Paganismo cristiano y contabilidad macroeconómica

Paganismo cristiano y contabilidad macroeconómica

Nònimo Lustre*. LQS. Marzo 2020

Quizá convenga señalar la contradicción más palmaria: la mortalidad universal decrece pero la morbilidad universal aumenta. Dicho en plata: nos morimos menos pero nos enfermamos más

Entre la avalancha de glosas y memes sobre la invasión del coronavirus, por el momento sólo nos han interesado un par de noticias: una de carácter etnológico y otra de carácter macroeconómico. La primera, versa sobre el antropocentrismo y/o humanismo y/o paganismo y/o animismo que esconden algunas religiosidades populares. La segunda, versa sobre la cuantificación de los factores medioambientales. O, si se prefiere, sobre la contabilidad macroeconómica en tiempos del (mal) llamado ‘cambio climático’.

Sobre la actual epidemia vírica que presumiblemente ha venido para quedarse y que incluso se apresta a mutar en pandemia -todas las epidemias son potencialmente pandemias-, no vamos a decir casi nada porque, hace 15 años, ya investigamos otra epidemia parecida. Aquél paper comenzaba con una larga enumeración: “Sida, Ebola, hantavirus pulmonar, ántrax, cólera variedad 0139, vacas locas, listeriosis, amiantosis, accidente nuclear, sífilis mutantes, tifus nueva ola, iatrogénesis del morbo, bioterrorismo, mutaciones genéticas bacterianas, bacterias resistentes, dengue, OGM, transgénicos en general, legionellas, virus biológicos y virus cibernéticos… la lista actual y nunca actualizada de los catastróficos peligros que amenazan al Homo sapiens es interminable. Y ello sin abundar en las inminentes pero todavía futurológicas plagas de robots rebeldes, cuerpos canibalizados, prótesis independizadas de su huésped, colonización por marcianos –o al revés.” (ver ¿Curarse en salud?: Apostillas antropológicas sobre una comparación epidemiológica”; entre otros disponible en http://www.ujaen.es/huesped/rae)

Quince años después, aquella lista debería ser engrosada con los últimos ’descubrimientos’ de patógenos y quizá lo hagamos en otro momento. Hoy por hoy, simplemente nos preguntamos el porqué de tantísimas nuevas enfermedades. En este sentido, quizá convenga señalar la contradicción más palmaria: la mortalidad universal decrece pero la morbilidad universal aumenta. Dicho en plata: nos morimos menos pero nos enfermamos más. Esta aparente paradoja entra en colisión con el buen nombre que ahora tienen los antes llamados ‘matasanos’ pero tampoco vamos a analizarla ni, menos aún, solucionarla por el atajo de achacarla a la excesiva medicalización de la sociedad -que es cierta en el Primer Mundo pero no así en los otros Mundos.

Limitémonos, pues, a considerar una cuestión ‘menor’: ¿por qué surgen y abundan tantas nuevas enfermedades, entre ellas el coronavirus? Llegados a este punto, cada maestrillo tiene su librillo. Por ejemplo, un profesor catalán, muy influyente en los medios izquierdistas, ha citado recientemente un artículo de Peter Daszak (EcoHealth Alliance) publicado en el New York Times, en el que se apunta a los animales salvajes como una probable causa del incremento de la morbilidad humana. Como el caso es complejo, numeraremos su análisis:

a) según estos profesores, “todos los animales son portadores de virus”. Dicho así, es una perogrullada que podríamos engordar añadiendo que las plantas también tienen virus -y la mandrágora, la que más, creían en el Medioevo. Hoy, nos interesa es subrayar que, frente a la disneyzación del imaginario colectivo que había logrado convencer a la Humanidad de que los animales salvajes estaban totalmente dominados -ergo, eran inofensivos, fuera un Rey León, fuera la Pantera Bagheera-, este coronavirus nos avisa de que la fauna silvestre es muy peligrosa. Lo que ayer era una enemiga sumisa, hoy se yergue como una guerrera indómita. Planificar su desaparición es un desideratum propio de urbanitas; y no sólo es innecesario sino también imposible. La Humanidad es cruel pero no le conviene albergar más dosis de brutalidad en los rincones de sus sinapsias cerebrales [hoy, los murciélagos son los malos de la película pero, independientemente de las siempre provisionales razones epidemiológicas, sería preferible que fueran los pangolines puesto que retratarlos como ponzoñosos, quizá contribuyera a disminuir su caza y cercana extinción]

