Perú encara su bicentenario entre tensiones políticas

Perú encara su bicentenario entre tensiones políticas

Roland Alvarez Chavez/Fabio Andrés Díaz Pabón*. LQS.

El liderazgo de aquellos lideres políticos interesados en el bienestar de país resultará vital para sobreponerse a las posibilidad de que el Fujimorismo ignore el triunfo de Castillo

El día 6 de junio del 2021 se celebró en el Perú la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Esta elección designó a quien será el jefe de estado del Perú coincidiendo con el bicentenario de independencia. 200 años después, los resultados electorales muestran un Perú polarizado.

Los candidatos a la presidencia

Las elecciones que han dado como virtual ganador a Pedro Castillo en la segunda vuelta electoral le enfrentaron con Keiko Fujimori (hija del expresidente Alberto Fujimori) con unos reñidos resultados que arrojaron una diferencia de sólo 45 000 votos de un universo de 17 millones de votantes.

Castillo es un “exrondero” (miembro de las organizaciones comunales rurales de defensa contra grupos armados), y representante sindical de los maestros peruanos.

Sus propuestas frente a la necesidad de un mayor rol estatal en la provisión de servicios públicos, el cobro de mayores impuestos, y la propuesta de una reforma de la Constitución busca recuperar el carácter público de algunos servicios básicos (salud, educación, vivienda), y enfatizar intervenciones estatales en las zonas más pobres del país. Sin embargo, estas propuestas han sido interpretadas como “radicales”, y ha sido seguidas por acusaciones, por parte de algunos sectores de las elites, de ser una agenda comunista y terrorista, desplegando las acusaciones conspirativas de “chavismo” y “castro-chavismo”, comúnmente usadas en Latinoamérica.

Al otro lado, Fujimori obtuvo una alta votación en esta reñida elección pese a estar enfrentando una acusación de lavado de dinero, y de ser el delfín del fujimorismo, una fuerza política que se vio involucrada en abusos de los derechos humanos y el uso de políticas eugénicas (de esterilización forzada hacia grupos indígenas).

La candidata derrotada apeló a propuestas que podrían leerse como políticas de izquierda, como la entrega de bonos de ayuda económica para las personas afectadas por el impacto de la pandemia del Covid-19, redistribución de impuestos derivados de la minería, denominado el ‘canon para el pueblo’, y políticas de exenciones de impuestos para nuevos negocios.

Ambos candidatos obtuvieron porcentajes menores en la primera vuelta electoral el 11 de abril: Castillo alcanzó un 18,9%, y Fujimori, un 13,4%. Esto hacía prever un electorado disperso, que no estaba convencido por las opciones electorales.

Los resultados finales, por lo tanto, se deben entender como una mezcla de los méritos propios de los candidatos y sus propuestas. Una importante fuente de los votos de Castillo son producto del rechazo de los peruanos a la dinastía fujimorista; de igual manera, una importante fuente de los votos a Fujimori son producto de los temores de algunos sectores frente a la llegada de Castillo al poder, informada por la errónea percepción de que la provisión de servicios públicos y un estado al servicio de sus ciudadanos son parte de una conspiración marxista, comunista o “castro-chavista”.

La denuncia de un modelo de estado

Sin embargo, la elección de Castillo no es una elección del carisma de un candidato frente a otro, y la denuncia del Fujimorismo. Los resultados de esta elección se pueden ver como un referendo frente al modelo económico y político que ha tenido el Perú en los últimos años.

Perú ha abrazado un modelo económico basado en la flexibilización de la mano de obra y una política extractivista, en el que la privatización de servicios y la reducción del estado han sido la norma. Este modelo de economía y sociedad ha permitido unas tasas de crecimiento económico superiores a los promedios latinoamericanos en los últimos años.

Sin embargo, estos beneficios económicos no han sido para todos, pues, pese a la aparente mejoría en los índices de pobreza del país, la pandemia Covid-19 ilustró que un importante sector de la población peruana vive en situaciones de precariedad y falta de protección por parte del Estado hizo que en el último año la pobreza extrema en el país se duplicase, y que la pobreza aumentara un 50%.

Esta vulnerabilidad no es un accidente. Es el resultado de la debilidad de las redes de protección social (salud, educación, mecanismos de protección social) en el Perú. Por ello, y como ilustran los resultados, los votos no solo se relacionan con el apoyo o la oposición a los diferentes candidatos sino con las visiones del estado. El voto por Castillo entonces se puede entender como una denuncia pacífica frente al fallo del estado peruano por respetar los mandatos de su propia Constitución y por el desamparo al que la ciudadanía se ha visto abocada.


Por ello no resulta sorpresa que las 16 regiones del país que votaron mayoritariamente por el presidente electo Castillo se concentran en la periferia política y económica, mientras que los votos de Fujimori se concentraron en las zonas mas ricas del país, con menores índices de pobreza.

Estas diferencias son ilustración de los sistemas de segregación y exclusión en los que raza, color de piel e idioma se mezclan creando barreras visibles e invisibles que discriminan y limitan las oportunidades y los derechos de poblaciones vulnerables (campesinas, indígenas, mestizas, amazónicas y migrantes).

