¿Millonetis? No, gracias
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
Una respuesta apresurada a la lectura de la nota publicada hoy: ¿Migración? No, gracias
Un comentario dejado sobre el artículo habla de título confuso: el título de marras NO es confuso sino resumen de la ‘tesis’ del panfleto voxiano. Si hubiera escrito “Migración de jeques, no gracias”, estaríamos de acuerdo. La migraciones masivas del capital, de los jeques saudíes, de los fachas venezolanos, de las mafias europeas (no sólo las rusas, que también), esas sí que es una migraciones masivas nefastas…
Primera trampa filológica: hablar de migración masiva (m.m.). El número de inmigrantes que llega al Estado Español NO es enorme, al menos si, como manda el remoquete automático “si lo comparamos con los países de nuestro entorno”. Comparativamente, Francia, Alemania, Bélgica y Países Bajos tienen muchos más inmigrantes.
Segunda trampa, esta vez, histórica: “los ricos, sobre todo en Europa, se vieron obligados a ceder a la clase trabajadora las ventajas del Telón de Acero: las 8 horas, jubilación, vacaciones, deporte, derechos a la mujer, guarderías, sanidad y educación, ayuda al desempleo, vivienda.” Nadie duda de que, durante la guerra fría, “Rusia y sus países satélites” (así rezaban los pasaportes españoles) frenaron la consolidación planetaria del neocolonialismo occidental pero atribuirla conquistas sociales anteriores a las guerras mundiales es despreciar la lucha de los trabajadores, desde La Comuna de París (1871) hasta las huelgas, fueran salvajes o ‘civilizadas’. La susodicha sentencia hubiera tenido sentido si los partidos europeos dependientes de Moscú hubieran alcanzado cotas significativas de poder pero no fue el caso.
Tercera trampa, ahora clasista: abundar en que la m.m. se enfrenta a las clases locales cuando es más cierto –independientemente de que, objetivamente, tiene parte de verdad-, que esa sensación la tiene la parte facha (grande o pequeña) del proletariado. Pero la trampa se hace más profunda cuando encomienda ¡a los migrantes! (la población con menos poder) que solucionen el problema. ¿Cómo? ¿regresando a sus cuévanos? Ya lo hacen cuando pueden…
Xenofobia visceral: El autor debería esconder los prejuicios y los insultos que pregona a través de su vocabulario epidemiológico: la m. (repito) masiva, es una lacra, un cáncer, un mal, una bomba retardada (acusación de terrorismo). En la raíz del franquismo (y de cualquier autoritarismo extremo) está la imagen biológica de la Humanidad: la sociedad es como un árbol que, de vez en cuando, necesita ser podado.
Su xenofobia es tan visceral que no debería comentarla porque, simplemente, la derecha la vocifera a diario con esas mismas palabras –aunque sin citar a Gandhi como argumento de autoridad. Vox suscribe que la m.m. significa “secuelas de marginalidad, delincuencia y choque de culturas.” Las estadísticas de una fuente tan derechista como el ministerio del Interior dicen que la delincuencia es abrumadoramente española ‘de nación’, lo cual es lógico porque quien no tiene papeles ni casa ni nada de nada no puede ni delinquir.
Pero analicemos la malhadada sentencia (porque no es una frase suelta sino un pronunciamiento jurídico): la marginalidad es fruto (strange fruits, cantaba doña Billie H. refiriéndose a los negros ahorcados) del Estado, no de los migrantes que la padecen. Pero este detalle es una minucia comparado con el fin de la sentencia: la secuela del “choque de culturas”. Cierto, las culturas chocan… pero menos que los individuos (aporofóbicos, psicópatas contra los pobres, los habrá siempre). Es inevitable pero, además, ¿por qué tiene forzosamente que ser un fenómeno nefasto? No voy a defender la ‘buenista’ “alianza de culturas” porque ni siquiera sus patrocinadores (Zapatero y Erdogan) se aplicaron a implementarla. Pero, desde “tiempo inmemorial”, ese choque es consustancial a la diversidad cultural humana. Combatirlo tiene casi el mismo sentido que luchar contra la gravitación universal –triunfos pírricos: la aviación y su disparate máximo: la ‘conquista del espacio’. En la vida cotidiana de los pobres, ese choque está controlado y, a menudo, es visto como un recurso.
El argumento principal del autor es el mismo que Vox: la m.m. quita trabajo a los locales. Estaríamos entonces ante una gran falacia puesto que el trabajo no depende de los pobres, sean locales o migrantes, sino de los capitalistas.
Finalmente, “atacar el mal en su origen” es el mantra de los estados europeos modernos. Lo implementan mediante dos vías incomparables entre sí: el ejército (España tiene casi 10 cuarteles en tierras ajenas, desde Bulgaria hasta Malí) cuyo poder de convicción es máximo y las ridículas y realmente gubernamentales ONG’s, cuyo poder de convicción es mínimo en el extranjero tercermundista y casi máximo en la opinión pública occidental. En cuanto a los países en los que el autor cifra su “esperanza” (Alemania y Suecia) mejor no hablar del renacido militarismo teutón o de la extrema derecha incorporada al gobierno de Suecia.
– Ilustración de Acacio Puig.
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