b) en ese escenario, los animales domesticados -léase, industrializados-, no tienen cabida cuando, además de ser infinitamente más numerosos que los animales libres, están enfermos todos ellos, sea por la pérdida de albedrío que sufren desde su nacimiento enjaulado, sea por los piensos, antibióticos y otras medicinas que consumen a diario. Por tanto, el peligro mayor no viene de que, a consecuencia de la invasión de los últimos espacios silvestres, estemos más en contacto con la fauna libre. El mayor peligro estriba en que la fauna industrializada nos ahoga, por fuera y por dentro de nuestros cuerpos.

c) el reportaje continúa proponiendo una solución: “Lo que urge hacer es desarrollar vacunas frente a los posibles virus que ya existen en la fauna animal, para estar preparados tan pronto como aparezcan los primeros casos“. Muy bonita pero es poner puertas al campo. Identificar y medicalizar “los posibles virus que ya existen en la fauna” es creer que los virus y los animales son manejables porque son finitos cuando, en realidad, claro que son finitos… pero innumerables -si lo prefieren, inmanejables-. A nuestro juicio, esta fantasía holística disfraza con las muselinas de la comprehensión planetaria un propósito nada inocente: propiciar la fabricación generalizada de vacunas. Es obvio que, en estos momentos, las multinacionales farmacéuticas, la Big Pharma, pelean por el colosal pastel que significaría encontrar una vacuna contra el Covid-19; por ello, la propaganda mediática nos bombardea con esa ‘esperanza’ sabiendo perfectamente que, como ocurre todos los inviernos europeos con la vacuna antigripal, la vacuna llegará cuando ya no sea necesaria -es decir, que será eficaz contra el Covid-19 pero inútil contra las mutaciones que le habrán convertido en el Covid-20, 21, 22, etc. [escrito sea durante una crisis de optimismo porque pudiera suceder que jamás se descubriera una vacuna eficaz]

d) para remate, el artículo concluye que “no es por casualidad que todas estas epidemias comiencen en estos países, los cuales sufren condiciones de gran pobreza.” (nuestras negrillas) Mismo mecanismo mental, misma concepción del mundo que ya hemos considerado: si los animales salvajes se han soliviantado, lo mismo sucede que con el Tercer y Cuarto Mundo (TCM), esos que nos envían peligrosísimos inmigrantes contra cuya invasión hemos de levantar alambradas, mares y hasta cañoneras si se hiciera preciso. Pero, veamos: en primer lugar podemos negar la mayor porque no es verdad que las epidemias vengan exclusivamente de los TCM. Dicho de otro modo, en la mochila de los inmigrantes no hay abundancia de virus sino carencias de libertad y de alimentos. O, su equivalente: esos excesos de colonialismo más o menos indirectos -antes llamados indirect rule– que mantienen en la miseria a los TCM.
En segundo lugar, cargar las culpas de “todas” las epidemias en los TCM es ignorar que esos países son pobres no por naturaleza sino por historia -imperial, colonial- y por sometimiento militar. Pero no nos quedemos en la pobreza puesto que no sólo son pobres materialmente hablando sino también están enfermos. Pero -vuelta la burra al trigo-, no por ‘naturaleza’ sino por la sencilla razón de que el Primer Mundo los ha bombardeado y enfermado. No tiene sentido discutir si los TCM eran saludables o enfermizos antes de la Invasión occidental. No lo tiene porque carecemos de datos verificables o, peor aún, porque padecemos una sobreabundancia de data tergiversada por intereses ajenos o, si la frase es demasiado violenta, porque los datos mediáticos son unívocos y siempre apuntan a que los TCM estaban moribundos de cuerpo y de alma hasta que los rescató Occidente [no es necesario recordar la Invasión detrás del cuasi exterminio de los amerindios, pero sí recomendar los varios y clásicos trabajos de Alfred W. Crosby sobre el imperialismo biológico y su relación con la conquista de América]

