Rebelión de la trenzas

Rebelión de la trenzas

Un hecho secundario, que la historiografía colonizada denominó “rebelión de las trenzas”.

Un hecho secundario, que la historiografía colonizada denominó “rebelión de las trenzas” fue puesto en primer plano para encubrir una cuestión más profunda y fundamental: el operativo realizado por el centralismo porteño. Diría Jauretche: se había puesto en movimiento la “máquina del silencio” para que, desde la superestructura cultural nos contaran otra historia…

El Regimiento de Patricios fue el cuerpo más grande y poderoso reclutado para la defensa de Buenos Aires. Estaba compuesto de 3 batallones integrados por nativos todos de la capital del virreinato. Cornelio Saavedra fue su primer jefe, respetado y respaldado por aquél cuerpo que se destacó con valentía en 1806 y 1807.

Pero el prestigio y respeto hacia este Regimiento se cimentó cuando en 1809 el Cabildo de Buenos Aires con el apoyo de cuerpos militares españoles, intentó reemplazar al Virrey Liniers por una junta de Gobierno encabezada por Martín de Álzaga. Saavedra, al frente a los Patricios y con otros cuerpos nativos le hicieron frente y aseguraron la autoridad del virrey. Unos meses después los Patricios tuvieron principalísima participación en los hechos de Mayo de 1810.

El 29 de mayo, pocos días después de haber asumido la Primera Junta de Gobierno, se crearon los primeros regimientos de infantería de línea en base a batallones de Patricios. Se ponían las bases para el nacimiento del Ejército Argentino. Fracciones de estos regimientos participaron en expediciones libertadoras a la Banda Oriental.

Intrigas y desavenencias por la conducción revolucionaria provocaron el alejamiento de Saavedra enviado a misiones que lo mantendrían alejado de la álgida situación en Buenos Aires. El centralismo porteño se adueñó de la situación, y produjo, en setiembre de 1811 el movimiento que desarticuló la Junta Grande –que incluía a representantes del interior- y concentró el poder en tres triunviros y un poderoso secretario: Bernardino Rivadavia.

En noviembre se fusionaron los regimientos 1 y 2 de Patricios, y se nombró a un nuevo jefe: Manuel Belgrano. Era un acto desafiante, Belgrano tenía grandes diferencias políticas con Saavedra, que todavía gozaba de la lealtad y afecto de la tropa.

Belgrano, tal vez midiendo fuerzas frente a un Cuerpo que le era hostil, intentó marcar territorio y hacer valer su autoridad. Dispuso medidas que más que “disciplinar” provocaron un movimiento de dimensiones.

Los Patricios se caracterizaban por no ser “pelones”, es decir que, frente al resto de los cuerpos de milicia se distinguían por la “coleta” o trenza que reivindicaban como una tradición irrenunciable, motivo de orgullo del origen orillero (de los suburbios).

Pero no fue sólo la orden de cortar el pelo lo que ocasionó el movimiento falsa y malintencionadamente denominado “motín de las trenzas”. Ofenderíamos a los protagonistas de este importante hecho histórico si lo redujéramos así. Fue el advenimiento de los “cajetillas” al centro del poder lo que motivó el hecho político.

Rivadavia hizo una inteligente lectura política de la situación e intentó aislar a los Patricios del resto de los cuerpos de milicia en un intento por evitar que se propagara la rebelión, emitiendo el día 5 de diciembre una proclama que eclosionó la madrugada del 7 de diciembre en una verdadera revolución.

Desde el Cuartel de las Temporalidades cabos y sargentos se animaban a cuestionar el poder. Se trataba de suboficiales que habían participado heroicamente en la jornada del 25 de mayo de 1810. Comenzaron por expulsar a los oficiales del cuartel y pusieron piezas de artillería en las bocacalles de acceso, a la vez que pedían el cambio de gobierno: sustitución de Belgrano, anulación de la orden de cortar su pelo, pero fundamentalmente exigían el regreso de Saavedra y de Campana.

La represión no se hizo esperar. Conminaron a los insurrectos para que depusieran las armas pero los Patricios prefirieron caer con su cuartel antes que rendirse. La orden de ataque se dio a mediodía. Aunque el enfrentamiento duró poco más de cuarto de hora costó 50 muertos. El escarmiento rivadaviano fue ejemplificador: once sargentos, cabos y soldados fueron fusilados y expuestos sus cuerpos a la vista de la ciudad durante varios días. Fueron ellos: Juan Ángel Colares, Domingo Acosta, Manuel Alfonso y José Enríquez, sargentos; Manuel Pintos y Agustín Quiñones, cabos; Agustín Castillo, Juan Herrera, Mariano Carmen y Ricardo Nonfres, soldados. Prisión para veinte –entre ellos el único oficial encontrado en el cuartel, un joven alférez- en Martín García. Los restantes cabos y sargentos fueron rebajados a soldados rasos con el recargo de seis años de servicios. Se disolvieron dos compañías de granaderos y una de artilleros, y al regimiento se le cambió de nombre y numeración. Desproporcionado castigo para lo que el poder hizo pasar como un simple reclamo por un corte de pelo…

Después Rivadavia mandó iluminar la ciudad por tres días. Los iluminados habían impuesto su poder y festejaban y, de paso, expulsaban a los diputados del interior acusándolos de complicidad con el movimiento de los Patricios. Prof. Mónica Oporto.

Rivadavia había armado “la trenza”.

¿Lo recordamos con un tanguito?

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