Rehenes de nosotros mismos
Juan Gabalaui*. LQSomos. Febrero 2017
No nos hemos ejercitado en democracia. Es solo una palabra que no sabemos exactamente cómo desarrollar. La palabra viene a la boca fácilmente y aparece frecuentemente en los textos periodísticos, pero su ejercicio es mínimo. Cualquier intento de ejercerla políticamente es reprimido de forma contundente y se nos recuerda que vivimos en una democracia representativa con sufragio universal ejercido cada cuatro años. ¿No es suficiente? Nuestro día a día es un ejemplo de constantes imposiciones por parte de autoridades y la contestación suele ser castigada de forma implacable. El sistema de relaciones que, por ejemplo, se da en las empresas es mínimamente cuestionado. Tenemos tan poco conocimiento sobre la práctica democrática que nuestras empresas funcionan bajo principios antidemocráticos y lo normalizamos. Pasamos gran parte de nuestro tiempo dentro de estructuras piramidales, extremadamente jerarquizadas, aunque en algunos lugares se disfracen de nuevas formas de relación entre las direcciones y sus subordinados. Es en este contexto donde una mentalidad servil, acomodaticia y amedrentada se expone en todo su esplendor.
Pensamos en democracia pero actuamos en dictadura y de esta manera es imposible construir una democracia real. Hemos sido incapaces de implantar nuevos sistemas de relaciones que se ajusten a modelos igualitarios y colaborativos. No interesa. La democracia, en realidad, no es un modelo al que se aspire sino la idea que ha permitido que la élite siga gobernando e imponiendo sistemas de relaciones autoritarios porque la autoridad es la base de su liderazgo. Una autoridad aparentemente suave pero que se torna implacable en el momento en que se vea amenazada. Y esto lo tenemos insertado en nuestro ADN social. No somos capaces de concebir sistemas que no estén basados en la jerarquía. Necesitamos un jefe, alguien que nos diga cómo hacer las cosas y que nos riña o castigue cuando lo hacemos mal. Y si por casualidad a alguien se le olvida esto, el rebaño estará dispuesto a llevarlo al redil o abandonarlo a su suerte si insiste en el empeño de contestar a la autoridad. Si adoptamos la posición de jefe, adoptamos también sus prácticas. Aunque no queramos. Nos convertimos en autoritarios y apelamos a las jerarquías. Tan bien nos han domesticado.
Existen excepciones. Por supuesto. Solo hablo de la generalidad y no de los espacios autónomos que experimentan con formas de relaciones alternativas. Pero la realidad de la gran mayoría, insisto, es la de desarrollarse en contextos autoritarios, que se aceptan, en algunos casos con gusto y en otros de forma resignada. Cuando salimos de las empresas hablamos de democracia, en términos políticos, y cuando entramos nos convertimos en servidores de otros, que acallan nuestras opiniones y toman decisiones que afectan a nuestra vida. Solo se tiene que subir en esas estructuras jerárquicas para tener ese poder sobre los de abajo. Las sociedades capitalistas son fábricas de problemas de salud mental, en parte porque nos enfrentan a contradicciones que nuestras mentes son incapaces de procesar. Queremos ser libres, atados de pies y manos y amordazados. Queremos gritar que es una injusticia, pero Pepito Grillo nos susurra al oído que tengamos cuidado, que no merece la pena. Dominar esa conciencia ha sido el objetivo de quienes tienen el poder. Este ha sido su éxito. Convertirnos en rehenes de nosotros mismos.