Nuestra transición energética sobre las espaldas de los congoleños

Nuestra transición energética sobre las espaldas de los congoleños

Por Julián Gómez-Cambronero Alcolea*.

Primera parte de tres artículos en los que el autor aborda el abuso del “Primer mundo” bajo la excusa ‘ecológica’ de la transición energética… “arreglamos nuestros problemas a costa de crearles otros a quien ya tiene bastantes y ninguna responsabilidad en los errores que nos abocan a un futuro de restricciones y dificultades”

Desde que el Congo -hoy República Democrática del Congo, RDC- es Congo, sus recursos -minerales y forestales, pero también humanos y animales- han atraído la codicia de todo el que los ha conocido. Los avances del mundo desarrollado y sus “fiebres de recursos” han costado caro al pueblo congoleño que lejos de poder vivir en un país rico que les ofreciera vidas dignas, han sufrido explotación, masacres y miseria a manos de quienes lo han saqueado a lo largo de su Historia. Desde la esclavitud, la matanza de elefantes para conseguir marfil, la despiadada explotación del caucho, etc. etc., el mundo se ha desarrollado en buena parte sobre el sufrimiento y la sangre de congoleños y congoleñas.Tierras deforestadas en la República Democrática del Congo de 2011 a 2021 correspondientes a las principales zonas mineras (Fuente: Global Forest Watch)

Ahora, nuestro mundo desarrollado, desarrollado en buena parte a costa de “otros mundos” y de un daño irreversible al planeta, pretende remediar o frenar los efectos del consumo privilegiado en el que ha vivido y vive y ha lanzado una transición energética y ecológica que, una vez más, necesita materiales de los que no dispone o no dispone en la cantidad suficiente para realizarla. Una vez más el Congo guarda muchos de esos recursos imprescindibles para la transición energética y ecológica del Primer Mundo, y los guarda, en algunos casos, en gigantescas cantidades. ¿Una vez más el Congo tendrá que maldecir sus riquezas?

El primer pago congoleño: su salud y el medio ambiente

El cobalto es un metal fundamental, -“estratégico”- para realizar esa transición. El Congo es el mayor productor mundial y guarda las principales reservas del planeta –en 2022 multiplicaba por 13 la producción del segundo productor mundial, Indonesia, y guarda entre el 50% y el 70% de las reservas registradas-. Además de ello, la concentración del cobalto en las rocas congoleñas es muy superior al que se puede encontrar en las minas europeas -0,8% de cobalto- siendo lo normal un 3/4% e, incluso en algunas minas, un 10%, lo que reduce notablemente los gastos necesarios para su extracción. La producción de cobalto tendrá que aumentar irremediablemente por la fortísima demanda de los próximos años.

Sacar todo el cobalto que se pueda y cuanto antes de la RDC es prioritario para unos y otros que, aunque no dejan de buscar en sus propios territorios y por todo el mundo, necesitarán del cobalto congoleño hasta disponer del propio o de tecnologías en las que no sea tan necesario, lo que asegura que en un caso u otro, el Congo será vaciado de cobalto.

“Esta roca estéril contiene un 9% de azufre. El azufre reacciona con el agua y el aire y la reacción de una tonelada de azufre con el agua o el aire produce 300 kgs. de ácido sulfúrico concentrado. Y esta reacción continúa durante miles de años, mientras quede roca estéril” explicaba el bioquímico finlandés Jari Natunen en el documental Cobalto, el lado oscuro de la transición energética, refiriéndose a uno de los peligros que conlleva este tipo de minería con las toneladas de rocas que quedan a la intemperie tras la extracción de los minerales. Pero este investigador no estaba hablando de las explotaciones de cobre, níquel o cobalto en el Congo, sino en su país, Finlandia, donde estas explotaciones mineras ya han afectado a la población, a ríos, lagos y pesca.

Si esto ocurre en Finlandia, en uno de los países con mejores leyes de protección de la naturaleza y más sensibilizado ante problemas de contaminación, ¿qué no ocurrirá en la RDC, donde todas estas leyes, cuando las hay, lucen hermosas en un marco y la corrupción permite hacer prácticamente todo lo que el que paga quiere hacer?

