Mi compañero de academia

Mi compañero de academia

Un relato de Rosa Burgos…

El padre tenía una tienda de tejidos y la madre le ayudaba algunos ratos.

Los lunes, día de mercado en el pueblo, mi madre me llevaba con ella a comprar. Muchos lunes entrabamos en la tienda a por telas pues mi madre nos cosía toda la ropa. Mi compañero, junto a sus padres, despachaba detrás del mostrador. Su padre, siempre animado, alardeaba del buen hijo que tenía, tan trabajador, tan guapo y tan buen estudiante. El hijo, muy formal, lo miraba serio, agachaba la cabeza y no decía nada. La madre, le ponía la mano en el hombro y disimulaba diciendo que su hijo era un poco tímido.

Era, con diferencia, el mejor de la clase. Mientras que a los demás se nos olvidaba hacer los deberes o preparar los exámenes, él era el empollón de la clase. Estuvimos juntos solo un curso: el año que hicimos primero de bachiller por libre. Entonces teníamos nueve o diez años.

Le perdí la pista durante bastante tiempo, pensaba que simplemente no coincidíamos en el pueblo cuando volvíamos de estudiar fuera.

Por esas fechas su hermana se puso muy enferma, a punto de morir. La recuerdo paseando con su madre por el río, sin poder apenas andar, muy delgada y débil. En esos paseos nunca iba su padre. Decían que tenía una enfermedad rara. Por aquel entonces no se hablaba de anorexia extrema, ni de ningún tipo.

Pasaron cuatro o cinco años, ya adolescentes, nos hicimos amigas. Se había recuperado físicamente, psíquicamente creo que nunca lo ha conseguido. Un día le pregunté por su hermano y me dijo que se había ido a estudiar a Cataluña. No le di importancia. Le pregunté que si volvía en las vacaciones y me dijo que su hermano nunca más regresaría al pueblo. Y así ha sido. Su madre murió a los pocos años. Tampoco acudió a su entierro.

En el pueblo se rumoreó que el hijo, al ser muy inteligente, había sido captado por una secta y que no lo dejaban salir de Barcelona ni relacionarse con la familia. Ahora comprendo que esos rumores los extendió el propio padre. Cuando se quedó solo pasaba muchos ratos en el bar jugando al dominó o leyendo el periódico o hablando con la gente. La gente lo trataba bien. Alguna vez lo vi en la biblioteca. Siempre educado, sonriente y muy cordial.

Hace poco me encontré en la capital a la hija, después de muchos años sin vernos. Tomamos un café juntas. Hablamos de tiempos pasados y le di el pésame pues su padre acababa de morir.

Me indicó que no se lo diera. Estaba, al fin, tranquila porque su padre había fallecido. Era un maltratador. Tenía todas las puertas y muebles de la casa destrozados a base de puñetazos y patadas cuando no se los propinaba a su madre o a ella.

—¿Y tu hermano? —le pregunté.

—Mi hermano está vivo de milagro; con la ayuda de mi madre, huyó una noche. Mi madre cogió dinero que mi padre tenía escondido, se lo metió en el bolsillo y le dijo que, por su bien, nunca volviera, ocurriera lo que ocurriera.

—¿Sigue en Barcelona?

—Sí, estudió Química, ya es catedrático. Nunca ha vuelto al pueblo ni nunca volverá. En mi casa ha habido mucho dolor y lo peor es que todo el mundo pensaba que mi padre era una buena persona. Era un demonio. Era un maltratador y un violador.

Ahora, cuando vuelvo al pueblo y paso por la calle donde vivía esa familia que parecía tan feliz y unida, siempre miro, con el estómago encogido, los balcones cerrados, me imagino tantos años de tragedia y me revelo contra el silencio de los vecinos y familiares, cómplices del maltrato.

* Rosa Burgos López. Nació en Cúllar (Granada). Reside en Málaga. Es licenciada en Derecho por la Universidad de Granada. Perteneciente al Cuerpo Jurídico Superior de la Administración de Justicia, ha ejercido como Letrada de la Administración de Justicia (los antiguos Secretarios Judiciales) toda su vida profesional.
Figura en la Antología Escritoras y artistas contemporáneas andaluzas, Instituto Andaluz de la Mujer, 1997, donde le publican el poema “La difamación”.
Fue finalista del Premio de Poesía del Ateneo de Málaga en 1998, con la obra Fuga de voces. En 1999, el mismo Ateneo le publica, en sus Hojas de Cortesía, Sigue las pisadas de mis tacones rojos.
Figura en la Antología de poemas, canciones, visuales y cómics, Aldea Poética II, 2002, donde le publican el poema “Madrugada del 7 de febrero de 1995” o “carne desvenada”.
Como investigadora de nuestra historia reciente, es autora de los libros: La muerte de García Caparrós en la transición política, 2007; El sumario Fernández Quesada, ¿una transición modélica?, 2008; La bala que cayó del cielo, 2012; Las muertes de García Caparrós, 2017; y Palacio de Justicia, 2019.

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