Ni putas, ni princesas
En Lima, 7 de cada 10 mujeres se sienten inseguras en la calle. El acoso sexual callejero está disparado en las grandes ciudades de América Latina.
Pareciera que vamos a ver un prestigioso documental social, de esos galardonados en los grandes festivales de cine independiente. Aunque pudiera serlo, tal vez para otra ocasión, y no muy lejos de la realidad que nos atañe, “Ni putas ni princesas” es el relato de la vida misma, el día a día de miles de mujeres que nos enfrentamos a un tipo de violencia machista silenciada, una violencia que se ve, pero no se toca, que se escucha, pero se permite, una nueva violencia que no es considerada violencia porque no golpea, pero hiere. Es un terrorismo realizado por hombres sin escrúpulos, el nuevo terrorismo patriarcal conocido como “Acoso Sexual Callejero”.
Lima, capital del Perú, una ciudad de más de 8 millones de habitantes. Una gran urbe donde el caos, el olor a comidas en la calle y los sonidos se confunden entre el caótico y áspero tráfico, donde la contaminación y un cielo gris que cubre la ciudad desde mayo a noviembre es el pan de cada día para la segunda ciudad del mundo asentada en un desierto, después de El Cairo.
En ella, viven unos 4 millones y medio de mujeres, lo que supone algo más del 50% de la población limeña, según el último reporte del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) 2013. Somos las más numerosas en la capital peruana, al igual que en todo el mundo, pues las mujeres constituimos más del 50% de la población a nivel mundial, a pesar de ello, somos las menos respetadas y las más expuestas en una nueva e invisibilizada forma de agresión: El Acoso Sexual Callejero.
Según la II Encuesta de Victimización de la Mujer 2012 en Lima, 7 de cada 10 mujeres se sienten inseguras en la calle. No sólo los asaltos y robos se ceban contra las que, inmerecidamente, se nos ha considerado las más vulnerables, las palabras también hieren y pueden golpear más fuerte en la calle que un puñete.
¿A qué mujer no le han dirigido alguna vez un piropo? Diferenciar la barrera que separa al piropo del insulto es complicado, porque poco a poco los piropos se han ido convirtiendo en insultos. De tal manera que una puede ir caminando tranquilamente por la calle comiendo un helado pero un tipo le grita a los cuatro vientos “qué rico lo chupas! Así quiero que me la chupes!” o “mamacita con ese culo no sé cómo te moverás en la cama”
El hombre que camina frente a ti, el obrero que come en tu restaurante, el taxista, el chico al que le compras tus aretes… pocos son los que, hoy por hoy, se salvan de violar tu intimidad, porque aunque ellos no lo crean o no lo quieran saber, ese insulto o lo que ellos creen un piropo, que les hace subir su ego, es una violación a la intimidad de la mujer, a la dignidad de las personas.
El hecho se vuelve más terrorífico cuando se sobrepasan los insultos y se llega al tocamiento. Un día saliendo a mi trabajo, un tipo en bicicleta me tocó el trasero, así, bien palpado, en mi impotencia iba a tirarle una piedra, pero salió tan rápido que no pude alcanzarlo. Otro día un señor mayor casi me besa cuando me lo cruzaba de frente. Al cabo de unas semanas llevaba un vestido corto, estaba muy maquillada y bonita, noté que un tipo me seguía y me hablaba babosadas, así que me cambié de acera. A pesar de ello no me di cuenta que el tipo continuó siguiéndome y cuando paré en el semáforo me levantó el vestido y me tocó el trasero. Sentí que mi reacción fue infantil, me sentí como una niña que se ha orinado encima, como si estuviera expuesta en público para que todos me vieran desnuda como un animal, precedió una reacción de sentimiento de violación, humillación y asco.
Ninguna chica pasa desapercibida, no importa edad, ni forma de vestir, ni talla, todas están expuestas a pasar por este amargo trago, y el hecho es tan común, que muchas mujeres empiezan a tomarlo a broma o como algo natural y sin importancia. Definitivamente, algo natural no es, puesto que es fruto de la sociedad machista en la que, por desgracia, hemos crecido, y para que no se convierta en algo cotidiano deben existir medidas, leyes, políticas públicas que denuncien y condenen este tipo de acoso a la mujer que no es incluido dentro de la tipificada violencia de género.
El acoso sexual callejero es el más padecido por las mujeres en el día a día en las grandes ciudades, pero no hay ninguna legislación al respecto. Al contrario, en algunos países, se culpa a las propias mujeres por llevar “ropa provocativa” que incita al pecado. Algunos movimientos como La Marcha de las Putas han denunciado este delito a nivel mundial.
A la espera de políticas y sanciones para estos “delincuentes” la alternativa es ofrecer una educación saludable a nuestros pequeños y pequeñas para que respeten sus derechos y condiciones de igual a igual desde la infancia. Para que se den cuenta, de una vez por todas, que en este cuento que nos ha tocado vivir no existen ni putas ni princesas.
* Publicado en “Otrámerica”