Si Rubaya, situada en la provincia congoleña de Kivu Norte, es considerara la capital mundial del coltan, Kolwezi, en la provincia de Lualaba, es la capital mundial del cobalto, con unas enormes reservas en su subsuelo. Una simple imagen aérea muestra lo que es prioritario en esa zona, al encontrarnos barrios enteros no ya cercanos a las explotaciones mineras, sino al borde de éstas. Los 90 metros de distancia entre una explotación minera y una zona habitada que marca el Código minero quedan así, como otras normas, en papel mojado. Y no solo es que las viviendas rodean a las minas, o viceversa, sino que bajo las casas existe también mineral, lo que ha llevado a muchas personas a horadar el suelo donde viven y crear barrios salpicados de pozos artesanales.

En la ciudad existen 19 minas industriales de cobre y cobalto -éste es, en realidad, un subproducto del cobre y el níquel-. Las cuatro más productivas son propiedad del gigante minero suizo Glencore mientras que las 15 restantes, inicialmente de propiedad norteamericana y europea, han sido adquiridas por compañías chinas. Esto supone el 80% de la producción minera de la zona; el resto corresponde a la minería artesanal, de la que hablaremos más adelante. Mientras la naturaleza en Kolwezi es minada en todos los sentidos, surgen montañas de estériles o ganga, de tal manera que la empresa minera Metalkol no extrae su mineral del subsuelo, sino de las toneladas de desechos que se han acumulado a lo largo de décadas y que procesa para obtener los restos de metales que contienen, “vendiéndolo” casi como un servicio para proteger el medio ambiente y la salud de la zona.

Todos esos desechos, esos “estériles”, además de lo comentado, durante la estación seca producen inmensas cantidades de polvo que acaba, o en los pulmones de quienes viven allí, o en las aguas o tierras, lo que depara unos suelos yermos que no pueden alimentar a los habitantes de la zona, además de contaminar o acabar con otra fuente de alimentos: el pescado.

Las consecuencias de todo ello son evidentes en cualquiera de las investigaciones realizadas. El Copperbelt de África Central es una extensa zona a uno y otro lado de la frontera entre la RDC y Zambia extremadamente rica en cobre -y, por lo tanto, en cobalto-. Según el profesor Kaniki, ingeniero químico, todas las corrientes de agua del Copperbelt están altamente contaminadas y casi todos los ríos tienen partículas contaminadas en sus lechos, llegando incluso a grosores de 30 cms. de sedimentos, lo que está acabando irremediablemente con la flora y la fauna. En marzo y abril de 2021, la minera KCC vertió -y así lo reconoció- ácido sulfúrico que acabó en el río Luilu, afluente del río mas caudaloso de África, el Congo. Utilizaron 2.300 toneladas de cal para intentar neutralizarlo.

Si los estériles son una gran fuente de contaminación, los relaves del mineral de las minas son la causa fundamental de la contaminación de corrientes y ríos con el siguiente proceso: extracción del agua, limpieza con ella del mineral en la cuenca, vertido del agua contaminada cuenca abajo. Este agua se mezcla con la que las poblaciones aledañas utilizan para beber, regar, lavarse o nadar. Más aún, en los lagos la contaminación enturbia las aguas, lo que reduce la entrada de luz y dificulta la fotosíntesis, alterando su biota y reduciendo la cantidad de nutrientes. Aquí también aparecen investigaciones con evidencias muy graves para los habitantes de las zonas mineras.

El umbral que fija la OMS para partículas gruesas como las que se encuentran entre el polvo que extracciones, depósitos de estériles y el trasiego de los camiones que transportan el mineral por carreteras destrozadas producen, es de 50 microgramos. En mayo de 2018, las mediciones realizadas por las ONGs suizas Bread for All y Action Carême dieron un resultado de entre 150 y 300 microgramos, aunque cerca de las minas, éste se disparaba hasta 500. Estudios realizados por la Unidad de Toxicología Ambiental de la Universidad de Lubumbashi, dirigidos por Paul Musa, demostraron que ese polvo se acumula en pulmones, sangre y heces además de encontrar altas concentraciones de cobalto en la orina de los niños.

“Los niños que viven en el distrito minero tenían diez veces más cobalto en la orina que los niños que vivían en otro lugar. Sus valores eran mucho más altos de lo que aceptaríamos para los trabajadores de fábricas europeas”, declaró en 2009 el profesor Nemery tras una investigación en la zona realizada por la universidad belga Ku de Lovaina.

