Papusza, una lágrima de sangre
Carlos Olalla*. LQSomos. Septiembre 2015
Perteneciente a un mundo ya extinguido, un mundo sin patria que vivía en el camino, en el largo camino de la nostalgia, Bronislawa Wajs, más conocida por Papusza (muñeca en la lengua Rrom), fue una mujer adelantada a su tiempo, una mujer que quiso ser libre y que, por ello, fue condenada a la soledad y el olvido por quienes ella más amaba: su pueblo, el pueblo gitano. La película “Papusza”, de Joanna y Krzystov Krauze, nos cuenta su historia, una historia dura, triste y desgarrada, la historia de una niña que se empeñó en aprender a leer y a escribir en un mundo de analfabetos, de una mujer que fue poeta en un universo donde nadie la entendió, de una mujer que fue libre en el más patriarcal de los reinos… El pueblo gitano, ese maravilloso pueblo que vivía en la libertad del camino, durmiendo bajo las estrellas, hermanado con los bosques, los ríos y los árboles, vivía también, quizá sin saberlo, preso de sus tradiciones, encarcelado en una cultura ancestral que imponía a los suyos sus leyes milenarias ignorando las de los gadjos, los extranjeros, los no gitanos… sin saber que el mundo gadjike les había condenado a desaparecer. El pueblo gitano ha vivido desde siempre fuera de la historia y de las normas de los demás pueblos, los sedentarios, los que crearon la propiedad de la tierra y del agua. Ese fue su delito: ser libres, no poseer más que lo que llevaban puesto, vivir en el camino, ser su destino, coger lo que aparece en su camino, amar la música, el baile, los caballos y la belleza… Por eso ha sido, desde siempre, perseguido por quienes se apearon del camino, por quienes labraron la tierra y crearon una y mil leyes para protegerse de la libertad, por quienes les vieron, y les ven, como una peligrosa amenaza que cuestiona su forma de vivir.
Papusza había nacido en 1908, o en 1910, aunque eso poco o nada importa, en el seno de una familia gitana polaca. Su vida consistía en ir en su tabor (caravana de carromatos donde conviven hombres, mujeres, niños, perros, caballos y todo lo que encuentran por el camino) de pueblo en pueblo donde se ganaban la vida con su música. La familia de Papusza era conocida por ser unos excelentes arpistas. Vagando de Norte a Sur y de Sur a Norte, su vida transcurría entre campamento y campamento. Para ellos nunca existieron las fronteras porque su país, la naturaleza, nada sabe de fronteras. Amaban los bosques y el agua, cantar y bailar en las noches de luna y en las que pertenecen a las estrellas, contar viejas historias alrededor de un fuego, galopar libres por las llanuras… Allí lo de leer y escribir no servía para mucho pero a la pequeña Papusza siempre le atrajo descubrir los mundos que dormían tras unos extraños símbolos que ella no conocía. Por eso, cada vez que acampaban cerca de algún pueblo, lo primero que hacía era buscar a alguien que quisiera enseñarle a leer. Como pago ofrecía un pollo o una gallina que acababa de robar en el corral más próximo. De esta forma también conseguía algunos libros que ella guardaba escondidos en papusza1 (1)su carromato para evitar que, como todos los que encontraban en su camino, acabasen sirviendo para encender las hogueras del campamento. Si ya se contaban y cantaban cada noche sus historias, ¿qué mejor utilidad podían tener los libros para un pueblo que no sabía leer ni escribir?
