Monge, obispo e inquisidor

Monge, obispo e inquisidor

Arturo del Villar*. LQS. Marzo 2018

No sería un obispo catolicorromano si no fuera un inquisidor. El de Cantabria, Manuel Sánchez Monge, ha prohibido la representación del espectáculo montado por La Fura del Baus a partir de la cantata armonizada por Carl Orff sobre los Carmina Burana. Es un espectáculo representado por todo el mundo con una general aprobación, debido a su ingenio innovador, que hace un montaje muy siglo XXI sobre unos cantos compuestos en el XII. Solamente a un palurdo ignorante con ínfulas inquisitoriales se le puede ocurrir prohibirlo.

El gran inquisidor cántabro basa su prohibición en que el espectáculo “escandaliza a los creyentes y es una falta de respeto para la libertad de expresión”. Hay que ser un grandísimo canalla, de tamaño episcopal, para decir que la crítica hecho por los goliardos a la disipación de los clérigos medievales puede escandalizar a los catolicorromanos en la actualidad, cuando no hay país en que no se hallen procesados aho-ra mismo desde cardenales hasta curas de aldea, acusados de pederastia. Esto sí debiera escandalizar a los que todavía siguen a la secta catolicorromana, si no estuvieran pervertidos por las predicaciones erróneas de los clérigos.

Seguro que el obispo cántabro se solidariza con el cardenal George Pell, que tuvo a su cargo las finanzas del supuesto Estado Vaticano, hasta que en junio del año pasado el papa Paco le concedió una excedencia para que viajara a Melbourne (Australia), en donde está acusado de violación continuada de niños. En el mes de julio comenzó a verse el caso ante los tribunales de Justicia de la localidad, y todavía ahora mismo sesiguen presentando pruebas contra él. Esto sí debiera escandalizar a los catolicorromanos, y obligarles a abandonar la secta, si no fueran tan depravados como el mismo Pell y su compinche el tal Monge. Cito solamente este caso como ejemplo, por tratarse de un cardenal con un altísimo cargo en la Curia romana, pero no hay diócesis que no cuente con denuncias en todo el mundo en donde la secta está presente. Varias diócesis de Estados Unidos se hallan en quiebra, porque allí los tribunales de Justicia imponen severas multas a los clérigos condenados por pederastia. Pero nada de eso le escandaliza al tal Monge, que defiende la pederastia eclesiástica y en cambio prohíbe las representaciones teatrales.

Desvergüenza episcopal

Y su falta de vergüenza llega al extremo de decir que autorizar el espectáculo en su diócesis significaría “una falta de respeto por la libertad de creencias”. Hay que ser muy cínico, de dimensión episcopal, naturalmente, para mencionar la libertad de creencias, cuando la Iglesia catolicorromana se ha pasado veinte siglos persiguiendo a muerte a quienes profesaban otras creencias mejores que la sacrílega suya. Utilizaron como disculpa la suprema mentira de que esa religión es la única verdadera, simplemente porque lo dicen sus papas, cuando es falsa desde sus cimientos, y contraria a lo que se ordena en la Biblia. Para impedir que sus acólitos descubrieran la gran mentira que es la secta, prohibieron bajo pena de muerte la traducción de la Biblia a los idiomas nacionales, y quemaron en las hogueras inquisitoriales a traductores, impresores, vendedores y lectores.

Acuñaron el axioma Extra Ecclesiam nulla salus, para que los crédulos aceptaran que solamente los catolicorromanos pueden salvarse, cuando lo seguro es que, si existen el reino de lo cielos y el infierno que ellos mismos predican, todos los clérigos catolicorromanos, desde los papas hasta los curas de aldea, todos tienen un lugar de honor reservado en el infierno, por su maldad congénita y su incitación a pervertir a los demás, especialmente a los niños.

¿Será posible que el obispo cántabro sea tan bestialmente ignorante que no haya oído hablar del sacrílego Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, de las cruzadas contra los mahometanos, de los pogromos contra los judíos, del Index librorum prohibitorum y de las sentencias contra científicos para impedir el desarrollo de la civilización, así como de las encíclicas papales condenatorias, en especial de la Quanta cura y su Syllabus, expresión del máximo odio a los avances en el pensamiento humano, debidos al más imbécil de los papas, Pío IX, al que para mayor indignidad proclamaron infalible sus vasallos? La secta catolicorromana es la enemiga de las libertades, de culto en primer lugar, de pensamiento y de costumbres, porque es la institución más autoritaria habida en la historia, la que más muertes ha causado de quienes no aceptaban sus estúpidos dogmas absurdos.

Un residuo inquisitorial

Digno discípulo de ese papa idiota es este Monge cántabro, al que por su cinismo e imbecilidad se le deben aplicar los métodos utilizados por los inquisidores a los tachados por ellos de réprobos, porque lo es en grado sumo, de tamaño episcopal. ¿Cómo osa este representante de la institución más criminal habida en la historia de la humanidad, mencionar “la libertad de expresión”, que su secta ha prohibido y perseguido a muerte durante veinte siglos? Es un insolente despreciable residuo de la más abyecta doctrina catolicorromana.

Los goliardos denunciaron la perversión de los clérigos medievales, que eran casi tan degenerados como los actuales. Estos cantos fueron compuestos en algún convento, únicos lugares en los que durante la Edad Media se escribía y componía música, de modo que los redactaron gentes observadoras de la depravación eclesial, que estaba casi tan generalizada entonces como hoy mismo. No se limitaron a criticar las costumbres de los curas, sino que llegaron a denunciar las de la Curia romana.

Lo hicieron con conocimiento de causa, desde dentro de la institución corrompida, aunque no sabemos si con intención de reformar las costumbres envilecidas o simplemente en tono de burla. Se conservaron en una abadía benedictina de Baviera, y ahora se guardan en la Biblioteca Estatal. Los convirtió Carl Orff en cantata, estrenada en 1937, y desde entonces se ha representado en todo el mundo civilizado. Por eso está prohibida en Cantabria, la comunidad presidida por el falangista Revilluca, el payaso de las anchoas, de quien se ríe todo el reino, porque se le consideraba el hombre más tonto de la comunidad, aunque parece que quiere quitarle el puesto ese obispo salvaje, ignorante y desvergonzado, que mantiene la Inquisición en su diócesis. Porque se lo toleran, naturalmente.

* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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