En otra investigación dirigida por Célestin Banza Lubaba Nkulu, de la Universidad de Lubumbashi, junto a investigadores de universidades belgas (Alta exposición humana al cobalto y otros metales en Katanga, una zona minera de la República Democrática del Congo) los niveles de cobalto en la orina fueron “marcadamente elevados” en el 53% de las personas analizadas, llegando al 87% en el caso de los niños. En comparación con valores de referencia de la población general de Estados Unidos, los niveles de cobalto en la orina de las personas que vivían muy cerca de zonas mineras o de refinación eran 43 veces más altos y entre 4 y 5 veces respecto a minerales como el cadmio, plomo o uranio.

Con todas estas evidencias de cómo la contaminación de la actividad minera acaba en el cuerpo de los habitantes de estas zonas es fácil suponer graves consecuencias para su salud, pero en este caso los estudios que relacionen actividad minera y enfermedades son más escasos aún. No obstante, estudios de Banza et al., (2009) y Lubaba et al. (2012) sí encontraban en las comunidades estudiadas enfermedades de la piel transmitidas por el agua como resultado de la descarga de líquidos, abortos espontáneos y defectos de nacimiento en los niños en el primer caso, y hemólisis, hepatomegalia, cirrosis, abortos, eclampsia, malformaciones congénitas y malformaciones congénitas por arsénico presente en agua, suelo y vegetales en el segundo. En el de Nkulu et al. (2018) se advertía de las numerosas consecuencias de la explotación minera en las personas (cáncer, problemas de visión, náuseas, problemas cardíacos, daños en la tiroides, neumonía y asma).

En cuanto a los propios mineros, la organización de periodismo de investigación no lucrativa Reportika realizó en marzo pasado una encuesta entre trabajadores de varias minas chinas de cobalto y obtuvo estos resultados: alrededor del 82 % tenían problemas en la piel, el 85,4 % tenían problemas respiratorios, el 52,7 % habían sufrido lesiones importantes en el año anterior y el 12,6 % dijeron que un familiar/amigo había fallecido en los últimos dos años como como resultado de una enfermedad, lesión o colapso de una mina.

Mark Dummett, director del Programa de Empresas, Seguridad y Derechos Humanos de Amnistía Internacional, relataba una visita realizada a la zona en 2015 en la que hablaron con los mineros y sus familias y éstos les contaron problemas de salud como tos, dolores en el pecho o infecciones urinarias.

“… es probable que el daño causado sea duradero”, declaraba, en relación a los daños descubiertos en otra investigación sobre el tema.

Además existe la realidad de los accidentes, que llevan de manera masiva todos esos tóxicos hasta la población, como el ocurrido en marzo pasado en Kakanda, ciudad situada al este de Kolwezi donde el desbordamiento de una balsa de relave de la cercana mina -por un error de manipulación o por las abundantes lluvias- llevó las aguas contaminadas hasta las viviendas y causó, al menos, once muertes mientras dejaba a decenas de personas con heridas por quemaduras al entrar en contacto con el ácido de las aguas y a cientos sin vivienda.

Ríos, lagos, corrientes subterráneas contaminados, como veíamos, suelos calientes por el ácido sulfúrico que guardan, dejan una naturaleza envenenada durante décadas y un medio ambiente seriamente tocado para poder regenerarse algún día, un lugar muy complicado para que personas, fauna y flora puedan vivir. A ello se une una agresiva deforestación para abrir y desgarrar, literalmente, el terreno, lo que, entre otras cosas, facilita su erosión y el hundimiento y deslizamiento de tierras, factor que también se cobra vidas directamente. La extracción de agua, necesaria en ingentes cantidades para el relave de los minerales, completa el desastre ecológico que supone este tipo de minería sin control ni respeto hacia el medio natural.

Respecto a esto, se puede leer en la investigación publicada en abril pasado por Reportika, “El Cruel Enigma del Cobalto Chino”:

“La extracción de cobalto en la RDC ha provocado la pérdida de biodiversidad, ya que las actividades mineras han destruido los hábitats de plantas y animales. Esto ha tenido repercusiones ecológicas a largo plazo, afectando la salud de los ecosistemas locales y contribuyendo a la desaparición de especies”.

* “Congo en español”. @CongoActual

República Democrática del Congo – LoQueSomos

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