Pepa Flores, txoria txori
Carlos Olalla*. LQSomos. Marzo 2016
En la tómbola que le tocó vivir tenía todos los números para ser una princesa rota. Pero no lo fue. Fue ave que jamás se dejó enjaular. El régimen franquista quiso hacer de ella la niña prodigio tras la que se escondieran todas las penas y sufrimientos que infligía a un pueblo que fue libre pero al que le habían cortado las alas para prohibirle volar. Pero ella voló alto, muy alto. Quisieron hacer de ella una reina. Pero no lo fue. Les salió republicana. Intentaron enjaularla en una vida de lujo y alfombras rojas, pero nunca lo consiguieron. Se fue cuando ella quiso. Abandonó su carrera de actriz y de cantante cuando estaba en su apogeo. Nunca le atrajeron dinero ni oropeles, quería ser libre y siempre supo que no hay precio que compre la libertad. Por eso lo abandonó todo para retirarse a vivir tranquila y en silencio a su Málaga natal, frente a ese mar que lleva tan dentro. Y allí vive, con su mar, su perro y los suyos, volando libre, como ella siempre quiso.
Fue descubierta con apenas doce años por un productor que hizo de ella su particular mina de oro. Apartada de los suyos para seguir una carrera que desconocía y que nunca tuvo la oportunidad de elegir, a Pepa Flores, la Marisol de entonces, le robaron la infancia y la juventud. Más de una vez se resintió su salud por la continua presión a la que la sometieron. Su matrimonio con el hijo de aquel productor duró poco. Con Antonio Gades descubrió un mundo nuevo por el que luchar, el mundo de los grandes ideales y las causas que para la mayoría parecen perdidas pero que para ellos nunca lo fueron. De él le quedan sus tres hijas y un sinfín de ideales y recuerdos. Celosa de su intimidad, desde 1988 comparte su vida con Massimo Stecchini en un profundo y respetuoso silencio del que en muy raras ocasiones ha querido salir, tan solo en alguna ocasión para apoyar alguna causa solidaria o para acompañar a cualquiera de sus hijas en su camino profesional. Ni siquiera la medalla que acaba de otorgarle el prestigioso Círculo de Escritores Cinematográficos ha conseguido sacarla de su retiro.
Son muchas las causas que Pepa Flores ha defendido y defiende. La vasca ha sido una de las constantes de su vida. Siempre ha defendido públicamente la necesidad de avanzar hacia la paz y la autodeterminación del pueblo vasco. Por eso no puedo dejar de asociar una canción de Mikel Laboa, Txoria Txori, un verdadero canto a la libertad que se ha convertido en el himno de todo un pueblo a ella. La letra de esa canción viene a decir: “Si le hubiera cortado las alas habría sido mío, no habría escapado, pero así habría dejado de ser pájaro, y yo…lo que amaba era un pájaro, eta nik txoria nuen maite”
Pepa Flores lo abandonó todo para ser ella misma y para defender todas las causas que consideraba justas: la revolución cubana, una Euskal Herria libre y en paz… hay que ser valiente, muy valiente, para defender estas causas en un país que ha sido educado para callar y no pensar, para ser políticamente correcto, para no apartarse jamás de esa línea recta que ha unido dictadura y democracia sin solución de continuidad. Defender los logros de la revolución cubana en nuestro país es algo reservado solo a quienes son capaces de escapar al pensamiento uniformado, a quienes tienen opinión propia y son capaces de apostar por ella le pese a quien le pese. Y si valentía requiere defender a los cubanos, qué decir de los vascos. Defender en esta España nuestra el derecho de autodeterminación de sus pueblos o el fin de la dispersión de los presos y presas vascos es algo que, por desgracia, está al alcance de muy pocos, de los más generosos, y este, lo comprobamos a diario, es un país donde la generosidad es especie en extinción. Pero ella, Pepa Flores, es generosidad y compromiso. Siempre ha tenido su mano abierta para quien la pudiera necesitar. Su reciente firma en el manifiesto por la libertad de Otegi y el acercamiento de los presos vascos es buena prueba de ello.
Su necesidad de intimidad, de soledad, de poder crear y vivir su propio mundo ha sido una de las constantes de su vida. Mujer de mirada melancólica, capaz de hacernos soñar en esos mundos que nunca conoceremos pero por los que jamás dejaremos de luchar, rezuma en su voz y en su forma de cantar ese espíritu libre que habita en su interior, ese txori que la empuja a volar y a no dejarse enjaular por mucho que la jaula sea de oro. Pocas miradas tan evocadoras como la de Pepa Flores, quizá las de Charlotte Rampling o Lauren Bacall… mujeres de ojos claros, de párpados caídos, de mirada profunda y de profunda melancolía… Siempre he amado, y quizá demasiado, a las mujeres que miran así, a las que, a través de su mirada nos invitan a viajar a paraísos ignorados y remotos, a las que son capaces de entrar hasta lo más recóndito de nosotros mismos, a las que nos hacen soñar esos sueños que dan sentido a nuestras vidas… Poco o nada importa no llegar a conocerlas nunca. Ellas, esas Itacas lejanas y constantes, nos han regalado el viaje.
La melancolía que rezuman sus canciones, esas canciones que hablan de toros azules, de mares y sirenas, de soledades y ventanas, son un desgarrado grito desde el alma que clama por la libertad, esa libertad sin la que no hay vida. En la balada para la soledad de mi guitarra encontramos unos versos que nos hablan de los árboles y la tierra, de la compañía de una guitarra y de un ave, un ave que no se enjaula y que no vende su plumaje porque para volar le hace falta… Gracias, Pepa, por los sueños, por todos los sueños que nos has dado, y por recordarnos que podemos volar alto, muy alto, si nos atrevemos a impedir que nos corten las alas.