Fue así, de persona en persona y de pueblo en pueblo como Papusza aprendió a leer y a escribir, aunque, como ella siempre dijo: “leer he leído mucho, escribir ya no tanto”. Tenía quince años cuando la casaron con Dionizy Wajs, un reputado arpista mucho mayor que ella en lo que, para su familia, era un buen matrimonio. A ella, enamorada como estaba de un chico de su edad que tenía los ojos negros más bellos de todo el campamento, aquella boda no le gustó nada, pero nada podía hacer. La férrea tradición patriarcal mandaba. Se casó, la casaron, pero ella se rebeló a su manera: negándose a tener hijos. Nunca los tuvo. De hecho años después adoptaría a un pequeño que encontró todavía vivo tras una de las muchas masacres de gitanos que los soldados alemanes hicieron en Polonia. Ya de casada Papusza empezó a cantar acompañando a su marido, y no tardó en componer sus propias canciones, unas canciones melancólicas y nostálgicas, como la mayoría de las canciones gitanas pero que, a diferencia de las demás que contaban historias universales, las de Papusza hablaban de historias cercanas, de los lugares por donde pasaban, de las personas que encontraban en el camino…
“Oh, Señor, ¿adónde debo ir?
¿Qué puedo hacer?
¿Dónde puedo hallar
leyendas y canciones?
5No voy hacia el bosque,
ya no encuentro ríos.
!Oh bosque, padre mío,
mi negro padre!
El tiempo de los gitanos errantes
paso ya hace mucho. Pero yo les veo,
son alegres, fuertes y claros como el agua.
La oyes correr
cuando quiere hablar
big_papusza still 3pero la pobre no tiene palabras…
… el agua no mira atrás.
huye, corre, lejos, allá
donde ya nadie la verá.
Nadie me comprende,
solo el bosque y el río.
Aquello de lo que yo hablo
ha pasado ya, todo,
todas las cosas se han ido…
y aquellos años de juventud”
Uno de los mejores estudios que se han escrito sobre el mundo de los gitanos es “Enterradme de pie”, de Isabel Fonseca, en el que traza una poética y profunda reflexión sobre el origen de la nostalgia de las canciones gitanas tan presente en toda la poesía de Papusza: “La nostalgia es la esencia de la canción gitana, y parece haberlo sido siempre. ¿Pero nostalgia de qué? Nóstos significa en griego “volver a la patria”; los gitanos no tienen patria y, quizá como excepción entre todos los pueblos, no tienen ningún sueño de hogar patrio. Utopía (ou tópos) significa “ningún lugar”. Nostalgia de utopía: regreso a ningún sitio. O lungo drom. El largo camino”.
En este vídeo la voz de Papusza cantando y recitando sus propios poemas nos transporta a ese camino perdido, a los campamentos dormidos en los bosques del olvido, a las noches alrededor de la hoguera de la vida…
Perseguidos desde hacía siglos en todos los pueblos y países por donde pasaban, los gitanos sufrieron en sus propias carnes la condena a la que los demás pueblos les sometieron: prohibir su vida errante, erradicar su constante nomadeo, el delicioso vagabundaje gitano… Imponiendo duros castigos a veces o leyes ocultas tras bienintencionados decretos que siempre hablaban de integración, lo cierto es que cada vez eran más las leyes que les criminalizaban, que les obligaban a renunciar a su ancestral modo de vivir, a perder su misma esencia de pueblo nómada y errante. Fueran donde fueran eran perseguidos, el mundo gadjike no les quería. La segunda guerra mundial no fue para ellos más que un paso más en esa inexorable dirección que les empujaba al exterminio de su forma de vivir. Los gitanos, junto a los judíos, fueron el pueblo elegido por los nazis Tabor-c-ygańskipara culpar de sus males. Fueron muchos, miles, los gitanos asesinados por los alemanes y los colaboracionistas en aquellos años. El tabor de Papusza se refugió en los bosques de Wolhiynia donde pasaron dos años durísimos en los que tuvieron que deshacerse de sus carromatos y esconderse bajo tierra sin poder encender hogueras ni en invierno para que los alemanes nos les vieran. Fueron más de cien los familiares de Papusza que murieron asesinados durante aquellos dos interminables años en los que conoció de primera mano la realidad del pueblo judío ya que compartieron con ellos sus escondites en el bosque. Acabada la guerra Papusza escribió uno de sus poemas más famosos recordando aquel tiempo de ignominia y barbarie: “Lágrimas de sangre: lo que pasamos bajo los alemanes en Wolhiynia en los años 43 y 44”, un desgarrado poema que acaba con estos versos:
“¡Cuánta miseria y hambre!
