Safo en clausura (I Parte)
Safo
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
“En un éxtasis se apareció un Ángel tangible en su constitución carnal, y era muy hermoso; vi en la mano de este Ángel un largo dardo; era de oro y llevaba en la extremidad una púa de fuego. El Ángel me penetró con el dardo hasta las vísceras y cuando lo retiró me dejó un ardiente amor hacia Dios”
Es obvio que el amor sáfico existe desde que existe la Humanidad –lo compruebo en un ganado ovino y vacuno en semilibertad que veo a mi alrededor. Las lesbianas son mencionadas en documentos occidentales tan vetustos como el Código de Hammurabi donde son las salzikrum =hija hombre. Y, en China, donde se las nombra como dui shi o como mojinzi (= espejos frotándose) Por lo demás, no es necesario citar a Safo de Lesbos de quien ahora toman el nombre las pasiones (¿ex?) prohibidas. Como el tópico es transversal a todas las culturas, hoy sólo me centraré en las monjas cristianas.
En la primera Iglesia cristiana, las/los eclesiásticas tenían una vida sexual ‘normal’ -se casaban y procreaban heterosexualmente como el resto del pueblo. San Pedro y otros apóstoles estaban casados. De ahí que, desde siempre, los cristianos renuentes consideran que el celibato es contrario al primigenio espíritu evangélico. Por el campo minado del lesbianismo, pasan de puntillas pero es obvio que las bíblicas Rut y Noemí sentían algo más profano que aquella diligenti amicitia de la que alardeará la monja medieval Hildegard von Bingen (cf. infra) En el año 202, las cartaginesas Perpetua y su esclava Felicitas –santas muy populares hasta que Agustín de Hipona se encabritó argumentando que la mujer no podía ser igual al varón- fueron martirizadas ¿por su negativa a rendir culto a los dioses paganos o por su sensual karitate? Etc.
Llegado el Islam, dos suras coránicas narraron la historia del “pueblo de Lot”, los sodomitas, destruidos –como en el Viejo Testamento- por practicar la homosexualidad. Para el Corán, “excedían los límites” pero, para la Eurasia cristiana de entonces, el límite del pecado nefando estaba muchísimo más lejos. De hecho, el celibato clerical no estuvo prohibido hasta que así lo dictaminaron los concilios de Letrán de 1123 y 1139. Pero aún transcurrió un siglo más hasta que los concilios de París 1212 y de Ruán 1214 prohibieron a las monjas dormir juntas. Huelga añadir que nadie se dio por aludida, ni las monjas ni los frailes fueran o no Órdenes contemplativas. Los pecados conventuales continuaron si cabe con más fuerza –o con más publicidad indeseada. Se popularizó el refrán castellano ¿Tanta gente de bonete dónde la mete? y continuaron los procesos inquisitoriales. Ejemplo: en el siglo XVI, Catalina de Belunza y Mariche y sus queridísimas consortes fueron procesadas por “penetrarse entre sí como lo harían un hombre y una mujer desnudas, en la cama, tocándose y besándose, la una encima del vientre o la panza de la otra” –esta Catalina (luego hablaré de otra) apeló y, finalmente, el Tribunal Supremo la absolvió.
La primera monja omnisciente
Hildegard von Bingen (1098-1179; en adelante, HvB) fue puesta de moda por el Papa emérito Benedicto XVI, también alemán. Ahora, la plebe acomodaticia la define como “santa [desde 2006-2011], compositora, escritora, filósofa, científica, naturalista, médica, polímata, abadesa, mística, lideresa monacal y profetisa también apodada la sibila del Rin y la profetisa teutónica.” Además, desde 2013, es la tercera doctora de la Iglesia católica romana, anegada entre 33 doctísimos varones.
Es probable que la iniciación al amor sáfico se lo enseñara su maestra, la condesa Judith von Spanheim, Jutta. Maestra y discípula vivieron juntas en el castillo condal. Cuando la joven cumplió los 14 años, ambas se enclaustraron en un convento donde HvB profesó como benedictina. Jutta murió en 1136 en olor de santidad y, cumplidos sus 38 años, HvB fue ascendida a magistra (abadesa) Años después, Hildegard se enamoró de su joven secretaria, la también noble Ricardis von Stade y, cuando ésta la dejó, HvB la escribió una doliente y explícita carta:
“Escucha, hija, a tu madre espiritual, que te dice: mi dolor aumenta. El dolor mata la gran confianza y el consuelo que tenía en una persona… te digo que siempre que he pecado de este modo, Dios me ha mostrado ese pecado bien con angustias, bien con dolores, y así ha sucedido ahora por tu causa, como tú misma sabes… ¡Ay de mí, hija! ¿Por qué me has abandonado y dejado huérfana? Yo amaba la nobleza de tu talante, tu sabiduría y tu castidad, y tu espíritu y todo tu ser, hasta el punto que muchos me decían, ¿dónde te estás metiendo?… que lloren conmigo todos aquellos que sufren un dolor semejante al mío, quienes sintieron un afecto en su corazón y su alma tan grande como el que yo he sentido por ti, por una persona que les fue arrebatada en un instante, como tú lo fuiste para mí.”
