RD del Congo, otra guerra de mamushkas
Por Guadi Calvo*
Como las muñecas rusas, la guerra civil que abrasa el este de la República Democrática del Congo, como otras que se libran en el continente africano, contiene en su interior varias guerras. Entre ellas, el Ejército federal o FARDC (Fuerzas Armadas de la República del Congo) libra con el grupo armado Movimiento 23 de marzo (M23), integrado fundamentalmente por ex militares y miembros de la etnia tutsis
La violencia de sus acciones, contra la población civil, ha provocado, que toda la comunidad tutsi ruandófonas este comenzado a sufrir un peligroso impacto en su seguridad. Acusados de colaborar con el grupo rebelde, también conocido como el Ejército Revolucionario del Congo (ERC).
Ya más de mil civiles, sospechados de colaborar con los insurgentes, han sido asesinados, mientras que se produce de manera constate asaltos y saqueos de sus aldeas, sus mujeres son violadas y su ganado robado y sus plantíos destruidos, lo que ha traído los consecuentes desplazamiento de esas poblaciones, que ahora se hacinan en diversos campos de refugiados. Además, se ha denunciado, linchamientos públicos y discursos xenófobos contra hablantes de kinyarwanda, la lengua tutsi, la que también usan los hutus.
La guerra, entre el ejército y el M23, tras una pausa de casi diez años, volvió a iniciarse a fines de 2021, tiempo en que los insurgentes han conquistado importantes sectores del este del país, con el evidente respaldo de Ruanda, que ha destacado unos cuatro mil soldados.
En este contexto, la actual situación amenaza en ampliarse de una guerra civil a un conflicto regional, de confirmarse que además del ejército de Ruanda, participan también efectivos de Malawi, Sudáfrica y Tanzania, mientras que militares de Burundi, estarían operando junto a las tropas de Kinshasa.
La actual situación ha provocado que cerca de dos millones de personas, se hayan sumado a los casi seis millones de desplazado, y en gran parte marche hacia Goma, la capital del Estado de Kivu del Norte, mientras que otros cientos de miles han escapado a Uganda o Ruanda. La capital provincial, originalmente de unos 130 mil habitantes, tras los desplazamientos supera los casi 800 mil.
Si bien en la RDC existía una pequeña comunidad tutsi, desde mucho antes de la independencia del país en los años sesenta del siglo pasado, a partir de entonces, se inició un proceso de persecución, cuestionando el origen aparentemente extranjero, lo que incluso amenazó con la pérdida de su ciudadanía. Esta situación se agravó de manera exponencial en 1994, cuando comenzaron a llegar a la región, miles de tutsis ruandeses, que escapaban del genocidio articulado por Francia, que la etnia hutu comenzó a ejecutar en abril de aquel año.
Fue justamente la persecución y la discriminación, contra los tutsis, lo que hizo que centenares de ellos se incorporaran a los diferentes grupos armados que posteriormente convergieron al cohesionarse en el M23, cuando se funda en 2012.
En el actual conflicto participan junto a las fuerzas federales, dos milicias conformadas por miembros de la comunidad hutu, el grupo Nyatura, (los que golpean duro en lengua kinyarwanda) una fuerza inicialmente de autodefensa hutu y las FDLR, (Fuerzas Democráticas de Liberación de Ruanda) cuyo brazo militar son las Forces combattantes Abacunguzi (FOCA).
Las FDLR fueron fundadas en la RDC en el año 2000 por ex militares del ejército ruandés y miembros de las milicias paramilitares, de origen hutu, involucrados en el genocidio de 1994, que llegaron a la RDC, huyendo de la justicia y las venganzas tutsis. Esta fuerza comenzó a degradarse en 2008, cuando contaba con uno cerca de siete mil efectivos, y controlaba áreas mineras, de las que ha sido desplazado. En la actualidad, cuenta apenas con uso mil hombres, aunque es posible que Kinshasa, desde el resurgimiento del M23, los esté apuntalando con hombres y recursos.
La persecución de los tutsis,ha obligado al presidente de la RCD, Félix Tshisekedi, a declarar públicamente que: “los tutsis son tan congoleños como las demás comunidades” y advirtió que los discursos de odio contra los ruandófonos solo sirven a los intereses del M23.
El peligroso giro de Tshisekedi
Si bien la violencia en la RDC es crónica, generada por la disputa de sus infinitos recursos naturales y una geografía extensa, con más de 2,35 millones de kilómetros cuadrados, lo que la convierte en la segunda más grande del continente, apenas por detrás de Argelia.
La sinuosa trayectoria del presidente Tshisekedi desde su llegada al poder, en enero de 2019, junto a la construcción de sus alianzas con los diversos grupos armados que operan a lo largo del país, particularmente en el Este, junto a su asociación con las diferentes etnias, a las que ha utilizado para su llegada al poder para después descartarlas, es parte de las razones que han profundizado los combates en los diversos frentes de guerra.
