Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, “ni tutelas ni tutías”
Por Domingo Sanz. LQSomos.
Pensando en ambos protagonistas he recordado la famosa frase de Fraga en 1990 para prometer que no molestaría a Aznar tras conseguir la presidencia del PP. En cambio, no pronunció esa frase ni regresó a Galicia cuando, para sucederle tres años antes, AP eligió a Hernández Mancha, aquel fracaso
Treinta y dos años más tarde Aznar repitió la frase de Fraga tras la victoria de Núñez Feijóo en el Congreso del PP para prometerle lo mismo que don Manuel le había prometido a él. Pero el gran embustero del peor atentado terrorista de nuestra historia tampoco pronunció aquella frase cuatro años antes, tras la elección en 2018 de Pablo Casado, otro fracaso
También me han venido a la cabeza “jarrones chinos” como Felipe González, que contribuyó tanto a la caída de Sánchez en 2016 como incapaz fue de conseguir que perdiera las primarias en 2017, solo ocho meses después.
Resulta atrevido especular sobre lo que pueda impulsar a unos líderes que, tras ser relevados, no pueden dejar de ponerles de los nervios a quienes les suceden en el cargo, personajes que, inevitablemente y desde el primer momento, deben establecer compromisos con toda clase de terceros, lo que va reduciendo su margen de maniobra. Tal como les ocurrió a ellos.
En cambio, sí resulta lógico pensar que, si en la legislación se hubiera incluido la limitación de mandatos, especialmente para los cargos públicos de máximo nivel, cada relevo inevitable no sería más que un “gaje del oficio” que, al tener la fecha señalada desde el principio, descartará el miedo a un futuro que depende de unos resultados electorales siempre desconocidos.
Volviendo al caso que nos ocupa, es evidente que la trayectoria de Pablo Iglesias está plagada de fracasos y, así como fue una gran victoria estrenarse en el Congreso con los 69 escaños conseguidos en las elecciones del 20D de 2015, solo 21 por debajo del PSOE, resultó una derrota sin paliativos que, cuatro años después, la desventaja parlamentaria con los del mismo Sánchez de 2015 se multiplicara por cuatro, superando los 80 escaños.
No se trata aquí de recordar la votación en contra de la investidura de Sánchez con aquel pleno de la innecesaria “cal viva”, ni el sometimiento colectivo a la satisfacción de un ego en modo chantaje político con la convocatoria de una consulta entre los inscritos sobre el chalet de Galapagar, una iniciativa que cuestionará para siempre cualquier votación que proponga Iglesias, ya que el debate de hoy consiste también en cuando y cómo celebrar unas primarias.
El error político más evidente durante la etapa de Pablo Iglesias al frente de Podemos consistió en no priorizar la reforma de la Ley Electoral para evitar que el poder parlamentario resultante de los recuentos siga tergiversando hasta el punto que lo hace una voluntad popular expresada pocas horas antes en las urnas. En mi opinión, Iglesias y los suyos deberían haber condicionado su apoyo a cualquiera de las investiduras de Sánchez a la firma previa de ese cambio legislativo. De paso, podrían haber incluido una limitación de mandatos que habría contribuido a reducir la corrupción que mancha la gestión política y altera los resultados electorales mucho más de lo que nos podemos imaginar.
El error, mantenido durante cuatro años y otras tantas elecciones generales ha sido imperdonable porque los líderes de Podemos pudieron comprobar, una vez tras otra, que concurrir a las elecciones con la LOREG vigente es como ir a comprar naranjas al mercado y que te las vendan más caras que al cliente anterior o al siguiente y sin ocultarlo, para que te sientas ofendido porque saben que eres tonto y no vas a reaccionar.
Desde las del 20D de 2015 hasta las del 10N de 2019, en las cuatro elecciones generales en las que han competido PSOE y Podemos, cada escaño les ha costado en votos, a los de Iglesias, un 25%, un 12%, un 45% y un 62% más caro que a los de Sánchez, respectivamente.
Ni siquiera supo Iglesias escarmentar en cabeza ajena, con lo barato que eso resulta, pues también supo que, en cada uno de esas elecciones, los de Cs pagaron por cada uno de sus escaños un precio en votos que fue un 43%, un 53%, un 20% y un 189% más caro que los del PSOE.
Pero, además, dos detalles no menores condenan a Iglesias por no condicionar las investiduras de Sánchez a una reforma de la LOREG que acabara para siempre con tan escandalosa, y “legal”, tergiversación de la voluntad popular al finalizar el recuento de cada noche electoral.
El primero, no defender la calidad de la democracia por encima de cualquier otra consideración.
El segundo, de carácter táctico y que, por tanto, no necesita del anterior, ha sido el error fatal de no aprovechar que Sánchez nunca habría renunciado a La Moncloa por no aceptar una reforma de la ley electoral, pues la otra opción era aliarse con el PP y eso habría significado destruir un teatro bipartidista que la única escena que no puede soportar es la de una coalición entre PSOE y PP para gobernar. Una imagen más potente de alianza fáctica con el PP la dejó Iglesias tras no votar la investidura de Sánchez tras el 20D de 2015.
Hoy, 2 de abril, será un día importante para SUMAR, pero hasta que no se celebren las próximas generales no podremos saber si Yolanda Díaz estará en condiciones de no cometer los mismos errores de Iglesias y exigir la reforma de la LOREG como condición para apoyar cualquier investidura, pero, con todo el respeto del mundo por la libertad de expresión, es evidente que Pablo no puede dar lecciones.
Todos los errores se terminan pagando, pero en la política no los pagan tanto sus responsables principales como, sobre todo, quienes no reflexionan lo bastante sobre lo que sus líderes están decidiendo en cada momento, ni tampoco reclaman la cuota de derecho a decidir que les corresponde.
Es probable que, consciente de ello, lo que hoy esté buscando Iglesias sea reducir el coste en futuro político que, por sus errores, puede esperarles a muchos responsables intermedios de Podemos, pero sería un drama que ese voluntarismo, que no deja de disfrazar cierta cobardía, también terminara siendo un error por no haber querido liberar a los suyos de su “tutela” y su “tutía” en versión progresista.
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