En realidad, Ricardis no le fue ‘arrebatada en un instante’ sino que abandonó a HvB porque circa 1150, la abandonó para ser abadesa de un convento sajón –donde, poco después, fallecería con solo 28 años.
“Cuando estaba escribiendo el libro Scivias, tenía en pleno amor (plena karitate) a una monja noble, la hija de la ya citada marquesa… Se había unido a mí en todo por medio de una amorosa amistad (diligenti amicitia), compartiendo conmigo los sufrimientos hasta que terminara aquel libro. Pero debido a su distinguido linaje se inclinó por un puesto más elevado y quiso ser nombrada madre de un importante monasterio, lo que ambicionaba no tanto según Dios sino según el honor del siglo. Después de que se hubiera trasladado a un lugar alejado de nosotras, y se hubiera alejado de mí, perdió muy pronto la vida”
Para póstuma tranquilidad de todos, los actuales panegiristas aseguran que Ricardis “en su lecho de muerte expresó llorando su anhelo y su intención de regresar junto a HvB.”
En aquel siglo, a las monjas que sentían “deseos carnales” hacia otras monjas se las prohibía componer canciones o poemas amorosos –por ello, ha subsistido muy poca poesía lésbica. Pese a todo, todavía pueden recuperarse algunas piezas explícitas como la escrita en el siglo XII por Marie de France, abadesa de un convento en Baviera y hermana de Enrique II Plantagenet: “Cuando recuerdo los besos que me disteis y la forma con que tiernas palabras acariciasteis mis pequeños pechos, quisiera morir porque no os puedo ver.”
Llegados a este punto, reflexionemos: las estrellas que he citado son todas aristócratas, condesas, de casas reales y noblezas segundonas que se recluían en conventos cuyas ‘clausuras’ eran más ficticias que efectivas. Sabemos que la mayoría eran enclaustradas a la fuerza, generalmente por intrigas cortesanas. Podían ser conspiradoras activas o, simplemente, lo que hoy definiríamos como quebrantadas de cuerpo y alma. Por ello, sin mayor abundamiento, no es razonable incluir a estas psicópatas en el mismo marco histórico que los cuantiosos milenarismos y/o sublevaciones populares que proliferaban in illo tempore puesto que las relaciones proselitistas –menos aún, de causalidad- entre ambos colectivos que hoy nos reflejan algunas actas procesales, pueden ser impostadas, sobrevenidas o inventadas. Además, es lógico dudar de que una élite libresca influyera en las costumbres sexuales de una plebe analfabeta que cantaba somnolienta la cantinela de las religiones ‘del Libro’.
A principios del siglo XVII, España (y no digamos aquel su Imperio donde “pasado el Ecuador, no hay pecado”), es guardiana del Vaticano tridentino. Pero también es tan disoluta como cualquier potencia hegemónica. En plena Hispania Imperial, la concupiscencia conventual se entrelaza con el iluminismo, el quietismo y con lo que hoy conocemos como esoterismo. Algunos casos retratan a un orgiástico revoltijo de religiosas/os sáficas, bi y pansexesuales, místicas y activistas de la promiscuidad que se anticipaban a las hoy obsoletas teorías del matrimonio por grupos y /o el hetarismus (de hetaira, puta) tan caro a proto-antropólogos del siglo XIX como Bachofen, Morgan y el copista Engels. Ejemplo:
En 1627, la Beata jienense Catalina de Jesús y el Presbítero tinerfeño Juan de Villalpando fueron apresados y torturados por la Inquisición como parte del famoso proceso contra los alumbrados de Sevilla. En las Actas de este exaltado espectáculo encuentro que se alude a unas “religiosas, bonísimas y sincerísimas almas que creyendo esta doctrina y cudiciosas de medrar en el espíritu, se acostaban en la cama juntas, se abrazaban y se besaban y se tomaban los pechos y se mamaban ad invicem, muy persuadidas de que desta suerte se comunicaban la una a la otra el Espíritu Santo” (algunas fuentes creen que ad invicem incluía la fellatio)
Catalina declaró in extenso que “que las mugeres casadas no tenían obligación de obedecer a sus maridos por estarse todo el día en la Iglesia… Y menospreciava las Religiones y personas Religiosas, hablando mal dellas… Y que tenia el mismo Espíritu que Santa Teresa de Jesús”. Fue condenada “a que salga en auto público con insignias de penitente y abjure de levi y a que esté reclusa seys años en el convento o hospital que le fuere señalado, adonde sirva para merecer la comida y que reze vocalmente todos los días de su vida un tercio del Rosario de N.º Sr.º y ayune los viernes de los dichos seys años y confiese con el confesor que el Scto. Officio le señalare” (Villalpando, su consorte procesal-espiritual fue, sorprendentemente, condenado a penas livianas)
Cita Catalina a santa Teresa, quizá a sabiendas que las Constituciones de la Orden del Carmelo que Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada (1515-1582) había implantado ordenaban que ”Ninguna hermana abrace a otra, ni las toque el rostro ni las manos ni tengan amistades en particular”. Por ello, aunque sea un cita harto conocida, no resisto a la tentación de reproducir la Transverberación de la santa Teresa: “En un éxtasis se apareció un Ángel tangible en su constitución carnal, y era muy hermoso; vi en la mano de este Ángel un largo dardo; era de oro y llevaba en la extremidad una púa de fuego. El Ángel me penetró con el dardo hasta las vísceras y cuando lo retiró me dejó un ardiente amor hacia Dios”.
