Pasa la vida
No nos podemos pasar la vida, generación tras generación, esperando un amo “más humano”, “menos cruel”.
De tarde en tarde recibo un comentario laudatorio a mis artículos en la Red. Más allá de la complacencia, me parece obligado decir aquí, por las limitaciones de los mismos, que no soy ningún analista político –mi formación escolar acabó en 1950, con 8º de Primaria-, soy la consecuencia de una vida de trabajo y de desordenadas lecturas. Por lo que pido humildemente se me disculpen esas limitaciones. Quizá lo único que me diferencia de esos jubilados que ahora mismo, probablemente, juegan a la petanca en los parques de mi país, sea que leí lo mío y lo de otros, participando aquí y allá en cosas que devinieron en ideología, imprescindible, diría yo, para no pasar por la vida como un siervo más del Sistema y que armé el apasionante proyecto de una modestísima librería –Miguel Hernández- en un barrio obrero de Madrid, que quebró, como tantas otras, al cabo de 27 años de esforzada resistencia.
Aclarado lo cual, proseguiré con mis escritos aquí, como decía nuestro camarada Rafael: “…hasta enterrarlos en el mar…”
A propósito de esas limitaciones he de decir que, si soy tan crítico con el PSOE, no es por la vieja inquina que en el pasado mantuvo alejadas a las bases de ese partido con aquel en el que yo milité en su día –el PCE-. En mi opinión, la misión de un partido de extracción trabajadora -si es marxista mejor- es instalar a los trabajadores en el poder, para, después de cumplida esta misión, desaparecer, disolverse dentro del movimiento revolucionario que propició la revolución, aunque siga permaneciendo como partido, vigilante, como cualquier otra organización que apoyara aquella transformación.
La desaparición de los privilegios creo que debiera ser el fin principal de todo movimiento que se precie de encabezar cualquier movimiento llamado a liberar a la clase trabajadora del yugo de la explotación.
Seriamente hablando, no podemos afirmar que en España todo siga igual que antes de la muerte del Dictador. Son múltiples las conquistas realizadas para no admitir que, como dicen los franquistas, “con Franco se vivía mejor”. Por la sola desaparición de la pena de muerte ya merecía que abandonásemos los futbolines de antaño, las apacibles jornadas sentados en una silla a la puerta de casa, leyendo el periódico, después de la larga jornada de trabajo; la partida de cartas en el bar… para salir a las calles de nuestras ciudades y condenar el franquismo y todos los crímenes que éste cometía en nombre de su “glorioso” Movimiento Nacional.
Quizás la gran frustración de muchos de nosotros venga del hecho de que, aquí, lo mismo que en la vecina Portugal, cómo en Grecia, como en tantos y tantos países en los que los pueblos se limitaron a liquidar una dictadura militar para reemplazarla por la dictadura de la nueva clase política – apoyada por los bancos-, no se acabó con el viejo sistema de privilegios, inherente a cualquier régimen que no vigile escrupulosamente la salud de la Revolución.
No es culpa del Sistema que los trabajadores no ocupen su tiempo libre en formarse para la toma del Poder; delegando en manos extrañas las tareas que deberíamos acometer nosotros mismos.
A veces tengo que explicar que mi odio por el fútbol y por los deportes, en general, no viene de su práctica, tanto como del uso que de ellos hace el poder para distraernos de los problemas de nuestro tiempo. Lo cierto es que no tengo nada en contra de que un adulto practique deporte un sábado por la mañana, bien sea corriendo o en la bici estática en su casa, después de cinco días sentado ante un ordenador o repartiendo garrafas de agua de casa en casa. Lo que ocurre es que me da coraje -como dice el jornalero andaluz- que, en sus horas libres, en lugar de dedicarlas a formarse leyendo, a discutir con los compañeros en la asociación de vecinos, en el sindicato, las dedique a convertir en millonarios a tipos cuyo único mérito es colar un balón entre tres palitos.
