Parodia Trump
Juan Gabalaui*. LQSomos. Febrero 2017
Si se observa la conducta no verbal de Donald Trump, parece que estamos ante un imitador, un artista de la caricatura, que lleva al extremo los gestos para subrayar sus palabras y relacionarse con los demás y el mundo. El histrionismo ayuda a centrar la atención en la exageración de los ademanes, con ese inglés que saborea cada una de las sílabas de las palabras que utiliza y, de esta manera, rompe con la idea que se tiene sobre lo que debería ser un presidente de gobierno. Hunde al mundo en el desconcierto. No es que la persona que representa un personaje pueda presentarse a unas elecciones sino que es el propio personaje el que se presenta. Y las gana. Es el efecto Rodolfo Chikilicuatre pero mejorado. Una caricatura que da ruedas de prensa, convoca al equipo de gobierno o toma decisiones sobre la salud o el empleo. Al final podremos parodiar sobre la parodia en un bucle sin fin con riesgo de explosionar en cualquier momento. Esta superposición entre el personaje y la persona es psicótica hasta tal punto que dudaremos de si lo que está ocurriendo es real o ficticio y nos permitirá creernos lo increíble. Y a pesar de tanta barahúnda nos encontramos en lugares comunes: la desregulación del sistema financiero. Entre tanto movimiento de brazos y muecas variadas podemos reconocer formas que no nos son extrañas.
La actuación forma parte del ser político. Implica renunciar a lo que uno es para construir un personaje, con unas características que vienen dadas. Se está rodeado de personas pendientes de corregir la forma de decir y hacer las cosas en base a lo que se puede mostrar y a lo que no. Te cambian el peinado, la forma de vestir, te enseñan a sonreír o a mostrarte serio según las circunstancias. Se impone una naturalidad artificial. Una naturalidad que parece ser pero que no es porque está estudiada hasta el más mínimo detalle. La impostura y el fingimiento dominan la política mundial. Un político dando un mítin es un actor recitando un guión que sabe que lo realmente importante se da entre bastidores. Es allí donde se puede despojar del personaje aunque siempre temeroso de un micrófono abierto que desvele la persona que es. Trump rompe con esta dicotomía. Lo que no sabemos es si ha sido el personaje el que ha abducido a la persona o al revés. Esta nueva situación desconcierta a los políticos que no saben si se relacionan con uno o con otro y que, a su vez, les coloca en una posición incómoda. No se puede decir en público lo que hasta su llegada se decía exclusivamente en privado. Ha roto las reglas de la diplomacia. ¿A quién se le ocurre decir que el pacto migratorio con Australia es estúpido? Eso se dice en privado. Como toda la vida.
Huelga decir que Parodia Trump no nos va a hacer ninguna gracia por muchos memes que se hagan. Tiene tristemente la capacidad de afectar a nuestras vidas. Como Obama y Bush y todos aquellos que les precedieron en el siglo XX. Y sino que se lo digan a los iraquíes, a los afganos y a los sirios. No, en estos casos no estaba Trump de por medio. Estaban esos políticos serios, que sabían guardar las formas, declamadores de grandes discursos que motivaban a las masas y les hacían creer en la libertad y la democracia. Esa gente sí era seria y responsable. Aunque hubieran permitido el apartheid en Israel, la tortura en Abu Ghraib y en Guantánamo o bombardeado de forma inmisericorde ciudades y pueblos de este mundo tan ingobernable. Esto, en términos de los políticos de toda la vida, es la responsabilidad de gobernar. A veces hay que tomar decisiones difíciles, que dirían algunos. De estos señores serios pasamos al estilo chocarrero del nuevo mandatario estadounidense. Pero Trump es la consecuencia de la hipocresía de la que se ha hecho y se hace gala en política. Gusta a la mitad de los estadounidenses porque es lo que parece y parece lo que es. Como dijo Franklin Delano Roosevelt sobre el dictador nicaragüense Somoza: es un hijo de puta pero es nuestro hijo de puta.