Riesgos laborales y clase política
Por Domingo Sanz. LQSomos.
Muy mal lo del alcalde Almeida, de Madrid, esquivando culpas con la excusa de que el trabajador fallecido era de una subcontrata, como si la ley no estableciera las obligaciones del sector público con esas empresas.
Cosas que pasan hoy nos sirven para recordar otras de ayer. En esta ocasión me ha venido a la memoria la terrible primera ola de la pandemia y la petición que algunas personas enviamos a la presidenta del Congreso para que los diputados hablaran desde sus escaños en lugar de subir a la tribuna, tal como hacen los miércoles en las sesiones de control al gobierno. Se trataba de que evitaran riesgos laborales a quienes tenían que limpiar el atril de restos orgánicos de los políticos, pues podían ser contagiosos.
Pero fracasamos. Sólo hablaron desde sus escaños el 12,4% de las veces y, por tanto, el personal de limpieza asumió riesgos en 169 de las 193 ocasiones en las que los políticos intervinieron, algunas veces durante tres minutos o menos, en aquellos siete plenos celebrados entre el 18 de marzo y el 3 de junio de 2020. Podrían haber decidido que quienes subieran a la tribuna la tuvieran que limpiar ellos mismos con un trapo, pero, en ese caso, ¿se habrían atrevido a dar un ejemplo mundial de compromiso activo contra el Covid, o habrían elegido hablar desde sus escaños?
Hechos como estos también nos hacen pensar. La prepotencia y el autoritarismo se contagian desde arriba y, para conseguirlo, pocas cosas ayudan más que tener jefes de Estado inviolables durante generaciones.
A las cuatro décadas del inviolable que residió en El Pardo siguieron otras cuatro del inviolable de La Zarzuela, hoy emérito, y ya se han cumplido ocho años del nuevo inviolable, los tres impunes porque ningún juez puede perseguirlos, cometan los delitos que cometan. Además, de Felipe VI sabemos, desde el pasado 9 de mayo y gracias a la ex ministra Carmen Calvo, que no quiere renunciar a un privilegio que en parte sabe a medieval, en parte a dictatorial y siempre a injusto y desigual. Un privilegio cuya permanencia envenena la sociedad.
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