No es sorpresa entonces que en las regiones históricamente marginadas Castillo obtuviera mas del 80% de los votos, ni que, acorde con Jorge Falen “en los 10 distritos más pobres del país, donde más del 75% de sus habitantes vive en condición de pobreza” votaron mayoritariamente por Castillo. El mensaje que se traduce de las votaciones es que las zonas más afectadas por la pobreza reclaman una propuesta de cambio en el modelo de estado.

¿Habrá tensiones en el futuro?

Sin embargo, el resultado electoral ha sido contestado por el Fujimorismo que está haciendo uso del mismo tipo de repertorios que uso Donald Trump en Estados Unidos. El Fujimorismo ha lanzado la narrativa del fraude electoral y que el proceso democrático es de hecho una transición al comunismo, pese a que observadores nacionales e internacionales, junto a la organización electoral del Perú, han certificado los resultados.

A pocas semanas del segundo bicentenario de la independencia, el Fujimorismo y los sectores que apoyan esta propuesta política está provocando inestabilidad en el país, buscando dar validez electoral a una fuerza que moviliza el miedo y el pánico social como fuerza electoral.

Este apoyo hacia el Fujimorismo de algunos sectores ha sido ilustrada en la manera en que algunos medios y empresarios apoyaron a Fujimori pese a estar enfrentando cargos por lavado de dinero, y pese al rol del Fujimorismo en la crisis política que ha llevado al Perú a tener cuatro presidentes en los últimos cinco años.

El uso de teorías conspirativas como recurso político no es nuevo en el Perú, pues en diferentes campañas ha sido un recurso discursivo utilizado para ‘desprestigiar’ al contendiente, principalmente cuando este lleva propuestas relacionadas con los derechos humanos y la emancipación de poblaciones en situación de desventaja o vulnerabilidad. Tales acusaciones emergieron en los años de la guerra fría y siguen teniendo resonancia en Latinoamérica tres décadas después.

Sin embargo, el uso de redes sociales y sofisticadas campañas de desinformación han afectado el imaginario de los habitantes de ciudades urbanas y costeras, que han sido bombardeados con falsedades como la expropiación de las propiedades, el fin de los ahorros pensionales, incluyendo la delirante idea que sus hijos serán propiedad del estado y las mujeres serán raptadas por este para producir bebés.

Como menciona el politólogo peruano, Alberto Vergara, buena parte de la población ha sido pastoreada hacia el pánico, como última herramienta para movilizar el apoyo al Fujimorismo que se presenta como defensor del país frente a una amenaza inexistente.

Esta campaña ha logrado un fenómeno interesante pero muy preocupante, pues ha logrado posicionar al Fujimorismo en un sector de la población como el defensor frente a la amenaza inexistente del riesgo hacia la ‘democracia y la libertad’. Y tomando provecho de este reciente ‘respaldo’ y haciendo uso de estrategias narrativas y una arbitraria interpretación de las leyes, pretenden desconocer la elección de un presidente democráticamente elegido, y sobredimensionar el verdadero apoyo del que gozan.

Esto manifiesta cómo el Fujimorismo usará esta carta como herramienta política en los años venideros con la ayuda de algunos medios de comunicación, como herramienta política para obstruir el gobierno de la presidencia en los próximos cinco años.

El Fujimorismo aduce que desean que se contabilicen sus votos para evitar el fraude, y la mejor forma para lograrlo es queriendo invalidar 200 mil votos, principalmente de zonas rurales y del interior del país, donde Pedro Castillo tuvo un triunfo mayoritario.

Si bien hay un sector de la ciudadanía que cree en los temores creados a través de las redes sociales, algunos sectores dentro de las elites que apoyan al Fujimorismo parecen estar dispuestos a usar la desinformación para desarrollar una lucha para mantener las divisiones políticas y económicas en el país, e ilustra que las reformas que busquen alterar las brechas e inequidades son procesos de largo aliento.

El bicentenario encuentra al Perú en pie de lucha, una lucha que aún busca cambiar las estructuras sociales, económicas y políticas que reproducen el esquema de explotación centralista heredado de la colonia, que se pone de manifiesto en lo que el sociólogo chileno Guzmán-Concha denomina la doble crisis de representación y del modelo económico observada en otros países como Chile y Colombia.

Se viene un periodo de incertidumbre para el Perú, con una alta probabilidad de inestabilidad. El liderazgo de aquellos lideres políticos interesados en el bienestar de país resultará vital para sobreponerse a las posibilidad de que el Fujimorismo ignore el triunfo de Castillo. Esto, y el uso de falsedades, reproduce los temores que Arendt exponía en su obra Los orígenes del totalitarismo: que mentiras gigantescas sean establecidas como hechos no cuestionados, que la diferencia entre verdad y mentira sea el producto de la astucia y el poder de aquellos interesados en defender intereses particulares.

* Roland Alvarez Chavez. Sociólogo, especialista en temas de desarrollo, cultura, sociedad y estudios de género, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
* Fabio Andrés Díaz Pabón. Centro Africano de Excelencia para la Investigación de la Desigualdad (ACEIR), Universidad de Ciudad del Cabo.
The Conversation
Perú – LoQueSomos

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