Entre las varias explicaciones para entender el fracaso de la “democracia”, que tantas veces decimos aquí, una -no la única-, es que ésta, simplemente, ha pervertido su sentido en manos de los que la administran. La Democracia pierde su sentido, está vacía, si únicamente la administran esos tipos con traje que, un día sí otro no, aparecen en la tele. No hay democracia que dé respuesta a los problemas de la clase trabajadora, y que la población mundial tiene planteados hoy, sin el concurso de todos y cada uno. En tanto sean “ellos”, con sus políticos cómplices, su organización del Mundo y sus planes de crecimiento, los que administren el Planeta, no habrá ni siquiera justicia social en éste. (Recordad España 1936 y Chile 1973)
Los que hayan tenido que compartir cama y manta con el hermano en los hogares obreros de los años 30-40 sabrán de qué estoy hablando: si tirabas de un extremo de la manta para cubrirte, el hermano quedaba, indefectiblemente, con medio cuerpo expuesto a los rigores del invierno.
Así, el Sistema ya no tiene soluciones para la situación del Mundo. Carece de soluciones para el paro, para la situación de agonía del Planeta, para el hambre en determinadas regiones de África, para la explotación de los niños en fábricas, basurales y calles de las ciudades, cuando, una vez tras otra, el Imperialismo (suena feo, ¿no?) clava sus banderas en la piel de los pueblos más débiles.
Pero si lo analizamos seriamente, el problema, que nos dicen los entendidos, no viene de la población mundial tanto como de los propietarios de los medios de producción: los que administran el agua y el pan, los que ordenan los territorios, marcan las rayitas de las fronteras en los mapas y le ponen precio al tomate y a la sanidad.
No podemos, como clase, escurrir siempre el bulto. No podemos justificar eternamente nuestros errores y nuestra desidia para pasarle a la siguiente generación los problemas que nosotros debimos solucionar. Ya el “no nos representan” no basta: O nos ponemos las pilas y nos unimos en un proyecto que haga cambiar de manos el destino del Planeta o estamos condenados, generación tras generación, a pasarnos nuestras tristes existencias echando pestes del Gobierno, sean estos liberales o conservadores.
No deja de ser cruel que sea el Sr. Obama el que pida más apertura al régimen de La Habana. Precisamente un país con 40 millones de pobres y donde aún no han sido capaces ni de suprimir la pena de muerte. ¿A qué esperan ustedes para reconciliarse con el Mundo, ahora que ya fue derrotado el “terror rojo” de la URSS y cayó el Muro?
Lo que debemos hacer es recuperar, entre todos, el auténtico sentido de la Democracia.
Entre la barbarie china y la barbarie norteamericana; entre el Japón nuclearizado y la intolerancia islámica, que niega los derechos más elementales a la mujer musulmana, existe un amplio catalogo de posibilidades que ni siquiera ha sido posible desarrollar.
No saques a la bestia, saca al líder natural que duerme dentro de ti, al poeta, diseñador gráfico, al actor, al cirujano; al escritor de raza que cree que hay una excelente novela en todo esto.
Hombres y mujeres como el Che, como Ghandi, como Marie Curie, como Miguel Hernández, Benedetti, Saramago y como Pasionaria nacen cada día en nuestro entorno. Lo que debemos hacer es no anularlos dentro de nosotros mismos antes de nacer. Si así lo hacemos, estaremos condenados a remar eternamente, en tanto, serán “ellos” los que manejen el timón y ordenen la dirección de la nave.
Tenemos que dejar constancia de que Sol no fue sólo un fogonazo más en esta larga noche de la pesadilla capitalista. Como la Comuna de París, como aquel otro Mayo de hace 43 años, fue un hermoso sueño, demasiado bello para dejarlo morir. ¡Itaca existe! Hagamos de la aventura de la vida un viaje apasionante, compañeros.