¡Cuánto dolor y camino!
¡Cuántas afiladas piedras se clavaron en los pies!
¡Cuántas balas silbaron cerca de nuestros oídos!”
Fue entonces cuando el poeta polaco Jerzy Ficowski la vio cantar y se empeñó en dar a conocer los poemas que, torpemente y a escondidas, ella había transcrito al Rrom y que él big_papusza still 1[0]tradujo al polaco. Ficowski conocía bien las costumbres y tradiciones del pueblo gitano, con quien había convivido durante un tiempo, y publicó el tratado más completo escrito hasta entonces sobre los gitanos polacos. Los poemas de Papusza aparecieron en una de las revistas de mayor tirada en Polonia y eso le granjeó cierta, pero efímera, fama. La inclusión de algunos de sus poemas en el libro de Ficowski que defendía, con la mejor de las intenciones, la sedentarización del pueblo Rom, una sedentarización que facilitaría el acceso de los niños a la escuela y mejoraría sus condiciones de vida y que como ejemplo utilizaba la figura de Papusza para defender su tesis, provocó que el pueblo gitano se rebelase contra él y condenase a Papusza por haber desvelado sus papusza familia Dionizy Wajssecretos y apoyar a los gadjos. De nada sirvió que ella intentase reclamar la autoría de sus poemas para retirarlos del mercado o que hubiera escrito una carta a Ficowski antes de la publicación del libro pidiéndole que no lo publicara porque iba a dejar desarmado a su pueblo ante los elementos. Asustada y rabiosa contra lo que había causado todo aquello, quemó los cerca de trescientos poemas inéditos que tenía en su casa, unos poemas que ya nadie leerá… Fue citada ante el Baro Shero, el Gran Jefe o anciano que era la máxima autoridad de los rom polacos que, tras escucharla, la declaró mahrime, impura, y fue castigada con la expulsión de por vida de la comunidad rom. Pasó ocho meses recluida en un psiquiátrico aquejada de una profunda depresión. Los restantes 34 años que vivió los pasó sola, repudiada por los suyos, olvidada… La primera poeta en lengua Rom, la que cantó como nadie al modo de vida gitano, la que amó a su pueblo por encima de todo, acabó siendo una muñeca, una Papusza rota, destrozada por los suyos, ignorada por los demás. Murió en 1987. Nadie se enteró. Solo años después se ha recuperado la parte de su obra que ella misma no destruyó y se la reconoce, tanto en el mundo payo como en el calé, como una de las voces que más han defendido la cultura gitana y un modo de vida desaparecido ya para siempre.
“Amo el fuego como a mi propio corazón.
Vientos pequeños y fieros
mecieron a la niña gitana
y la llevaron lejos por el mundo.
La lluvia limpió sus lágrimas
el sol – dorado padre de los gitanos – las secó
y hermosamente chamuscó su corazón…
Oh Tierra, llena de árboles y mía,
1yo soy ella, tu hija.
Los bosques y las praderas cantan,
el río y yo combinamos nuestras notas
en un himno gitano,
Iré a las montañas
con una preciosa y danzarina falda
hecha de pétalos de flores
y gritaré con toda mi fuerza.
Tierra mía, tú fuiste lágrima,
fuiste horadada por el dolor.
gitana-anoraba-nomadismo
como un pequeño niño gitano
escondido en el musgo.
Perdona Tierra mía
mi pobre canción,
mi lamento gitano,
aprieta tu cuerpo contra el mío, Tierra mía,
cuando todo acabe, me entregaré a ti”
One thought on “Papusza, una lágrima de sangre”