Resumiendo que es gerundio: la moda coronavírica nos enseña que la medicalización -excesiva en unos países y deficiente en otros- se ha transformado en una farmaceutización. Hoy, los médicos son héroes y -además de los citados supra- los villanos son los torpes que todavía no encuentran vacunas o la malvada Big Pharma que paga a los media para que cunda el pánico. Pura doctrina del shock, que de moderna no tiene nada porque el miedo es consustancial a la política [otra lectura clásica recomendada: Jean Delumeau, El miedo en Occidente, 1978]
Por lo que respecta a la aparición continua de nuevas enfermedades, nuestro diagnóstico es sencillo pero no simple: seguirán apareciendo por múltiples razones. Entre ellas, la más importante es la desigualdad aparejada al crecimiento demográfico. No es que éste último sea intrínseca y necesariamente desigual sino que la desigualdad, perenne desde el alba de la humanidad, aumenta en la misma medida cuantitativa en la que aumenta la población. Queda por elucidar si la desigualdad también se incrementa cualitativamente; es decir, si ahora somos más desiguales -i.e., menos libres- que en siglos pasados. Pero la agresión a la Naturaleza, consustancial al ‘progreso’, nos sugiere que, en efecto, hoy no sólo somos más asimétricos entre los humanos sino también más temerariamente desvergonzados en nuestro cotidiano ataque a ‘lo natural’. En tales circunstancias, ¿quién puede extrañarse de que surjan nuevas enfermedades?

La Virgen pagana

Dicho en plata, esta aberrante idolatría extrema humaniza a los ídolos católicos, los transforma en seres racionales de carne y hueso y, para mayor inri, los supone protectores de la feligresía cuando, con tanto besuqueo de manos y/o de pies, los está convirtiendo en focos de contagio

Visto en un telediario: una señora andaluza se aproxima a besar la mano de una venerada Virgen pero sus labios se detienen a unos centímetros de la imagen. Extrañada por ese gesto poco devoto, la periodista pregunta su porqué y la señora responde: “No beso de verdad porque no quiero contagiar a la Virgen“. Léase, que la estatua de la Virgen es humana, que la Virgen se ha literalmente ‘encarnado’ en su ídolo. Puesto que la estatua es compasiva y terrenal, es tan susceptible de enfermar como lo está su pueblo idólatra. Lo cual no significa necesariamente que haya disminuido su poder sanador. Al contrario, para algunos creyentes, incluida esa señora, siendo hembra carnal es todavía más milagrera -de no creerlo así, no hubiera corrido el riesgo de ‘no-besar’ a la Virgen. Animismo y paganismo en estado puro.

El prudente comportamiento de esa señora contrasta con el comportamiento general que -supuestamente- quiere frenar al coronavirus. Desde el punto de vista antropológico, ambos comportamientos son idénticos aunque con opuestos resultados epidemiológicos. Y es que, buena parte de la ciudadanía popular andaluza, desdeña la epidemia mientras se refugia en jaculatorias pías y en letanías al estilo de “la Virgen tiene las manos inmaculadas“, o que “está exenta”. Dicho en plata, esta aberrante idolatría extrema humaniza a los ídolos católicos, los transforma en seres racionales de carne y hueso y, para mayor inri, los supone protectores de la feligresía cuando, con tanto besuqueo de manos y/o de pies, los está convirtiendo en focos de contagio. Mientras tanto, el Vaticano sólo se atreve a insinuar medidas parciales: vaciar las pilas de agua bendita, no abrazarse en la ceremonia de “la paz” y poco más. Es obvio que no quiere combatir ‘civilmente’ al Covid-19 y ello por dos razones: a)porque, de seguir modificando los ritos populares, se pondría de manifiesto que las iglesias son mortíferas e insalubres. b) porque su misión es salvar almas, no cuerpos; y, cuanta más muerte, más almas cosecha.

