Privatización del espacio y más allá

Privatización del espacio y más allá

Por Silvia Ribeiro*

Son parte del plan de desarrollar a niveles exponenciales el control digital de todas las actividades y relaciones, a través de la llamada Internet de las cosas, que en realidad se ha extendido a todos los ámbitos posibles desde la alimentación y la agricultura, la medicina, la educación, la gestión gubernamental y la vigilancia a todos los niveles

No les alcanza el planeta. Los hombres más ricos del mundo necesitan más espacio para seguir acumulando riqueza. Literalmente. Por eso los supermillonarios Elon Musk (fundador y/o principal dueño X/Twitter, Tesla, SpaceX) y Jeff Bezos (fundador y dueño principal de Amazon y otras empresas) están en una feroz competencia por controlar el espacio exterior. Las suyas no son las únicas empresas en esta carrera, pero están muy adelante de sus competidores siguientes. Aunque hablan de construir módulos para establecerse en Marte, eso es más un distractor mediático de otros emprendimientos mucho más cercanos y peligrosos.

Para empezar, el control de la órbita terrestre baja. Por ejemplo, a través de la privatización de la estación espacial internacional y otras que la sustituirán, privadas o semipúblicas, así como los viajes desde y hacia la Tierra y la construcción de vehículos para ello, que en poco tiempo serán comerciales o usados para minería y otras actividades industriales.

Uno de los desarrollos comerciales que ha avanzado en forma vertiginosa, con muy poca atención del público y de gobiernos a sus enormes impactos e implicaciones de todo tipo, son los satélites privados de la red Starlink, de la empresa SpaceX, de Elon Musk. Desde su inicio en 2019 hasta el momento, Starlink ha puesto en órbita más de 6 mil satélites, superando la cifra total de satélites en funcionamiento que ya existían para todo tipo de actividades, de investigación, comunicación, observación de la Tierra, etcétera. Ha superado por mucho los satélites públicos y de servicios públicos y de investigación. Su plan es instalar más de 12 mil hasta 2026, con opción hasta 42 mil en los próximos años.

Starlink se presenta como una red para ofrecer servicios de Internet de alta velocidad y baja latencia, que ya se está vendiendo en muchos países del mundo, incluidos muchos de América Latina. Estas redes de alta velocidad no son una necesidad para la gente común y en general tampoco para la mayoría de las actividades industriales, que podrían seguir funcionando con niveles de velocidad mucho menores.

Son parte del plan de desarrollar a niveles exponenciales el control digital de todas las actividades y relaciones, a través de la llamada Internet de las cosas, que en realidad se ha extendido a todos los ámbitos posibles desde la alimentación y la agricultura, la medicina, la educación, la gestión gubernamental y la vigilancia a todos los niveles. Por supuesto, a la industria de la persuasión para influir decisivamente a través de redes sociales y otras formas de comunicación digital las elecciones de los usuarios, sean elecciones políticas, de consumo u otras.

Eso ya existía antes de los satélites de Elon Musk. Lo que Starlink ha establecido es un cuasi completo monopolio de las redes satelitales que tomarán cuenta de la mayoría de las comunicaciones en un plazo no muy lejano. Le da una injerencia sin precedente en innumerables aspectos de la vida de todas las personas, países, industrias. Por eso mismo, Jeff Bezos, de Amazon, se lanzó el año pasado a competir con esta red satelital, ubicándose en segundo lugar con el Proyecto Kuiper, de la empresa Amazon, que planea poner en órbita 3 mil 236 satélites.

El control de las comunicaciones satelitales ya ha tenido impactos en varias situaciones de guerra, mostrando el poder inusitado que se le ha dejado a Musk y próximamente a Bezos. La red Starlink es un medio de comunicación en situaciones de guerra, justamente porque otras quedan fuera de servicio. En septiembre de 2023, Musk afirmó que había cortado el acceso de Ucrania a la red Starlink en Crimea, momento en que, según Ucrania, Rusia desplegó nuevos ataques. Aunque Musk luego lo negó y nadie pudo comprobar qué hizo en realidad, estaba en juego su contrato para usar la red en Rusia. En 2024, Musk acordó con Israel el uso de Starlink, pero el gobierno de Israel puso severas condiciones para que la población de Gaza no pudiera utilizar el servicio, pero sí el ejército israelí. La semana pasada, Starlink decidió cortar el servicio en Sudán, otro país en guerra, alegando que se estaba usando en zonas sin licencia. Motivó una carta de más de 100 organizaciones humanitarias requiriendo que no cortara la única comunicación a la que pueden acceder.

Estos son apenas algunos ejemplos del control que ya está ejerciendo y que no sólo afecta a las comunicaciones, también a todas las redes que se conecten a través del Internet de las cosas, para cualquier efecto.

Además de estos aspectos, la presencia insólita de tal cantidad de satélites en la órbita terrestre genera otros impactos. Por ejemplo, basura espacial, que se agrega en forma exponencial a la que ya existía y que provoca problemas de colisiones, incluso de los propios satélites y de las estaciones espaciales. Además, la contaminación lumínica de los satélites está causando problemas, algunos serios, para las observaciones astronómicas. A fines del año pasado, se detectaron además nuevos contaminantes en la estratósfera, generados por estos satélites, incluso algunos que dañan la capa de ozono.

Esta insólita apropiación de la órbita de todo el planeta fue autorizada por un solo gobierno: Estados Unidos.

* Periodista y activista uruguaya, directora para América Latina del Grupo ETC, con sede en México.
“La Jornada”

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