Pseudodemocracia
Juan Gabalaui*. LQSomos. Octubre 2015
La baja calidad de eso que los medios de comunicación y partidos llaman democracia tiene como consecuencia lo que está pasando en Catalunya. Un referéndum revelaría claramente lo que la sociedad catalana quiere pero esta opción no se valora y mucho menos con unas elecciones en ciernes. Defenderlo es cosa de flojos y un gobierno de la derecha defiende la firmeza y el imperio de la ley, siempre que esta última no vaya en contra de sus intereses.
Además, en este Estado la independencia se ha anatemizado una y otra vez por vía prensa, radio y televisión. Ser independiente está asociado por muchos españoles a intolerancia, cerrazón, falsedad histórica, enfrentamiento social y terrorismo. Este contexto, alimentado conscientemente durante décadas, justifica los posicionamientos firmes e impositivos. El diálogo y la consulta se presentan inviables ante lo que se considera un chantaje. En realidad el déficit democrático que llevamos arrastrando desde la muerte de Franco (más cuarenta años antes) y la ausencia de mecanismos de participación ciudadana empujan a la desobediencia a aquellos que defienden posiciones contrarias a las oficialistas. En estas circunstancias oponerse a los obstáculos y trabas que las leyes, constituciones e instituciones del Estado ponen a la consulta en un acto esencial y radicalmente democrático. Mariano Rajoy, desde su lógica de defensa de la ley, acusa a los independentistas de romper con las reglas aunque su gobierno, junto con gobiernos anteriores, hayan alimentado la ruptura o al menos la posibilidad de ella, como una espada de Damocles suspendida sobre la idea franquista de unidad por la gracia de dios. Una posibilidad que ha tenido y tiene un uso electoral.
Enfrentarse a Catalunya tiene como premio los votos de aquellos que defienden posiciones de firmeza ante la amenaza separatista, de la misma manera que la dureza y la intransigencia eran actitudes valoradas por muchos electores frente al terrorismo en Euskal Herria. La apuesta sincera por el diálogo y la negociación supondría perder el pulso, mostrar una debilidad que el Estado no puede mostrar nunca. La apuesta por el enfrentamiento o por la criminalización de las posturas del otro son indicadores del largo recorrido que nos queda para alcanzar unos estándares democráticos básicos porque una democracia en condiciones no hubiera permitido que se llegara a la situación actual. Es decir, los catalanes ya hubieran podido decidir qué tipo de relación querrían tener con el Estado español. Se hubiera resuelto preguntando. El hecho actual es que los partidos no afrontan el problema para solucionarlo sino para obtener réditos electorales y esconder los problemas reales a los que se enfrentan tanto los ciudadanos catalanes como los del resto del Estado.
Esta bomba de humo oculta lo que afecta e impide encarar honestamente la cuestión de las naciones que conforman el Estado español. Cuando no hay voluntad para solucionar algo, no se soluciona. Se prefiere continuar en el perpetuo enfrentamiento, polarizar a la población, criminalizar las ideas y mostrar al otro como enemigo. Esto es lo que genera esa cosa que los partidos y medios de comunicación se empeñan en llamar democracia.