Hace muchos años, un sabio antropólogo -también andaluz-, recordaba a un periodista que “No podemos olvidar, advirtió González Alcantud, que el campesino andaluz es pagano, que se levanta blasfemando y negando a Dios, es un individuo esencialmente incrédulo y pragmático que nunca ha entendido las prescripciones de la Iglesia”. Decir una blasfemia (algo muy habitual en las sociedades agrarias andaluzas) implica una ruptura de un tabú fundante del catolicismo -tomar la palabra de Dios en vano- y refleja la pervivencia del paganismo en la cultura popular (lo que González Alcantud denomina “el pagano que no cesa“) de la mayor parte de los países europeos y de la cuenca mediterránea“. Más claro, agua.

Las imágenes de las vírgenes esconden un secreto a voces: que las sacras estatuas están huecas. Que pertenezcan a la categoría de “santos pa’ vestir”. Puede que este hecho sea una reminiscencia de cuando había aquellas persecuciones que obligaban a huir cargando con las estatuas, como los Rom (gitanos) y los judíos con sus joyas. Pero también pudiera ser una manera de construir asimetrías eclesiales internas: por un lado los obispos que conocen el secreto -incluyendo los morbosos vestidores de las vírgenes- y por el otro los fieles papanatas, sacerdotes incluidos.

Por cierto, la Iglesia bien podría suprimir los besamanos… y los todavía más disparatados besapiés. Los primeros suelen ser patrimonio femenino -vírgenes y santas- mientras que los segundos suelen ser masculinos -cristos y santos-. Pero hay numerosas excepciones a este esquema.

Macroeconomía y ‘cambio climático’

Como dijimos en el primer párrafo de este poste, la segunda noticia que nos interesó “versa sobre la cuantificación de los factores medioambientales. O, si se prefiere, sobre la contabilidad macroeconómica en tiempos del (mal) llamado ‘cambio climático’.” En concreto, hemos leído que la contaminación -brutal en la China hiperdesarrollista- ha descendido en el Imperio del Centro tras la alarma del Covid-19 como consecuencia del cese de la producción. Dicen que el CO2 es ahora un 25% más bajo que hace un mes. Dicen, dicen…

Enterados de esas cifras, nos preguntamos: ¿será el cese de la producción la mejor manera de mitigar la contaminación, la morbilidad galopante y, de paso, el ‘cambio climático’? Por supuesto que lo es pero la mejor manera no es la única posible, lo mejor es enemigo de lo bueno, etc. Si los gobiernos occidentales presumen de adoptar ‘enérgicamente’ una transición ecológica que nadie sabe concretar -y menos abordar-, ¿por ventura los chinos no nos están mostrando el camino a seguir? Que estas ‘vacaciones’ sean bien a su pesar, velis nolis, es lo de menos. Para empezar porque quizá no sea a su pesar, quizá necesiten un descanso y voto al chápiro verde que la mitad de su población lo está consiguiendo.

Pero todo ello no resuelve el problema que vendrá: cuantificar los méritos y deméritos del parón Convid-19. Mejor dicho, la cuantificación no presentará ninguna dificultad -sin duda será presentada como una hecatombe- porque la contabilidad macroeconómica sigue anclada en el Pleistoceno desde el momento en el que cuentan y pesan lo mismo la producción y la destrucción. El PIB mundial sube cuando construimos un aeropuerto -palestino, por ejemplo- y también sube cuando lo destruyen los sionistas. De ahí que los gastos militares, quintaesencia de la destrucción, no sean contabilizados como pérdidas netas sino como ganancias nacionales.

Además, bien podríamos argumentar que la macroeconomía no tiene en cuenta los beneficios sociales que acarrea la reclusión de millones de chinos. Por ahora, tendremos que conformarnos con la hipótesis de que ese confinamiento fortalecerá los vínculos comunitarios -hipotéticamente hablando porque también podría ocurrir lo contrario, que se agudicen los conflictos internos. Sea como fuere, la Virgen Macroeconómica -una diosa como tantas otras- no sabe contabilizar la invención de nuevas formas de producción; si acaso, se limita a loar el auge del teletrabajo, siempre entendido como el trabajo del futuro inmediato.

NB. Es casi obligatorio terminar este poste con el final de La Peste, la obra maestra de Camus, hoy citada hasta la saciedad pero ayer olvidada: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa” (La Peste, A. Camus, 1947)

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