Movilidad geográfica
Patxi Ibarrondo*. LQSomos. Noviembre 2014
El régimen del 78 se tambalea y su mentiroso presidente Mariano Rajoy se ha ido abrazar canguros a Australia. Según sus exégetas, ha acudido en calidad de invitado estrella. Al parecer se trata de que, el Pasmo del neoliberalismo, explique a los dirigentes del exquisito Club 20 su sabrosa receta política. Es decir, cómo arruinar un moderado estado de bienestar social en solo 3 años de gobierno.
Decir Rajoy es evocar automáticamente una fábrica de longaniza. Siempre está trabajando por su país, que aún no sabemos concretamente cuál es. El producto estrella de este país es el chorizo. Al régimen anterior le dio por inaugurar pantanos y pasearse bajo el palio de los obispos. A sus sucesores les ha dado conceptualmente por lamer el culo de George Bush y de Angela Merkel. A la espera de mayores providencias.
Chorizo es la palabra de moda. Los chorizos han proliferado como setas en un bosque húmedo. No hay día que no nos desayunemos con alguno. Los jueces, aún trabajando a medio gas, están abriendo grietas en las estancias institucionales por donde circulan los fluidos del tinglado. En este país de toreros, ciernepedos y conseguidores, el que no está imputado no es nadie. Los viajes a la Suiza de los bancos son ya una vulgaridad. Los ricos compran leyes y políticos por arrobas. El precio de venta de un diputado ha bajado tanto que una disposición en el BOE solo cuesta una mariscada, un traje, un vehículo utilitario o enchufe para un pariente. Antes de la inflación causada por el “caso Gurtel”, el caso Urdangarin-Borbón, el caso Pons, el caso Matas o el caso Bárcenas, etcétera, el nivel de corrupción en España se medía (patrióticamente) por áticos en la costa del Sol o villas en Mallorca, automóviles Jaguar, yates, cortijos… Desde que se producen los chorizos en serie se ha descendido al rango más convencional de la caspa: folleteo con secundarias de televisión, caza, cocaína cortada y viajes aéreos. Todo gratis por el simple hecho de sentarse en un escaño y apretar el botón conveniente a los negocios de los correligionarios y amiguetes.
Por todo este barrizal autoritario y democrático (no quita lo uno para con lo otro) es por lo que se ha instalado en las calles la desconfianza y la sospecha en los padres de la patria. Ya casi nadie pone la mano en el fuego por la honradez de un representante político. Hay mucho miedo a quemarse. Entonces, dada la evidencia judicial de la situación y el cinismo reinante en el reino ¿Por qué votan y no botan? No es por desconocer la ortografía. Es por pura religiosidad y superstición. Por no atraer el mal de ojo y el rosario. Y volver a empezar.
Sea como sea, el gran problema de fondo en este país es conocerse demasiado. Estamos demasiado cercanos. Algún día fuimos grandes y teníamos perspectiva imperial, pero hoy España es un pañuelo de mocos.
El choriceo dominante en las élites viene a constituir la principal materia prima de la incredulidad del ciudadano. Así que, a mi modo de ver, la única manera de recuperar la confianza perdida, siquiera relativamente, pasa por un cambio radical de la recluta de aspirantes a políticos. Los partidos deben funcionar como las empresas que son en realidad. Y, en ese sentido, la movilidad geográfica tiene que ser una obligación inexcusable en el proceso de recuperación de la fe popular. En la empresa privada la movilidad geográfica se aplica forzosamente y con toda normalidad a sus asalariados. Si no aceptas trabajar por el salario mínimo a mil kilómetros de tu casa, estás despedido.
No hay cosa que mas nos desmoralice las tripas a los peatones de la historia que ver y constatar la trayectoria ascendente de los trepas, desde que éramos niños. Los parvulitos más gritones, acusicas y llorosos en los patios de los colegios. Los más vagos y pendencieros en la enseñanza secundaria o en la barra de los bares sin estudios; los más inútiles y maulas en el trabajo, los más oportunistas en las asociaciones de vecinos, los más caraduras y vendemotos, los tramposos del trile, etc terminan en los partidos políticos. Han crecido contigo y los conoces por sus nombres y por sus “hazañas”.
Su medro resulta muy irritante y hasta provocador.
Así pues, todos los candidatos políticos tienen que ser siempre “cuneros”, ajenos a la comunidad por la que se presentan a la elección. Como el senador Luis Barcenas por Cantabria en 2004. Nadie lo conocía a Luis “el Cabrón”; sin embargo, fue el candidato más votado. Pero se cumplió el axioma. Sus padrinos eran Cascos y Piñeiro. Bárcenas, como todo el mundo sabe, es ahora un icono del siglo XXI en Españastán.
Lo cierto es que, si al menos pretende tu voto alguien a quien no has conocido en toda la vida, no ofende tanto como si el candidato es un macarra del barrio. Ese triunfador rampante, que te vacila porque estás en el paro, yendo a bordo de un Mercedes, riéndose de todo y tirando euros como si fuera el mismísimo Rodrigo (“Retrete”) Rato. Eso duele.