Esta situación es la que permite que en las provincias del este, como Ituri, Kivu del Norte, Kivu del Sur, sean constantemente intervenidos, no solo por empresas internacionales que operan de manera ilícita, en búsqueda de: coltán, cobalto, cobre, uranio, oro, diamantes, casiterita, entre otro muchos, extraídos de manera artesanal al costo de numerosas vidas. Si no que muchos de estos “emprendimientos” extractivos, son directamente auspiciados y financiados por países vecinos como Zambia, Malawi, Tanzania, Burundi, Ruanda y Uganda, prácticamente a la vista de cualquiera que cualquier investigador.
Durante los primeros días de la presidencia de Tshisekedi, las FARDC, manifiestamente trabajó junto al ejército ruandés, permitiendo que estas tropas organizaran operaciones en territorio congoleño, contra las FDLR, en incluso retiró los cargos contra los comandantes del M23, entonces exiliados. Hasta que, a partir del 2021, el gobierno congolés cambiase sus planes, rompiendo la coalición política que lo llevó a la presidencia, con su antecesor, Joseph Kabila, y apuntó sus acciones a cimentar un poder propio, libre de ataduras políticas.
Desde que Tshisekedi ordenó el estado de sitio en las dos Kivu y tras una purga en el ejército y las fuerzas de seguridad de los fieles a Kabila, cambió también el sentido de sus acuerdos con los países vecinos. Por ejemplo, a mediados de 2021, establece una fuerte alianza con Uganda, rival acérrimo de Ruanda. Habilitando al ejército ugandés a que un numeroso contingente a ingresar a territorio de la RDC, para la persecución de las Fuerzas Democráticas Aliadas (FDA), originario de aquel país, un grupo, ahora, vinculado con el Daesh, protagonista de innumerables matanzas en el este congolés.
Más tarde, también permitiría el ingreso de tropas del ejército de Burundi, ingresará para perseguir a RED-Tabara, rebeldes con base en la República Democrática del Congo que buscaban derrocar al gobierno del presidente Évariste Ndayishimiye.
Lo que generó para el gobierno de Kigali un estado de alerta, al encontrarse aislado, rodeado por vecinos hostiles. Lo que haría que, desde el gobierno del presidente Ndayishimiye, comience a fluir, desde noviembre del 2021, recursos hacia el M23.
Desde entonces el contexto regional ha virado, Ruanda ha suavizado sus relaciones con Uganda, y junto a las fuerzas de intervención de la Comunidad de África Oriental, con tropas llegadas desde Kenia, Sudán del Sur, Burundi y Uganda a partir del 2022 para sofocar la violencia en el Este de la RDC, exacerbada por el reinicio de las acciones del M23. Hasta que en a fines del año pasado, otra fuerza multinacional convocada por el grupo de la Comunidad de Desarrollo de África Meridional (SADC) desplegó tropas sudafricanas, tanzanas y malauís, para la persecución de la alianza del M23 y las fuerzas del ejército de Burundi.
Este tráfago de armas de los ejércitos y grupos insurgentes ha convocado la atención de los Estados Unidos, que responsabiliza a Ruanda de generar inestabilidad en la región. Del mismo modo, el Consejo de Seguridad de la ONU y Francia, pidieron a Ndayishimiye el presidente ruandés, el retiro de sus tropas de la RDC. En este contexto es que Washington, ha aplicado sanciones contra el país suspendido toda la ayuda militar.
Esta reacción de Washington ha sido un guiño para Kinshasa, para permitir que, junto a su ejército, puedan operar también: contratistas de seguridad privados (mercenarios) sumándose también milicias locales, conocidas como Wazalendo (patriotas), bien entrenadas y disciplinadas.
Mientras esta guerra se sigue librando, en el este de la RDC, se conoce el incremento de los alimentos, y llega la información que ya las rutas se han convertido en una verdadera ruleta rusa, donde todo puede pasar, mientras que los hospitales, prácticamente sin insumos, están colapsando, por los contantes arribos de heridos. Provocados por la utilización cada vez más efectiva de armamento como drones, misiles tierra-aire y rifles de asalto de última generación en cercanías de áreas urbanas, incluso en los alrededores de la ciudad de Goma.
Los informes de los hospitales cuentan que mientras antes la gran mayoría de los asistidos eran militares, en la actualidad, esa ecuación se ha revertido, siendo cada vez mayor el número de civiles alcanzados por el fuego de los ataques y batallas, en esta guerra que como las mamushkas, guardan en su interior otra sorpresa.
⇒República Democrática del Congo – LoQueSomos⇐
* Escritor y periodista argentino. Publicado en Línea Internacional
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