La Ilustración
La llegada del racionalismo no alteró las fantasías místico-sexuales de nobles ni de plebeyos pero tuvo la virtud de que pudieran ser publicados algunos ardientes testimonios siempre que, como ordenaba Voltaire, fueran deístas. Ejemplo que añadimos aunque sólo sea porque –como vimos en una nota cinematográfica anterior- todavía inspira a la intelligentsia occidental: La religieuse, novela que Denis Diderot terminó en 1760 pero que sólo fue publicada póstumamente en 1796. ¿Por qué esa demora?, ¿por prudencia o quizá porque estaba “inspirada en hechos reales”? Sea como fuere, este alegato narra en detalle cómo la Madre Superiora de un convento seduce a una sor… y cómo esos amores pecaminosos llevan a la locura, al destierro y a la muerte. En suma, una didáctica moralista –deísta, por supuesto. Leamos unos pocos párrafos:
“Le premier soir, j’eus la visite de la supérieure ; elle vint à mon déshabiller… ce fut elle qui me déshabilla… elle baissa les yeux, rougit et soupira ; en vérité, c’était comme un amant… elle entrouvrait le haut de ma robe… ma poitrine était à demi nue, et ses baisers se répandaient sur mon cou, sur mes épaules découvertes…Je m’aperçus alors, au tremblement qui la saisissait… que sa maladie ne tarderait pas à la prendre… [sospecha] que son mal était contagieux [pese al peligro, sor Suzanne sigue amando a la Superiora]
Descubiertos sus idilios, Suzanne es forzada a confesarse: “Et je me tus; mais le directeur m’interrogea, et je ne dissimulai rien. Il me fit mille demandes singulières, auxquelles je ne comprends rien encore… [el varón confesor descarga su furia contra la Superiora insultándola por] indigne, libertine, mauvaise religieuse, femme pernicieuse, âme corrompue; et m’enjoignit, sous peine de péché mortel, de ne me trouver jamais seule avec elle.” Esas “mille demandes singulières” que Suzanne no comprende años después, es probable que aluda al desmesurado interés de todos los confesores por indagar en los detalles más íntimos –léase, eróticos- de las monjas pecadoras. Es decir, pornografía sacerdotal o morbo que se destila en los confesionarios.
¿Amor puro? Quizá no totalmente puesto que Suzanne obtiene prebendas personales del abusivo régimen conventual: “Je voyais croître de jour en jour la tendresse que la supérieure avait conçue pour moi. J’étais sans cesse dans sa cellule, ou elle était dans la mienne; pour la moindre indisposition, elle m’ordonnait l’infirmerie, elle me dispensait des offices, elle m’envoyait coucher de bonne heure, ou m’interdisait l’oraison du matin.” Al confort por el pecado. Y, ¿por qué no endulzar la prostitución cuando está bendecida? Si hay que tragarla, mejor con hostias consagradas.
[Fin de esta I Parte. En la Segunda Parte, llegaré hasta la actualidad con referencias ocasionales a figuras tan conocidas como la novohispana sor Juana Inés de la Cruz o tan desconocidas como el de las monjas contemporáneas que, por admitir su ‘pecado’, han sido expulsadas de sus respectivas Órdenes. En los párrafos finales, se analiza hasta qué punto, según se argumenta en el año 2020, el convento es o era un refugio contra la heteronorma]
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