Sánchez se juega la democracia a la supuesta debilidad de Felipe VI
Por Domingo Sanz. LQSomos.
Dicen que Sánchez nació con “una flor en el culo” y algo debe haber, pues también cuentan que de adolescente se propuso ser presidente del Gobierno y lo ha conseguido, mientras millones de otros como él solo querían ser millonarios y ahora no les queda ni un euro
Mientras esperamos a que nos diga el nombre del presidente que le consiguió ilusionar por esa “profesión”, aprovecharemos para practicar la lógica. Descubriremos entonces que su sueño era mucho más difícil de convertir en realidad que el de enriquecerse, pues, desde que él nació, solo siete españoles, incluido él, han alcanzado La Moncloa democráticamente, mientras que son muchos más los que se han hecho millonarios, aunque solo contemos a quienes lo han conseguido “votando” a números, en lugar de a políticos, en cualquiera de las loterías que no paran de anunciarse para convencernos de que sigamos perdiendo.
Conquistó Sánchez La Moncloa capitalizando a su favor una causa a la que se opone radicalmente, la de los catalanes por su independencia. Aunque manifestó su apoyo al mismo discurso de Felipe VI que consiguió hundir el Ibex35 al día siguiente, ahora que volvemos a recordar lo muy caras que salen las guerras, e incluso votó a favor del 155, sólo ocho meses después presentó la única moción de censura ganadora, cuando el presidente que había dejado hablar al rey aquel famoso 3 de octubre no era más que un bolso de vicepresidenta abandonado en un escaño.
Mucho antes de esa primavera de 2018 toda España sabía que el padre de Felipe VI era un ladrón blindado por una Constitución cuyo texto defienden como gato panza arriba, y contra el futuro, la inmensa mayoría de una clase política que solo actúa a favor de sí misma.
Pedro Sánchez es el primero en bloquear cualquier cambio político, pues cree que el pasado que envenena la cúpula del Estado, con máquina de contar billetes en el Palacio incluida, constituye la mayor debilidad de Felipe VI y prefiere esta ventaja subjetiva a cualquier valentía reformista. Eso sí, siempre que el poder nacido de las urnas no se atreva a cuestionar la principal herencia de la dictadura: la monarquía como forma de Estado, un hecho real con el que cada día se burla tanto de los republicanos estatutos de su partido, como lo comparte al cien por cien con quienes le precedieron en la presidencia del Gobierno y hasta con la oposición más franquista de todas.
Pedro Sánchez, que se hubiera llamado Adolfo Suárez de haber nacido 40 años antes, ha tenido incluso la suerte de que el rey que le ha tocado vivir no tiene tan intacto como su padre, al menos que sepamos, el poder real y oculto heredado del dictador que restauró esta monarquía y con el que fue capaz de forzar la dimisión de un presidente del Gobierno que, por el simple hecho de ganar dos elecciones seguidas, debió pensar que podía tutear a un Borbón ocupante del trono del Reino de España. Como si fuera una democracia.
Digo “al menos que sepamos” porque la única explicación que cabe para la continuidad de una monarquía que envilece para siempre a toda la sociedad obligándola a aceptar la impunidad de comportamientos criminales como los de Juan Carlos I y Felipe VI, cómplice el segundo por conocedor y no haberlos denunciado, consiste en la amenaza de un nuevo golpe de Estado al que estarían dispuestos unos cuantos militares que, en activo o no, tienen incluso calculado el número de millones de “hijos de puta” que sobramos. Eran 26, imposible olvidarlo.
Por cierto, ¿dijo algo Felipe VI contra aquellas amenazas compartidas en un grupo privado que tampoco detectó ningún servicio de seguridad del Estado? ¿Algún fiscal ha iniciado actuaciones por delito de odio? ¿O es que los militares en la reserva pueden amenazar más que las personas que nunca manejaron un arma con sus manos?
Ante un peligro que, vestido de militar, nadie puede descartar y que saldrá a asesinar lo que sea necesario en defensa del rey, episodios como el del veto de Sánchez a Felipe VI en septiembre de 2020, cuando le impidió acudir a la entrega de despachos judiciales en Barcelona, o el ridículo mantra que no deja de repetir el Gobierno, eso de que lo que haga Juan Carlos I con su vida es cosa de él mismo y de la Casa Real, como si sus decisiones no nos costaran millones, solo se parecen a las excusas de un mal pagador que sabe que no tiene argumentos para justificar la continuidad de una institución sin futuro y en cuyo pasado el número de inconfesables multiplica por muchas veces a los escasos momentos de los que puede presumir. Y, además, la verdad verdadera de estos últimos, pendientes del veredicto que se deduzca cuando la ley (franquista) de Secretos Oficiales por fin desaparezca.
Demuestran, en cambio, Sánchez y su gobierno toda la cobardía del mundo, tanta que les hace coincidir en la sede de la soberanía nacional con los franquistas con o sin disfraz del PP y de Vox, cuando bloquean cada vez la constitución de una comisión de investigación en el Congreso sobre el rey emérito.
Porque, sin duda, estos socialistas democráticos solo hasta cierto punto volverán a impedirlo, a pesar de los impecables argumentos que acaba de presentar el catedrático de Derecho Constitucional Javier Pérez Royo a favor de una iniciativa que resulta imprescindible para comenzar a sanear la vida política en España.
Todo el mundo sabe, desde siempre, que si las revoluciones estallan es porque los que mandan se niegan a proponer y aprobar las reformas que el simple paso del tiempo convierte en necesarias. En estas circunstancias, los juegos de fortalezas y debilidades supuestas son peligrosamente temerarios.
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