudo acabar su mandato a pesar de haber mentido intencionadamente sobre la existencia de las armas de destrucción masiva de Irak, mentira que causó cientos de miles de muertos y que está en el origen del actual auge del terrorismo internacional. Hemos llegado a un extremo en que es más importante mentir sobre si nos han hecho una mamada que hacerlo para matar a cientos de miles de inocentes.
Y si esto pasa con los presidentes de los EEUU, qué no va a pasar con los medios de comunicación. Hoy, por ejemplo, no es extraño leer un titular alarmista que refleja justamente lo contrario de lo que, leyendo el artículo, resultaba ser la noticia. Sí, sí, lo has leído bien: el titular dice lo contrario que la noticia. ¿Qué consiguen con eso? Saben que una gran parte de la minoría que lee periódicos solo lee los titulares y lee los artículos cuando tocan un tema que puede interesarle o afectarle directamente. El mensaje que llega a la población es unidireccional y partidista. Si a eso le unimos que la mayoría de medios de comunicación están concentrados en pocas manos podemos comprobar que ese mismo titular falso se repite hasta la saciedad dándole marchamo de verdad.
La perversión ha llegado a tal grado que hoy los propios mensajeros, los y las periodistas, han pasado, en muchos casos, a ser los protagonistas de la noticia. ¿Desde cuándo un entrevistador puede debatir con el entrevistado de tú a tú, llegando incluso a faltarle al respeto o a no dejarle hablar cuando intenta explicar una opinión que no coincide con la suya? Eso lo vemos a diario en nuestras televisiones, sobre todo cuando los entrevistados son de un partido o ideología determinada que supone una amenaza para el poder. El diferente trato con el que muchos de esos y esas periodistas entrevistan a Pablo Iglesias o a Felipe González, por ejemplo, es patético, vergonzoso y, lo peor de todo, trágico para la verdad y el derecho a la información.
Tampoco es extraño que periodistas y tertulianos de una cadena pública como TVE preparen una auténtica encerrona al político con el que no se identifican. Lo que Sergio Martín (director del programa y del Canal 24h de TVE), Alfonso Rojo, Graciano y demás tertulianos de “La noche en 24h” hicieron cuando, tras haberlo intentado evitar durante meses, no tuvieron más remedio que invitar a Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, es realmente repulsivo. Y máxime tratándose de una cadena pública, que pagamos todos y que debería ser un ejemplo de imparcialidad y profesionalidad.
Venezuela es un claro ejemplo de la manipulación informativa de nuestros medios de comunicación. La práctica totalidad nos ofrece sistemáticamente una visión tremendista y aterradora de la situación del país, visión que siempre es la de los opositores al gobierno de Nicolás Maduro. Que la situación en Venezuela es difícil nadie lo pone en duda, pero la forma en que la tratan nuestros medios, con constantes entrevistas a líderes opositores y nulas a representantes del gobierno, con imágenes de las interminables colas que se forman frente a los supermercados (cuando nunca reflejan las que hay frente a los comedores sociales de cualquier ciudad española), o las de incidentes violentos en manifestaciones contrarias al gobierno, nos dan una imagen totalmente parcial de la realidad que vive un país en el que su actual gobierno ha sido elegido por su pueblo en unas elecciones que han sido analizadas minuciosamente por los observadores internacionales sin que se haya detectado manipulación electoral que pudiera indicar la existencia de fraude. ¿Por qué nuestros medios callan sistemáticamente que el gobierno bolivariano lleva ganando ininterrumpidamente las elecciones en Venezuela desde hace más de 15 años?, ¿Por qué esa insistencia en hablar siempre de Venezuela y de intentar relacionarla con Podemos para desprestigiar a esta fuerza política?, ¿Por qué ponen siempre a Venezuela como ejemplo de país que no respeta los derechos humanos y sin embargo no dicen nada cuando informan de los viajes del rey o de Rajoy a regímenes dictatoriales como Arabia Saudí o a potencias económicas como China que ha cometido y sigue cometiendo un genocidio con el pueblo tibetano?
Pero la utilización de los medios para fines ideológicos interesados no es exclusiva de nuestro país, como tampoco lo es el acoso a Venezuela. La entrevista que le hicieron recientemente al eurodiputado José Couso sobre Venezuela para intentar poner en su boca ataques al gobierno de Maduro es un claro ejemplo de ello.
En España hoy no queda prácticamente ni un solo diario escrito de izquierda. Las televisiones privadas son propiedad de dos grupos de comunicación, y los periódicos digitales progresistas sobreviven a duras penas inmersos en la precariedad económica. Que no exista un contrapeso a la manipulación informativa de la que estamos siendo objeto es un factor que contribuye a que las mentiras, las medias verdades, las pos verdades y las falacias campen a sus anchas. Realmente hoy corren malos tiempos para la verdad. Ya no le interesa a casi nadie.